La CEO del Placer
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Capítulo 4 Capitulo 4

Tiago ya se había acostumbrado a las miradas que lo desnudaban. Al principio, lo desconcertaban. Ahora, le divertían. Se paseaba por los pasillos de la empresa con una seguridad tan natural que parecía haber nacido entre oficinas de cristal y trajes entallados.

Pero lo que más disfrutaba... era ella.

Jimena Dávila.

La reina sin corona. La mujer de hielo que, con una sola palabra, podía alzar imperios o desmoronar reputaciones. Y él no quería derrumbarla. Quería enseñarle lo que sentía quemarse.

El sonido constante de las teclas, el murmullo mecánico de las impresoras láser y el aroma envolvente del café de grano recién hecho creaban una atmósfera casi hipnótica en el piso ejecutivo.

La luz natural se filtraba por los ventanales de piso a techo, dorando los bordes de los escritorios, mientras la alfombra de tonos grises amortiguaba cualquier paso apresurado. Todo era eficiencia, orden, poder.

Hasta que ella apareció.

Jimena -como muchos la llamaban, aunque su verdadero nombre solo se pronunciaba en círculos muy privados- avanzaba por el pasillo principal como si el mundo le perteneciera. Su abrigo de lana camel flotaba tras ella con gracia matemática, y cada paso de sus stilettos negros era un latido que resonaba en las paredes de vidrio templado.

Su perfume, un leve trazo de bergamota, madera y almizcle, quedaba suspendido tras su paso, provocando miradas reverenciales, casi temerosas.

Pero él... no.

Desde la esquina del área de sistemas, donde una planta decorativa intentaba humanizar el frío del diseño minimalista, Tiago Ríos la observaba. Tablet en una mano, la otra en el bolsillo de su pantalón oscuro, la camisa ligeramente remangada dejando ver sus antebrazos marcados. Había algo salvaje en su quietud, como un lobo disfrazado de empleado ejemplar.

Y no era la primera vez. La había mirado así durante días.

Esa no era una mirada casual. Era una mirada que rozaba. Que acariciaba. Que tomaba posesión sin permiso.

Jimena no lo notó enseguida. Estaba revisando un reporte de optimización de procesos internos, sus ojos recorriendo cifras, barras de rendimiento y porcentajes de eficiencia. Pero algo cambió en el ambiente. Un cosquilleo. Un temblor en el aire.

La nuca. Su piel. Una punzada eléctrica, leve, pero imposible de ignorar.

Levantó la vista y ahí estaba él. Apoyado con una soltura peligrosa, observándola con una sonrisa que no era sonrisa del todo, sino promesa. Le sostuvo la mirada. Sin parpadear. Sin disimulo como si supiera que ella, en algún rincón oscuro de su cuerpo, lo deseaba.

Jimena frunció ligeramente el ceño, sintiendo cómo su respiración se alteraba. Algo se tensó en su abdomen. Quiso ignorarlo. Quiso recuperar su compostura.

-Ridículo -murmuró en voz baja, dándose media vuelta, su abrigo ondeando como capa de reina herida.

Y sin embargo... Mientras se alejaba, sus mejillas ardían con una temperatura que ni el control de clima del edificio podía disipar.

Horas después, el reloj marcaba las 6:46 p.m.

Las oficinas estaban más silenciosas. Algunos ejecutivos aún tecleaban como sombras obsesivas frente a sus monitores. El sol ya no se filtraba, pero la ciudad encendida parpadeaba tras los ventanales, como un tablero de promesas incumplidas.

Jimena cerró su laptop con un suspiro más largo de lo que quiso admitir. Se descalzó, dejando sus tacones junto al escritorio, y caminó sobre la alfombra mullida. Sus pasos eran casi inaudibles. Le gustaba el silencio, esa pausa que solo llegaba cuando los demás se marchaban.

Con el control remoto, cerró las persianas motorizadas. El despacho quedó en penumbra, iluminado apenas por las lámparas de pie que emitían una luz cálida y tenue. Se sentó en el sofá lateral, no en su silla de poder.

Ese lugar... era para cuando era Jimena Dávila.

Ahora solo necesitaba ser... Jimena.

Respiró hondo, dejando caer la cabeza hacia atrás.

Pero en cuanto cerró los ojos, no vio estadísticas, ni planes de expansión, ni reuniones de consejo.

Vio... a Tiago.

Su sonrisa ladeada. El brillo insolente de sus ojos. Ese gesto con el que se pasaba los dedos por el cabello, despeinándolo apenas.

Y lo peor... fue recordar cómo la había mirado.

Como si pudiera tocarla sin hacerlo.

Como si pudiera desnudarla... sin decir una palabra.

-Esto no tiene sentido -susurró, llevándose la mano a la frente, como si pudiera calmar el temblor que le nacía bajo la piel.

Nunca antes. Nunca un hombre le había provocado ese fuego en los muslos con solo una mirada.

"Es físico", se dijo. "Puro instinto. Nada más."

Tocaron a la puerta.

Se incorporó de inmediato. Cambió de máscara. Recuperó su tono de jefa.

-Adelante.

Diana entró. Su asistente de confianza. Inteligente, leal... y perspicaz como una bruja de novela.

Llevaba una tablet en una mano y una ceja en alto, acompañada de esa media sonrisa que solo las mujeres que han visto demasiado usan con elegancia.

-Perdón la interrupción, jefa, pero... ¿usted ha notado algo curioso con el nuevo ingeniero?

Jimena entrecerró los ojos.

-¿Curioso cómo?

Diana fingió pensarlo un segundo. Su tono era casi ligero.

-Tal vez que... se la ha pasado el día entero coqueteando con medio personal femenino. Hoy lo vi muy simpático con Luisa, la de finanzas. Y Adriana, la de marketing, casi se atraganta con el café de tanto reírse con él. La del área de limpieza se sonrojó cuando le pidió que le ayudara a ubicar el baño... y ni siquiera lo necesitaba.

Jimena tensó la mandíbula. Inhaló despacio. Exhaló aún más lento.

Diana no terminó ahí.

-No sé... tiene ese aire mujeriego. Esa seguridad de los que saben que pueden tener a quien quieran. ¿No lo cree?

Jimena arqueó una ceja, con una sonrisa elegante, estudiada.

-Mientras cumpla con sus funciones, no me interesa con quién se acueste.

-Claro -respondió Diana, girándose hacia la puerta-. Solo pensé en comentarlo... por si acaso.

Cuando la puerta se cerró, la habitación volvió a quedarse en silencio. Pero ya no era el mismo.

Las palabras de Diana se quedaron en el aire, como perfume no invitado.

"Puede tener a quien quiera."

Una frase simple. Una verdad incómoda.

¿Por qué le molestaba tanto?

Jimena se puso de pie. Se acercó a la ventana y abrió apenas un ángulo de la persiana. La ciudad parecía viva, palpitante. Pero su reflejo en el vidrio le devolvió algo más inquietante.

Una mujer con los labios entreabiertos. Con los ojos ligeramente húmedos. Con una expresión que no conocía... o que había olvidado.

Deseo.

Eso era.

Pero no era solo deseo. Era el hambre de lo que no podía controlar. Tiago Ríos no era solo un cuerpo. Era una amenaza. Un pulso. Una grieta.

Y ella... estaba al borde de ceder.

En el área de sistemas, el clima era más relajado. El reloj marcaba las 7:11 p.m. y solo quedaban algunos empleados con auriculares, luces tenues y cafés recalentados.

Tiago cerró su laptop con un gesto lento. Su chaqueta colgaba en el respaldo de su silla y sus ojos recorrían la pantalla del celular.

En eso, Luisa se acercó. Analista de finanzas. Pulcra. Coqueta. Segura.

-¿Podrías verificar esto mañana temprano? -preguntó, extendiéndole unos tickets.

-Por supuesto -respondió él, con una sonrisa sincera, aunque sus ojos ya se habían ido a otro lugar.

Ella se quedó un segundo de más. Lo suficiente para que el silencio se llenara de intención. Luego se alejó.

Tiago la observó irse... pero no la siguió con la mirada.

Porque su atención estaba en otro lado.

Diez pisos arriba. Detrás de una persiana ahora entreabierta.

Una parte de él intuía que algo había cambiado.

Porque la mujer de hielo había empezado a mirarlo diferente. Aunque solo fuera...

cuando creía que nadie la veía.

            
            

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