El Grimorio del Cristal Azul
img img El Grimorio del Cristal Azul img Capítulo 5 La campanada
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Capítulo 6 Perdido img
Capítulo 7 El librero img
Capítulo 8 La herencia familiar img
Capítulo 9 Arrepentida img
Capítulo 10 La nota img
Capítulo 11 Esperanza img
Capítulo 12 El sótano img
Capítulo 13 El rumor img
Capítulo 14 La ventana img
Capítulo 15 Mercado en vilo img
Capítulo 16 Alfonso y la puerta oculta img
Capítulo 17 Los custodios img
Capítulo 18 Los custodios img
Capítulo 19 El regreso img
Capítulo 20 Ladrones img
Capítulo 21 El libro img
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Capítulo 5 La campanada

Cuando llegué a casa estaba tan cansada que me tiré a dormir en la cama con todo y ropa. No supe más de mí hasta la mañana siguiente, cuando Alfonso comenzó a silbar desde la calle, debajo de mi ventana.

No estaba con ganas de ver a nadie, pasé la noche soñando tantas cosas que estaba confundida. Vino y ni me asomé siquiera para darle una excusa, simplemente quise estar sola. Me arropé con la sábana y seguí en cama, intentando dormir un poco más.

Abrí los ojos poco a poco, indecisa si seguir durmiendo o levantarme. La luz del sol iluminó mi habitación y me animé al ver los colores brillantes de los tapices. Sin embargo, volví a taparme el rostro con la sábana. Los pensamientos comenzaron a invadirme: le dejaste solo anoche; le dijiste que le darías la respuesta en una hora; tú no eres así; puede que no sea quien dice; ten cuidado.

-¡Basta! -grité-. No puedo dar por hecho lo malo cuando aún hay esperanzas.

Me senté en la cama y miré a mi alrededor. La casa estaba revuelta, como si hubiesen entrado ladrones.

-¿Qué pasó aquí? -me lancé en la alfombra a revisar el cofre y los cajones. Todo estaba revuelto. No parecía faltar nada. Bajé a los otros dos niveles y estaba en orden. Lo que sea que buscaran, creyeron que estaba en mi habitación.

Recordé las palabras de mi abuelo.

-¿Estarían buscando la joya de la que me habló el abuelo?

Arreglé todo lo que tiraron y dejando las cosas en su lugar, me fui al Riad donde se hospedaba Alfonso y lo encontré desayunando.

-Buenos días, Fátima -saludó serio.

-No son buenos para mí -respondí en el mismo tono.

-Me dejaste plantado ayer, esperé como un tonto, ¿sabes?

-¿Fuiste tú quien entró a mi casa?

-¿Te has vuelto loca?

-Dime la verdad, ¿a qué has venido a Murra Kish?

-Te lo he dicho en más de una ocasión.

-¿Cuál es la verdadera razón?

-Mis palabras han sido claras como la luz del sol, no entiendo por qué me haces tantas preguntas extrañas.

Mi intuición de mujer me indicaba que decía la verdad; sin embargo, tenía miedo de no ver lo obvio, estaba ilusionada, enamorada, al punto de sentir miedo por lo que vendría después.

-Anoche entraron ladrones a mi casa. No me siento bien, es algo que nunca me había pasado, ya van dos eventos de este tipo, justo después de tu llegada.

-Espera, ¿no estarás pensando que yo?

-Pienso lo que cualquiera en mi lugar.

-Sé que soy un extraño, un simple extranjero.

-Exacto vienes de paso a volver mi vida un problema y no es justo.

-Lo siento, no lo vi de ese modo, pensé que la pasábamos bien juntos.

-He consultado a mi abuelo y me ha pedido que te envíe de vuelta a tu casa.

-No me hagas eso, si quieres puedo hablar con él.

-No sé si es buena idea.

-Deja que sea el quién decida, te lo suplico.

-Lo voy a pensar, vine a decirte que la respuesta es no. Soy la custodia de la biblioteca y no voy a dejarte entrar más que en el horario fijado en la puerta. No voy a darte un trato especia, usarás los servicios como cualquier otro usuario, ¿estamos?

-De acuerdo, Fátima. Te comprendo. Acompáñame en el desayuno, por favor.

-Está bien.

Un poco de calma siguió después de beber la primera taza de té. No hablamos, apenas fuimos comiendo un poco de cada platillo en silencio. En mi cabeza las ideas se ordenaban, supongo que algo similar pasaba con Alfonso. Cualquiera que fuera su intención ya me había blindado. Si su interés era romántico bien, pero si estaba enamorándome para sacar provecho de mi posición tendría que largarse por donde vino.

-Puedo preguntarte algo -comentó rompiendo el silencio.

-Claro, te escucho.

-Podemos pasar tiempo estos días, estarás libre hasta que culminen las reparaciones.

-No lo sé, ¿cuál es tu plan?

-Conocer, pasear.

-Anda por tu cuenta, cuando yo pueda te alcanzo, ¿va?, tengo algo importante que resolver.

-De acuerdo, solo espero que no estés molesta conmigo, quiero que vuelvas a ser la misma que conocí.

-Gracias por el desayuno, solo estoy nerviosa. Se me pasará, te escribo.

Volví a casa corriendo con energía renovada. Me detuve en el pórtico y cerré los ojos visualizando el cuadro de la primera Fátima, la fundadora, la guía, la mujer que nos había dejado la responsabilidad de proteger el conocimiento y que también nos había dejado la herencia en forma de joya. Antes de mi, fue mi madre, no tengo hermanas.

-Buscaré entre las cosas que dejó mi madre, allí debe estar la joya.

En un cuarto oculto debajo de la primera escalera estaban varios cestos llenos de sus pertenencias. De ellos solo tomé las llaves de la biblioteca, recuerdo que quise guardar sus cosas donde no las pudiera tropezar a diario, para evitar revivir el dolor de su partida.

Me tomé horas, me entretuve con los álbumes de fotos, conecte con la energía familiar, recordando su voz, su risa y sus caricias.

-Voy a poner la música que más le gustaba -dije dejando en medio de la sala un reguero.

La música comenzó a sonar y encendí un incienso de sándalo.

-¿Qué fue lo que dejó Fatima para ti madre? ¿Es una joya? Ayúdame a descifrar el secreto.

Me envolví en una de sus mantas y comencé a llevar su ropa a mi armario.

-Ya me sirven tus trajes, he crecido, aunque soy una mujer pequeña, he alcanzado tu talla, mamá.

Las lágrimas corrieron por mis mejillas mientras sentía su olor impregnado en los tejidos.

-Han entrado extraños a nuestra casa, mamá. Dime que buscan, dame una señal.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando la campana sonó. Me quedé en silencio y no me moví.

                         

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