Despertar a la traición de mi esposo
img img Despertar a la traición de mi esposo img Capítulo 4
4
Capítulo 5 img
Capítulo 6 img
Capítulo 7 img
Capítulo 8 img
Capítulo 9 img
Capítulo 10 img
Capítulo 11 img
Capítulo 12 img
Capítulo 13 img
Capítulo 14 img
Capítulo 15 img
Capítulo 16 img
Capítulo 17 img
Capítulo 18 img
Capítulo 19 img
Capítulo 20 img
Capítulo 21 img
Capítulo 22 img
Capítulo 23 img
Capítulo 24 img
Capítulo 25 img
Capítulo 26 img
Capítulo 27 img
img
  /  1
img

Capítulo 4

Punto de vista de Alina Camacho:

Me quedé congelada en la entrada, mi propia casa se había vuelto extraña y hostil. El olor fue lo primero que me golpeó, no mi familiar lavanda y vainilla, sino un perfume floral empalagoso y pesado. El aroma característico de Jimena. Estaba por todas partes, aferrado al aire como una enfermedad. Mis fotos habían desaparecido de la consola, reemplazadas por un gran cuadro enmarcado de ella y Damián en una playa tropical, sonriendo, entrelazados, radiantes.

Mi mirada se desvió por el pasillo, hacia la puerta cerrada de lo que había sido nuestro dormitorio principal. Un nudo frío de pavor se apretó en mi estómago.

-Voy a mi cuarto -dije, mi voz sonando distante a mis propios oídos. Empecé a caminar hacia él.

-¡Espera! -chilló Jimena, corriendo para bloquear la puerta-. ¡No puedes entrar ahí!

-¿Por qué no? -pregunté, mis ojos clavados en los suyos.

-Está... ¡está hecho un desastre! -tartamudeó, sus ojos desorbitados por un pánico fingido-. No hemos tenido oportunidad de limpiarlo desde que tú... bueno, lo hemos estado usando como bodega.

Bodega.

Con una fuerza que no sabía que poseía, la aparté de un empujón y abrí la puerta.

La habitación no se usaba como bodega. Era su habitación ahora. De él y de ella. Un camisón de encaje negro estaba colgado sobre el sillón donde yo solía leer. Una botella de colonia para hombre -la de Damián- estaba junto a un frasco de la costosa crema facial de Jimena en el tocador. Pero fue la cama lo que me dio ganas de vomitar. Las sábanas eran un desastre arrugado, y tirado en el suelo junto a ella había un envoltorio de condón usado.

Jimena entró corriendo detrás de mí, fingiendo vergüenza.

-¡Dios mío, lo siento mucho! ¡Le dije a la muchacha que limpiara aquí!

No la miré. Giré la cabeza lentamente y miré a Damián, que estaba de pie en la puerta, con el rostro del color de la ceniza. No podía mirarme a los ojos. Simplemente miraba al suelo, una estatua de culpa y vergüenza.

-Entonces -dije, la palabra saliendo como un frágil trozo de hielo-, ¿dónde se supone que voy a dormir?

-¡En el cuarto de huéspedes! -finalmente ahogó Damián, su voz quebrándose-. Nosotros... mantuvimos el cuarto de huéspedes solo para ti. Está todo listo.

No dije una palabra más. Me di la vuelta y pasé junto a ellos, por el pasillo hasta la pequeña habitación del final. El cuarto de huéspedes. Un lugar para visitas. En mi propia casa.

Damián corrió tras de mí, como un mayordomo frenético y patético.

-¿Ves? Sábanas limpias. Toallas limpias. ¿Necesitas algo? ¿Agua? ¿Estás cansada? Deberías descansar. -Ahuecó una almohada, sus movimientos bruscos y desesperados.

Me empujó suavemente hacia la cama.

-Solo descansa, Alina. Yo... haré que Jimena saque nuestras... la otra habitación. -Prácticamente escupió las palabras, luego se dio la vuelta y salió, su voz un siseo bajo mientras pasaba junto a Jimena en el pasillo-. Saca tus cosas de ahí. Ahora.

Me acosté en la cama desconocida, la puerta todavía entreabierta. Podía oírlos en el dormitorio principal de al lado. Los sonidos de cajones abriéndose y cerrándose, el susurro de la ropa.

Entonces, oí la voz de Jimena, un susurro seductor.

-Damián, ¿dónde se supone que ponga este camisón? ¿El que tanto te gusta?

Una pausa. Luego la voz de Damián, baja y tensa.

-Solo... mételo en una bolsa por ahora.

-¿Pero y si quiero usarlo esta noche? -ronroneó ella.

Un sonido ahogado, como un jadeo. Luego otro, un gemido bajo que era inconfundiblemente de Damián.

Se me heló la sangre. Estaban allí, a solo una delgada pared de mí, y estaban...

Apreté los ojos, presionando las palmas de mis manos contra mis oídos, pero no pude bloquear el suave y rítmico crujido de la cama que comenzó. Los sonidos de su traición eran una tortura física, resonando en la habitación donde se suponía que debía estar descansando, sanando.

Apreté la colcha con los puños, mis nudillos blancos. Mis uñas se clavaron en mis palmas, el dolor agudo una bienvenida distracción de la agonía en mi pecho. No podía quedarme aquí. No podía respirar este aire.

Me quité las sábanas de encima y me levanté, mi cuerpo temblando con una nueva ola de rabia. Fui a su puerta y la golpeé con el puño.

-¡Cállense! -grité, mi voz en carne viva.

El crujido se detuvo. Hubo un sonido de forcejeo frenético, y luego algo golpeó el interior de la puerta con un golpe sordo antes de que se abriera de golpe. Una pequeña prenda interior de encaje aterrizó a mis pies.

Mis ojos se levantaron del ofensivo trozo de tela hacia Damián, de pie en la puerta, sin camisa, con el pelo revuelto, su rostro una mezcla de pánico y excitación.

-Alina, no es lo que piensas -tartamudeó, su pecho agitado.

Ni siquiera lo miré. Un pensamiento repentino y urgente se había apoderado de mí. Había algo que necesitaba. Algo más precioso que esta casa, que este matrimonio.

-Llévame a la casa vieja -dije, mi voz peligrosamente tranquila-. A la hacienda de tu padre. Ahora.

Damián parpadeó, confundido.

-¿Qué? Alina, es tarde. Necesitas descansar.

-Ahora, Damián -repetí, mi mirada inquebrantable.

Debió haber visto algo en mis ojos, porque finalmente asintió, una mirada de profundo cansancio instalándose en sus facciones.

-Está bien. Está bien, Alina. Lo que tú quieras.

Mientras conducíamos por las oscuras y sinuosas carreteras que llevaban a la mansión de la familia Garza, apreté las manos en mi regazo. Había dejado una cosa allí para que la guardaran, una cosa de la que no podía soportar desprenderme pero que tenía demasiado miedo de guardar en nuestra casa.

El relicario de mi madre.

Cuando llegamos, no lo esperé. Caminé directamente a la gran biblioteca con paneles de caoba.

-¿Dónde está?

-¿Dónde está qué? -preguntó, siguiéndome.

-El relicario de mi madre. Te lo di para que lo pusieras en la caja fuerte antes de mi cirugía.

El rostro de Damián se puso pálido. Un destello de puro terror cruzó su rostro mientras sus ojos recorrían la habitación, como si buscaran una respuesta. Lo observé, una fría certeza amaneciendo. No sabía dónde estaba.

Sus ojos se posaron en Jimena, que nos había seguido, y vi una comunicación silenciosa y de pánico pasar entre ellos.

Recordó algo. Ella había preguntado por él. Había dicho que era bonito. La había dejado... sostenerlo.

Se lo había dado a ella.

                         

COPYRIGHT(©) 2022