Cuando terminé, su máscara profesional se desmoronó. La conmoción se endureció hasta convertirse en una furia justiciera que reflejaba la mía.
"Van a arder por esto, Alina", juró, su voz baja y viciosa. "Les quitaremos todo lo que tienen".
Negué con la cabeza. El movimiento fue pequeño, pero absoluto.
"No quiero su dinero, Dani. No quiero nada de ellos". Mi voz carecía de emoción, una línea plana. "Quiero un corte limpio. Quiero borrarlos de mi vida".
Dani me miró fijamente, la comprensión amaneciendo en sus ojos. Lo vio entonces. No se trataba de venganza. Se trataba de desaparición. La mía.
"Encontré algo más", dijo, cambiando de tono. Deslizó un archivo sobre la mesa. "Iván tiene una receta mensual permanente. Un sedante potente y de acción rápida, comprado a través de una farmacia fantasma propiedad de un socio de los Garza".
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Las noches en que me había sentido mal y había dormido doce horas seguidas. Los fines de semana que estaba demasiado fatigada para salir de casa. Los días festivos que había pasado durmiendo.
No era una enfermedad. Era una conspiración.
Estaba siendo drogada. Por mi propio esposo. Con la bendición de mis propios padres. Para que pudieran jugar a la familia feliz con Karla y Leo.
El rostro de Dani era sombrío. Sus siguientes palabras cayeron como piedras.
"Iban a drogarte en tu cumpleaños, Alina. Para que él pudiera llevar al niño al parque sin que hicieras preguntas".
Y así, la pieza final encajó en su lugar. El té. Ese té especial que mi madre siempre me preparaba cuando estaba "estresada".
Una extraña y fría sonrisa tocó mis labios.
"Entonces déjalos".
Los ojos de Dani se abrieron de par en par.
"Déjalos que monten su teatrito una última vez", dije. "Y luego me habré ido".
Una hora más tarde, de vuelta en la impecable oficina de Dani, el plan tomó su forma final e irrevocable. Firmé los papeles del divorcio. Luego firmé el documento que Dani había redactado, renunciando al apellido Garza y a todos los derechos sobre la fortuna familiar, presentes y futuros. Era un suicidio legal.
Bajo el nombre de Esperanza Andrade, reservé un vuelo de ida a Oaxaca. Para esta noche. Mi cumpleaños.
Cuando regresé a la mansión, la jaula dorada, Iván estaba en su laptop en el estudio. Minimizó rápidamente una pantalla cuando entré, pero no antes de que la viera. La página de servicios VIP del Parque Estelar.
Un momento después, un mensaje apareció en su celular, que había dejado boca arriba en el escritorio. Un mensaje de mi madre.
*Todo está listo. ¡Qué ganas de celebrar el gran día de Leo!*
Esa noche, yacía sola en mi cama, el espacio a mi lado un vacío frío. No sentía dolor. Ni ira. Solo la vasta y aterradora libertad que viene con la soledad absoluta.
La chica que soñaba con una familia había muerto. En su lugar, había una mujer a punto de destruir una.