La Princesa de Mafia
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Capítulo 3 3

El tiempo transcurría de manera extraña. No podía decir cuánto llevaba en la discoteca, pero debían haber pasado varias horas. La cabeza me daba vueltas debido a la cantidad excesiva de licor que había consumido; no recordaba haber pagado nada de eso. La música estaba a tope y mi piel brillaba a causa del sudor que me cubría. Una sonrisa estúpida adornaba mis labios, reflejando mi ebriedad.

Aparté un mechón de cabello que se me había pegado a la frente; hacía demasiado calor. Tuve que alejarme de la pista de baile y fui directamente al baño. Cerré la puerta detrás de mí y examiné los cubículos uno a uno. Aparentemente, me encontraba sola. Abrí el grifo y mojé mi rostro. El agua despertó nuevamente mis sentidos y redujo considerablemente mi borrachera; ya no estaba tan mareada como antes y podía enfocar las figuras que me rodeaban.

Saqué un pañuelo de mi bolso y sequé la cara y el cuello, quitándome los restos del sudor. El agua había corrido parcialmente mi maquillaje, así que tuve que retocarlo. Ya había sido suficiente por una noche; lo mejor era volver a casa. Jalé la puerta para marcharme, pero alguien me empujó de nuevo dentro del baño.

-¿Pero qué...? -Mi pregunta fue ahogada cuando me estamparon contra la pared-. ¿Qué demonios te pasa, imbécil? -interrogué alzando el mentón para observar a quien se había atrevido a atacarme. Definitivamente, era un idiota.

El hombre frente a mí era rubio, de ojos verdes y al menos una cabeza más alto que yo. Tenía la piel bronceada y era algo musculoso. En sus pupilas podía ver varias motas rojas, señal de que estaba drogado. Volví a estar repentinamente sobria y mi mente comenzó a funcionar a toda velocidad.

Los años de entrenamiento me hicieron observar de un lado al otro, buscando una posible salida, mientras el arma que colgaba de mi cintura se volvía pesada. Pensaba en cómo hacerle una llave y evaluaba la presión con la que sujetaba mis muñecas. ¿Cuánto tiempo me tomaría imposibilitarlo? Sin embargo, no tuve necesidad de hacerlo, pues un disparo se escuchó, alertando a mi atacante.

Lo vi caer de rodillas y fue entonces cuando reparé en la herida que tenía en la pierna. Los alaridos no se hicieron esperar, pero lo que llamó mi atención fue el guardia de seguridad parado en la puerta, pistola en mano y con un semblante asesino en el rostro. Alonzo parecía estarse conteniendo para no matarlo.

-Vámonos -ordené caminando en su dirección y jalándolo del brazo.

Era consciente de que un escándalo no me convenía ahora mismo. El resto de los voyeviki se acercaron a nosotros; ya ajustaría cuentas con ellos después por no estar atentos en todo momento. Les hice una seña con la cabeza para que se encargaran de sacar la basura. Caminé hasta la terraza del lugar, sin detenerme.

-¿Se puede saber qué acabas de hacer? -demandé en cuanto estuvimos fuera de miradas curiosas-. ¿Sabes los problemas que tendríamos si ese hombre muriera? -cuestioné, todavía sujetándolo por el brazo; mis uñas se le clavaban.

-Y bien merecido se lo tendría por atreverse a tocarte -siseó, logrando que frunciera el ceño. Mi corazón dio un vuelco al escucharlo, pero seguramente era todo el alcohol en mi sistema-. Esto no habría pasado si te hubieras quedado en casa, tranquila y sin buscar problemas, como se te ordenó -exclamó fastidiado.

La rabia comenzó a recorrer mi torrente sanguíneo a una velocidad alarmante.

-¿Quién te crees para hablarme de esa manera? -Alcé mi mano dispuesta a abofetearlo por su atrevimiento, pero la detuvo en el aire con la suya-. Suéltame -ordené removiéndome como un animal rabioso-. Te he dicho que me sueltes.

En lugar de cumplir con mis demandas, deslizó una mano por mi cintura, atrayéndome más hacia él. Quedamos tan cerca que podía contar las pestañas que cubrían sus ojos, de haber querido hacerlo. Mi ritmo cardíaco aumentó junto con mis nervios. Quise decir algo, pero las palabras simplemente no salían.

Una sonrisa socarrona apareció en la boca del guardia. Se veía divertido.

-¿Te comieron la lengua los ratones, princesa? -susurró en mi oído, inclinándose para que lo escuchara claramente. Su aliento era realmente cálido.

La forma en que pronunciaba mi apodo me puso la piel de gallina. Jamás pensé que una simple palabra pudiera sonar tan sensual en sus labios.

-Parece que la tigresa no tiene tantas garras como creí -afirmó burlón.

-Suéltame o atente a las consecuencias -dije en el tono más amenazante que fui capaz de conjurar, aunque sonó más como una súplica-. Ahora mismo -repetí.

-De niña eras mucho más linda, cuando no tratabas de amenazarme -comentó, tomándome por sorpresa-. Aunque aún lo sigues siendo... pero creer que puedes darme órdenes solo te vuelve más tierna. -Su mirada bajó a mis labios y, por instinto, yo hice lo mismo con los suyos. ¿Qué estaría pasando por su mente?

-Ni pienses en... -La amenaza murió en mi boca cuando esta fue abordada por la de Alonzo, quien ahora me estaba besando como un desesperado.

Al principio no respondí, debido a lo sorprendida que estaba. Sin embargo, los labios de Alonzo se movían ávidos sobre los míos, instándome a responderle. Así lo hice: mis manos viajaron hasta su rostro para pegarlo más contra mí. Giré el cuello y, antes de darme cuenta, nuestras lenguas estaban librando una batalla por el control del beso. Sonreí en medio de él.

Nos separamos por falta de aire, y un hilillo de saliva quedó entre ambos, prueba de lo que acabábamos de hacer. Alonzo colocó uno de sus dedos debajo de mi barbilla, levantándola para que lo mirara directamente. Sus pupilas se habían oscurecido ligeramente y mis mejillas estaban ardiendo, probablemente rojísimas.

-¿Por qué me besaste? -cuestioné, apartando la mirada, sonrojada.

-Fue lo único que se me ocurrió para que dejaras de regañarme -respondió.

Seguramente la confusión estaba plasmada en mi rostro; enarqué una ceja en su dirección. De todas las explicaciones posibles, definitivamente esa no era la que esperaba. Desconcertada, lo tomé por la corbata, atrayéndolo a mi altura.

-Así que te has sentido con el derecho a besarme -expresé, pasando un dedo por su mejilla-. No vuelvas a hacerlo, a menos que quieras quedarte sin lengua -advertí, enrollando la corbata en mi mano. Alonzo asintió sonriendo.

-Como mandes, princesa -dijo con ese mismo tono coqueto.

¿Creía que era el único que podía jugar a este juego? Se equivocaba por completo. Sin pensarlo, posé mis labios sobre los suyos, devolviéndole el gesto. A diferencia de mí, Alonzo no dudó en responderme con ansias.

Nos besábamos con pasión y con un deseo que hasta ahora me era desconocido. Alonzo movía sus manos inseguras sobre mi cintura, levantando el vestido que llevaba, mientras yo desataba su corbata y tanteaba los músculos que se marcaban bajo la camisa blanca. Saboreé cada instante.

-Vamos a otro lugar, aquí alguien puede vernos -dijo separándose de mí. Asentí sin siquiera pensarlo. Me sujetó de la cintura, levantándome con una sola mano-. Tengo una llave de las habitaciones -informó, mostrándome la pieza.

-¿Cómo es que tienes algo así? -pregunté, trasladando los besos a su cuello.

Alonzo siempre ha sido guapo, así que seguramente ha venido antes con cientos de mujeres. Aquel pensamiento no me gustó para nada. El guardaespaldas volvió a besarme, anticipando la idea que cruzaba mi mente, y lo besé de vuelta.

Nos llevó hasta una zona VIP del club, donde se abría un pasillo lleno de habitaciones de hotel. Alonzo se detuvo en una y posó la llave sobre el escáner, mientras yo lo mordía suavemente en la oreja y tanteaba su brazo.

Una vez dentro, me lanzó sobre la cama, quedando encima de mí. Su mano fue debajo de mi vestido, tocando la orilla de mis bragas. Comencé a desabrocharle la camisa y la dejamos caer a un lado junto con el saco. El siguiente fue mi vestido, que cayó al piso, dejándome solo en bragas, pues esa noche no llevaba brasier.

-Definitivamente vas a acabar con mi cordura -dijo prendiendo uno de mis pezones, que ya no podían estar más duros-. ¿A quién pensabas recibir así? -preguntó, mordiéndolo suavemente. La acción me hizo arquear la espalda. Los besos anteriores ya me tenían lo suficientemente húmeda como para continuar.

-A nadie -respondí tomándolo del cabello-. Así que deja de molestar.

Esa noche, Alonzo Rinaldi estuvo dentro de mí y fue una experiencia gloriosa. Lo hicimos dos veces más, y cada una de ellas me hizo alcanzar las estrellas con el orgasmo liberador que provocó. Acabé rendida en la cama, con la mente completamente en blanco y el cuerpo adolorido, pero totalmente complacida.

Desperté porque alguien estaba tocando la puerta desesperadamente. Me levanté, enojada. Estaba completamente desnuda, así que tomé una de las batas que daba el hotel para cubrirme. Miré por el rabillo del ojo: no recordaba mucho de la noche anterior, y juro que sería la última vez que bebería tanto como para olvidar.

Dejé a mi acompañante en la cama; debía decirle que se fuera cuanto antes. Fui hacia la puerta, ajustando la cinta plateada de la bata. La cabeza me dolía.

-Espero que tengan una buena razón para despertarme, o estarán una semana en las cloacas -dije, levantando la vista. Mi boca se abrió de par en par-. ¿Papá?

El Boss ni siquiera esperó que yo le diera una respuesta, sino que entró de inmediato. Mi pulso se aceleró al ver que sacaba la Makarov de su pantalón y se dirigía directamente a la cama, donde estaba el hombre desconocido con quien me había acostado.

-¡Levántate ahora mismo, asqueroso traidor! -gritó, sonando furioso.

El ruido hizo que el tipo despertara. Sentí que la presión se me bajaba porque había tenido sexo con Alonzo Rinaldi, y este parecía igual de confundido que yo... al menos hasta que notó que le apuntaban con un arma. Terminó pálido.

Por Dios... De todos los hombres... ¿Por qué tenía que ser con él?

Ahora sí, papá iba a matarme y bailar sobre mis cenizas.

            
            

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