NEGOCIOS DEL ALMA
img img NEGOCIOS DEL ALMA img Capítulo 5 CINCO
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Capítulo 6 SEIS img
Capítulo 7 SIETE img
Capítulo 8 Ocho img
Capítulo 9 NUEVE img
Capítulo 10 Diez img
Capítulo 11 Once img
Capítulo 12 Doce img
Capítulo 13 Juego img
Capítulo 14 CATORCE img
Capítulo 15 Arder junto a ella img
Capítulo 16 Yo seré la Señora Baranov img
Capítulo 17 UN PROBLEMA IMPOSIBLE DE IGNORAR img
Capítulo 18 No vine a Rusia a enamorarme img
Capítulo 19 La tensión ya arde img
Capítulo 20 RUSIA NO SE DETIENE img
Capítulo 21 No caigas img
Capítulo 22 Un mundo de poder img
Capítulo 23 Bajo su sombra img
Capítulo 24 TODO LO CONTRARIO A ÉL img
Capítulo 25 ACABÓ CON TODO img
Capítulo 26 DEPREDADOR img
Capítulo 27 DESEO QUE ARRASA img
Capítulo 28 EL MAR, BAJO LA LUZ DE LA LUNA img
Capítulo 29 SE FUE img
Capítulo 30 ELLA ES TEMPESTAD img
Capítulo 31 DOBLE VIDA img
Capítulo 32 JUEGO DE PODERES img
Capítulo 33 SE DETUVO img
Capítulo 34 MORGAN ENTERPRISES EN RUSIA img
Capítulo 35 BLINDAR MORGAN ENTERPRISES img
Capítulo 36 EL RELOJ AVANZA img
Capítulo 37 LA RUINA ANUNCIADA img
Capítulo 38 EL RETORNO A RUSIA img
Capítulo 39 PENSAMIENTOS MUTUOS img
Capítulo 40 EMPRESA BLINDADA img
Capítulo 41 BATALLAS DEL ALMA img
Capítulo 42 NO TENGO TIEMPO img
Capítulo 43 EL COMIENZO img
Capítulo 44 LA QUERÍA ENTERA img
Capítulo 45 SUBIR APUESTAS img
Capítulo 46 ARDE img
Capítulo 47 MOSCÚ DUERME, PERO ÉL NO. img
Capítulo 48 NUEVAS ALIANZAS img
Capítulo 49 SIN RETORNO img
Capítulo 50 TE ESPERO EN LA MANSIÓN BARANOV img
Capítulo 51 UNA VEZ MÁS img
Capítulo 52 EQUILIBRIO img
Capítulo 53 MOSCÚ CONTUVO LA RESPIRACIÓN img
Capítulo 54 AHORA SABES LO QUE SE SIENTE img
Capítulo 55 UNA NOCHE FRÍA EN MOSCÚ img
Capítulo 56 LA IMAGEN QUE LO QUEMA img
Capítulo 57 UNA CONVERSACIÓN INESPERADA img
Capítulo 58 UNA PROPUESTA img
Capítulo 59 DIFICIL DE APAGAR img
Capítulo 60 SUS REGLAS img
Capítulo 61 LO QUE QUIERO ERES TÚ img
Capítulo 62 LA NOCHE EN LA QUE TODO CAMBIA img
Capítulo 63 EN SUS MANOS img
Capítulo 64 SU PALABRA ES LEY img
Capítulo 65 ACERCARSE A ELLA img
Capítulo 66 NO ESTES SOLO img
Capítulo 67 SOLO POR ELLA ROMPERÁ SUS REGLAS img
Capítulo 68 RENDIDA A TUS PIES img
Capítulo 69 SUYA img
Capítulo 70 LA ELIGIO img
Capítulo 71 MI REINA img
Capítulo 72 EL AMANECER img
Capítulo 73 ANILLOS img
Capítulo 74 NEGOCIOS DEL ALMA img
Capítulo 75 ALGUIEN VA A JUGAR CON FUEGO img
Capítulo 76 UNA LLAMADA DE MADRUGADA img
Capítulo 77 LA QUIERE CERCA img
Capítulo 78 LOS PLANES img
Capítulo 79 NUESTRA REINA img
Capítulo 80 ERA LA LLAMADA img
Capítulo 81 ACEPTACIÓN img
Capítulo 82 DOS REINAS img
Capítulo 83 SONRISA ANIQUILANTE img
Capítulo 84 NACIO PARA SER SU MUJER img
Capítulo 85 SU UNICA DEBILIDAD img
Capítulo 86 AMANECER img
Capítulo 87 ALARMAS ENCENDIDAS img
Capítulo 88 EL MUNDO DE LA MAFIA img
Capítulo 89 FUTURA SEÑORA BARANOV img
Capítulo 90 UN NUEVO AMANECER img
Capítulo 91 UN JUEGO img
Capítulo 92 SU SECRETO img
Capítulo 93 ELLA ES SUPERIOR img
Capítulo 94 EMPRESA SECRETA img
Capítulo 95 TE HE EXTRAÑADO img
Capítulo 96 FUEGO, PODER, PELIGRO img
Capítulo 97 EN MOSCÚ NADA ES SEGURO img
Capítulo 98 PREPARACIÓN img
Capítulo 99 LA NOCHE EN SAN PETESBURGO img
Capítulo 100 DIRECTO A SAN PETESBURGO img
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Capítulo 5 CINCO

Natalia al ver que la puerta principal se abre acerca El vehículo de manera inmediata, Alexandra se monta en la camioneta. Natalia no dijo nada. Pero observó el rostro de Alexandra, su expresión, el brillo leve en sus ojos. Algo había cambiado. Y aunque su jefa aún no lo admitiera, el peligro ya no era solo político o estratégico.

Era personal.

Y tenía nombre.

Mikhail Baranov.

El vehículo se adenrmtra en los terrenos de la Mansión Orlova.

- Nos vemos mañana Natalia, gracias por acompañarme.

- A las órdenes Alexandra.

- Buenas noches - Alexandra se despide y se adentra en la mansión.

El eco del portazo reverberó en el amplio vestíbulo, como un disparo sordo que se perdía en la inmensidad de mármol y cristal. Alexandra apoyó la espalda contra la pesada puerta de roble y cerró los ojos por un instante. Sus manos, temblorosas, buscaron refugio en su pecho, justo sobre el corazón que latía con una urgencia que no era del todo miedo... pero tampoco era valentía.

-Dios mío... -susurró al vacío, apenas un aliento.

Había enfrentado muchas cosas en su vida. El apellido que portaba no permitía otra opción. Desde pequeña le enseñaron que el miedo era un lujo, una grieta que sólo servía para que otros clavaran sus cuchillos. Sonríe. Camina erguida. No muestres duda. La vulnerabilidad es un lenguaje que los depredadores entienden demasiado bien.

Pero ahora... ahora que estaba sola entre las paredes frías de su mansión, podía permitir que la máscara cayera. Solo por un instante.

Mikhail Baranov.

El nombre pesaba en su mente como un juramento antiguo. Aquel hombre tenía la capacidad de colarse en sus pensamientos incluso cuando no estaba presente y con tan solo pocos días. Especialmente cuando no lo estaba. Sus ojos... ese azul glacial que parecía diseccionar el alma. Era el tipo de mirada que no pedía permiso para entrar. La de un hombre que nunca había oído la palabra "no". El tipo de mirada que no olvidaba. Ni perdonaba.

Alexandra se apartó de la puerta y sus tacones resonaron en el suelo pulido mientras cruzaba el salón. Cada paso era una liberación controlada, como si intentara desprenderse de la sombra del magnate ruso con cada metro que avanzaba. Su figura elegante, parecía tallada en hielo, pero por dentro era fuego puro, agitado y contradictorio.

Llegó al mueble bar, abrió la vitrina y tomó la botella de whisky escocés sin titubeos. El más fuerte. El más caro. El que ardía al tragar, como una maldición líquida. Se sirvió una copa generosa y la sostuvo entre los dedos largos y finos, contemplando el ámbar como si en él pudiera encontrar una respuesta.

-No eres invencible, Alexandra -se dijo en voz baja-. No esta vez. Tú sabes perfectamente que venias al Inframundo.

Bebió.

El líquido descendió como un relámpago, quemando cada rincón de su garganta. Cerró los ojos, y por un segundo, por un simple y miserable segundo, lo vio otra vez. De pie frente a ella, altivo, con ese aire de poder que no se hereda, sino que se toma a la fuerza. Mikhail Baranov, el demonio que dirigía Rusia desde las sombras, el hombre al que muchos temían... y que ella había desafiado cara a cara.

¿Por qué diablos tenía que sentirse tan viva cada vez que lo hacía?

Alexandra apoyó la copa en la barra de mármol y se sostuvo del borde, respirando hondo. Debía recomponerse. Pero sabía que aquella noche, como muchas otras por venir, no dormiría. Porque no era solo miedo lo que él despertaba.

Era encanto envuelto en sangre y poder.

- No, no puedo permitir que Mikhail Baranov penetre más allá de lo que está permitido - Alexandra adquiere una mirada fulminante, deja el tapado en el sofá y avanza por las escaleras hasta llegar a su habitación.

Todo es cálido cuando él no está cerca, pero todo es más fascinante teniendo cerca al peligroso hombre.

La noche había caído con el peso de un telón de terciopelo negro sobre Moscú. Afuera, el mundo seguía latiendo con esa violencia silenciosa que siempre parecía acechar en las sombras del poder. Pero dentro de los muros de su mansión, Alexandra buscaba un instante de tregua.

El baño principal estaba tenuemente iluminado por lámparas cálidas, cuyas luces doradas danzaban sobre los mármoles blancos y la superficie del agua. El vapor comenzaba a formar una neblina suave que ascendía desde el jacuzzi mientras ella abría lentamente la caja de cristal tallado. Tomó un puñado de pétalos de rosa color rosa pálido -los mismos que había pedido por encargo esa semana- y los dejó caer con delicadeza sobre el agua. Uno a uno, flotaron como promesas no dichas.

Frente al espejo, Alexandra se detuvo.

Con movimientos lentos, como si cada gesto tuviera un significado oculto, comenzó a despojarse de sus prendas. La cremallera de su vestido deslizó un sonido suave al bajar por su espalda, como un suspiro contenido. Dejó caer la tela a sus pies, un charco oscuro de seda sobre el mármol helado. Se quitó el sujetador con la misma calma medida, y por último, la ropa interior, que dejó a un lado sin mirar.

Su piel, aún tibia por el whisky que había bebido, se estremeció al contacto con el aire húmedo del baño. Se recogió el cabello con una cinta negra de satén, revelando la línea del cuello, vulnerable y fuerte a la vez. Luego se acercó al borde del jacuzzi.

El agua estaba caliente, acogedora, y los pétalos la esperaban como si supieran que era su única forma de rendirse sin rendirse. Ingresó lentamente, primero un pie, luego el otro, y por fin, todo su cuerpo se sumergió hasta los hombros. Cerró los ojos.

El calor la envolvió como un amante silencioso, y el aroma suave de las rosas se mezcló con la humedad del vapor. Por fin, las tensiones empezaron a deshacerse, una a una, como los nudos que llevaba en el alma.

Pero la paz era relativa.

Rusia no dormía. Mikhail Baranov, menos aún.

Ella lo sabía. Estaba jugando un juego peligroso, uno que pocas mujeres se atrevían siquiera a mirar de cerca. Pero Alexandra no era cualquier mujer. Sabía mover las piezas, sabía medir el riesgo... y aún así, algo en él la desarmaba. Ese hombre era como el fuego que arde lento en una chimenea: hermoso, hipnótico, letal si te acercas demasiado.

Se hundió hasta el cuello, dejando que el agua la abrazara. Una parte de ella deseaba que el calor la protegiera, la escondiera, que el silencio del baño fuera un escudo. Pero en el fondo de su mente, en lo más hondo del agua, Mikhail seguía allí. Su voz grave, su presencia imponente, sus ojos que no la dejaban en paz.

Alexandra respiró hondo y abrió los ojos.

Ella era muchas cosas.

Pero nunca una presa fácil.

La noche aún no había abandonado por completo el cielo cuando el automóvil negro blindado cruzó los portones de hierro forjado de la Villa Baranov, ubicada en los límites de Rublyovka, la zona más exclusiva y resguardada de toda Rusia.

La villa era mucho más que una residencia. Era una fortaleza oculta bajo el diseño de una obra de arte arquitectónica: paredes de piedra natural traídas desde el Cáucaso, vitrales diseñados por un artista francés, columnas talladas por manos italianas y un jardín central que reproducía con exactitud un esquema imperial de San Petersburgo. A la vista del mundo, era una joya del lujo excéntrico. Para los que sabían mirar con atención, era una señal: nadie tocaba esa casa sin permiso del diablo.

El vehículo se detuvo en la entrada principal. Las puertas se abrieron con precisión coreografiada. Mikhail descendió con su habitual elegancia, quitándose los guantes de cuero negro sin apuro, cuando una figura femenina emergió desde el interior de la casa con prisa y emoción contenida.

-¡Misha! -exclamó la voz aguda, suave, inconfundiblemente rusa.

Sin pedir permiso, la mujer se arrojó a sus brazos. Mikhail apenas la sostuvo un segundo, por puro reflejo.

-Veronika... -dijo él, con un tono más seco que frío.

La mujer se apartó apenas, aún sujetándolo de la solapa de su abrigo. Era deslumbrante, vestida con un abrigo de cashmere rojo fuego, que resaltaba su silueta perfecta. Su cabello rubio platino estaba recogido en un moño bajo, con mechones sueltos cuidadosamente colocados. Llevaba botas italianas, joyas discretas pero carísimas y un perfume francés imposible de ignorar.

-Estabas desaparecido -dijo ella, con ese acento marcado que incluso las élites rusas no podían disimular-. Dmitry y Viktor no me respondían. Pensé que algo te había pasado.

-No hace falta que me abraces -le respondió Mikhail con calma-. Sabes que no me gustan esos gestos.

La sonrisa de Veronika se congeló apenas. Pero no lo soltó.

-Lo sé... pero extrañarte no está prohibido, ¿verdad?

Mikhail la miró sin expresión. Luego la liberó suavemente de sus manos.

-¿Has vuelto a vivir aquí? -preguntó, entrando sin esperar respuesta.

-Solo por unos días -respondió ella, siguiéndolo con pasos elegantes-. El embajador alemán ofreció una cena privada este fin de semana y quería que fuéramos juntos. Me pareció importante, mi padre también vendrá.

Dentro de la villa, todo estaba tan perfectamente ordenado que parecía una escenografía más que una casa habitada. Los mayordomos se hicieron a un lado al ver a Mikhail pasar, sin saludar, solo reverenciando. Él se quitó el abrigo, y uno de los empleados lo tomó al instante.

-He estado ocupada -continuó Veronika, quitándose también el abrigo mientras hablaba-. Las joyas para la gala están listas, por cierto. Mandé a confeccionar un nuevo diseño inspirado en tu tatuaje. ¿No es poético?

Mikhail se detuvo y la miró por primera vez con atención.

-Veronika, dime la verdad: ¿a ti te interesa la poesía o simplemente te interesa usar mi apellido algún día?

Ella sonrió, sin molestarse.

-Ambas cosas, Misha. ¿Acaso es tan terrible?

Veronika Dubrovskaya. Hija del magnate petrolero Vadim Dubrovsky, ex modelo, actual directora de su propia firma de cosméticos. Conocida en toda Europa del Este por su belleza de porcelana, sus discursos carismáticos sobre filantropía... y su ambición inagotable.

Desde hacía casi tres años, se la vinculaba sentimentalmente con Mikhail Baranov. Nunca se oficializó un compromiso, pero ella era invitada a todos los eventos internacionales como "la pareja del Baranov". Su presencia era magnética. Su inteligencia, afilada. Pero detrás de su perfección, había algo aún más intenso que su amor por Mikhail: su deseo de poseerlo.

Veronika no estaba enamorada como las jóvenes ingenuas de los cuentos. Lo amaba como se ama a una victoria, como se ama una conquista: con necesidad, con ansiedad, con obsesión.

-Tienes muchas mujeres que te desean, Misha. Pero solo yo sé vivir con tu sombra.

-¿Y qué crees que hay en mi sombra? -preguntó él, sirviéndose un whisky sin ofrecerle.

-Silencio. Poder. Un vacío que solo alguien como yo puede llenar.

-Te sobreestimas.

Ella se acercó por detrás, tocando su brazo.

-No te estoy pidiendo matrimonio... todavía. Solo quiero recordarte que no necesito ser bienvenida en tu mundo. Ya pertenezco a él.

Mikhail bebió, sin mirarla.

-No confundas costumbre con pertenencia, Veronika.

Ella retrocedió, sin decir palabra por unos segundos.

-¿Es por ella?

Mikhail alzó una ceja sin girarse.

-¿Quién?

-No me subestimes -dijo ella, cruzando los brazos-. Alexandra Morgan. Desde que llegó, todo cambió. Tu gente la vigila. Tú... tú la invitas a teatros vacíos. Tú no haces eso, Mikhail. Nunca y ahora vienes de estar con ella.

Él se giró lentamente. Esta vez, su voz fue más firme. Más helada.

-Veronika... te recuerdo lo que siempre hemos dejado claro. Esto, lo nuestro, es una alianza conveniente. Te conviene a ti. Me conviene a mí. No más. Si esa ecuación deja de ser rentable... sabés lo que haré.

Ella no se inmutó. Solo ladeó la cabeza.

-Sé que no me amas. Pero eso no me impide soñar con ser la única que esté a tu lado cuando el mundo te tema. El trono no necesita amor. Solo poder.

Mikhail no respondió.

Veronika se acercó de nuevo, esta vez más tranquila.

-Solo... ten cuidado, Misha. Las mujeres como ella no llegan para mirar. Llegan para quedarse.

-Lo sé -susurró él, casi para sí mismo.

Veronika se retiró con una última mirada larga, llena de advertencias mudas. Su perfume quedó suspendido en el aire... como la amenaza de una tormenta elegante.

Mikhail se quedó solo en la sala, mirando las llamas de la chimenea. En su vaso, el hielo comenzaba a derretirse lentamente. Como algo más dentro de él que no lograba controlar del todo.

Alexandra Morgan. Su rostro aparecía en sus pensamientos con una claridad que no había permitido antes. No había tocado a Veronika nunca lo hizo... ni quería hacerlo, pero Alexandra lo había mirado como si pudiera ver detrás del lobo y aquello encendía algo dentro de él quizás una llama.

Y eso, para alguien como él... era más peligroso que cualquier bala.

                         

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