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Era muy de noche.
Lucinda Ross se revolvía en la cama.
Sintió a un hombre encima de ella, cuyo peso la oprimía, haciéndole difícil respirar.
Lo escuchaba jadear y sentía su aliento caliente contra su mejilla.
Y entonces, sin previo aviso, sintió un dolor agudo entre las piernas.
Cuando por fin se dio cuenta de lo que pasaba, abrió los ojos de par en par, horrorizada. Luego entrecerró los ojos en la oscuridad para mirar al hombre que tenía encima.
"Nathaniel... ¿Eres tú, Nathaniel?".
Él solo gruñó, y el penetrante olor a alcohol invadió sus sentidos. No emitió ningún otro sonido, solo siguió embistiéndola como si su vida dependiera de ello.
Lucinda soltó un suspiro de alivio tras reconocer su voz. En ese punto, no podía hacer otra cosa que ceder a su embestida, aunque dejaba escapar un gemido de dolor de vez en cuando.
Los movimientos de él se volvieron más frenéticos, y ella tuvo que apretar los dientes para soportar la extraña mezcla de dolor y placer. Sin embargo, no pudo evitar sentirse eufórica ante este inesperado giro de los sucesos.
Habían estado casados durante tres años, pero su esposo, Nathaniel Roberts, nunca la había tocado. No quería hacerlo.
Su abuelo, Logan, lo había obligado a casarse con ella, por lo que Nathaniel siempre le guardó rencor y la trató con frialdad.
Ahora mismo, a Lucinda no le importaba qué lo había hecho cambiar de opinión.
Simplemente estaba más que feliz de entregarse a él.
Después de un par de horas más, Nathaniel soltó un último gruñido y se desplomó sobre su cuerpo, agotado. Un rayo de luna se filtró por la ventana, delineando su perfil como una obra de arte perfecta.
Lucinda escuchó mientras los latidos de su corazón se ralentizaban gradualmente. Todo el asunto le parecía tan irreal que una partecita de ella sospechaba que solo estaba soñando.
Si realmente era un sueño, entonces no quería despertar jamás.
Lo rodeó por el cuello con sus brazos. "Nathaniel", arrulló con todo el afecto que albergaba hacia él. "Nathaniel, yo...".
Estaba a punto de confesarle que lo amaba, pero escuchó que murmuraba en su estado de ebriedad antes de que pudiera siquiera sacar las palabras.
"Ellie...".
La joven se quedó helada, sintiendo como si le hubieran arrojado un balde de agua fría sobre la cabeza.
Su corazón se dolió al darse cuenta de que su esposo simplemente la había confundido con otra mujer.
La mujer en el corazón de su esposo era Leonor Turner. Ella era el primer amor de él. Pero, como Logan no aprobó esa relación, ella se vio obligada a permanecer en el extranjero durante todos esos años.
Sin embargo, Leonor acababa de volver al país, y no había perdido tiempo en enviarle un mensaje a Lucinda, uno que obviamente tenía la intención de provocarla.
"Volví. Pronto ya no habrá lugar para ti en la Familia Roberts.
Puede que te hayas casado con Nate, pero él y yo crecimos juntos. ¿De verdad creíste que podrías sustituirme? Conoce tu lugar y vuelve arrastrándote al orfanato de donde viniste. Ahí es donde perteneces.
Estoy segura de que sabes cuánto me ama. Aunque se acueste desnudo en tu cama, te aseguro que será mi nombre el que pronuncie. ¿Lo entiendes, Lucinda? Para Nate, siempre serás mi sustituta".
Su sustituta...
Lucinda era la mujer que Logan había elegido para ser la esposa de Nathaniel. No era la sustituta de nadie.
Fue devuelta al presente por el sonido de la voz de Nathaniel. Su esposo seguía susurrando el nombre de otra mujer.
Las burlas de Leonor seguían repitiéndose una y otra vez en la cabeza de la joven. Tal y como estaban las cosas, no podía seguir engañándose a sí misma. Tenía que enfrentar la realidad de que su esposo no la amaba, y nunca lo haría.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y apretó los puños. Lucinda tembló por la tristeza y la indignación que recorrían su cuerpo.
Había sido dócil y sumisa con su esposo durante todo ese tiempo, e incluso había dejado su trabajo para dedicarse a ser una buena esposa y cuidar de él.
Lucinda había soportado abusos y humillaciones por parte de la familia arrogante y condescendiente de su esposo. Su madre y su hermana no se esforzaban en absoluto en ocultar su desdén hacia su origen humilde, y hacían todo lo posible para hacerle la vida imposible. Lucinda no quería molestar a Nathaniel con esos asuntos. De todas formas, él probablemente los descartaría como trivialidades, así que se tragó su pena y siguió adelante.
Se había humillado más allá de lo imaginable en un esfuerzo por ganarse su corazón, pero parecía que sus esfuerzos no habían sido suficientes.
¿Por qué tenía que él pisotear su corazón y despojarla del último vestigio de dignidad y amor propio que le quedaba?
El resto de la noche se sintió como una eternidad.
Lucinda permaneció con los ojos bien abiertos y el sueño se negó a llegar.
A la mañana siguiente, Nathaniel se despertó por la luz cegadora que se filtraba por la ventana.
Se frotó las sienes y abrió los ojos para encontrarse con la imagen de Lucinda sentada frente al tocador, dándole la espalda.
Los recuerdos de la noche anterior le vinieron de golpe, y su cuerpo se heló al darse cuenta de lo que había hecho. La miró fijamente, con los labios curvados en una mueca de desprecio.
Aunque Lucinda no lo estaba mirando, pudo sentir la rabia que emanaba de Nathaniel.
Ella se mantuvo serena y continuó con su rutina de cuidado de la piel. Lo siguiente que sintió fue que su muñeca fue agarrada con una fuerza de hierro y fue levantada bruscamente.
El pequeño frasco de crema se resbaló de su mano y cayó al suelo y se hizo añicos, derramando su contenido.
Lucinda levantó la cabeza y miró fijamente a su esposo. Por muy enojada que estuviera, no pudo evitar sentir un dolor en el corazón al encontrarse con sus ojos.
"¿Crees que puedes obligarme a aceptarte drogándome para que me acostara contigo?".
Sus dedos alrededor de la muñeca de ella se apretaron con más fuerza mientras soltaba las palabras.
En ese instante se veía absolutamente aterrador.
Pero, espera... ¿Drogarlo?
Lucinda le lanzó una sonrisa amarga. "Honestamente, ¿me consideras el tipo de mujer que usaría métodos tan viles?".
Nathaniel bufó con disgusto. "Engañaste a mi abuelo para que confiara en ti para poder casarte conmigo. Así que deja de actuar como si fueras una chica inocente. No me lo trago. ¡Una oportunista sinvergüenza como tú jamás podrá compararse con Ellie!".
¿Oportunista? ¿Engañar a su abuelo?
Entonces así era lo que realmente pensaba de ella todo este tiempo.
Si hubiera querido drogarlo, lo habría hecho hace mucho. ¿Por qué iba a esperar hasta ahora y soportar tres años de maltrato por parte de su madre y su hermana?
Era evidente que su esposo no la conocía en absoluto.
Lucinda comprendió lo ridícula que había sido en el pasado. Se había desvivido y más, todo en un esfuerzo por complacerlo y obtener aunque fuera un momento de su atención.
Pues bien, si así era como la veía, entonces ya no tenía por qué seguir aquí con él.
Lucinda apretó los dientes y se liberó de su agarre.
Luego, alzó la barbilla y habló con una voz cargada de resolución:
"Nathaniel, quiero el divorcio".