El silencio se cargó de tensión palpable. Ilein miró por la ventana: "Milán de noche es preciosa". Máximo respondió en italiano, voz de hielo: "È la mia città ed è bellissima" (Es mi ciudad y es bellísima). Sus ojos oscuros se clavaron en ella por un instante -depredador cebando a su presa.
Nervios le traicionaron; no entendió. "Signor Moretti, mi scusi, non ho capito" (Señor Moretti, disculpe, no entendí). Su corazón latía a tamborazos, la mirada de él quemaba su piel.
Máximo sonrió con sarcasmo y cambió al español: "Mi madrastra me enseñó, pero prefiero mi idioma. No te veo futuro si no lo dominas -falta de respeto, ignorancia, deformar nuestra lengua con tu torpeza".
Ilein frunció el ceño hasta formar una arruga: "¿No ves la necesidad de ser grosero?" ("Non vedi la necessità di essere scortese?")
"Solo soy sincero. No estoy obligado a hablar en tu idioma. Eres tú quien debe esforzarse". Pausó, tono seco: "Pequeña extranjera, la vida es dura. Habla conmigo en italiano o no hables. Y si vienes a buscar marido, olvídalo -no eres nuestro tipo".
Roja de rabia, ella respondió de golpe: "No necesito su permiso para mis oportunidades. Estoy aquí por mi talento, no por hombres ni conveniencias".
Máximo la miró con sorpresa -una chispa de deseo brilló en sus ojos. El silencio se abalanzó sobre el coche, pero la tensión sexual persistió, una corriente eléctrica que recorría el metal y la piel.
Las puertas de hierro forjado de la mansión se abrieron de par en par. Ilein salió, deslumbrada: jardín exquisito, fachada iluminada como un cuento de hadas, columnas de mármol con enredaderas verdes que ocultaban secretos en sus sombras. Vittorino la recibió con una sonrisa cálida, pero sus ojos eran astutos.
"Benvenuta, signorina Valentino" (Bienvenida, señorita Valentino). "Hablaré en español, aunque no es perfecto". Su mirada recorrió su cuerpo -incómoda, extrañamente excitada. "Estamos encantados. Eres tan bella como Joana dijo".
"Por favor, llámame Ilein. Gracias por la invitación".
"El tiempo dirá si estás a la altura", respondió Vittorino, sonrisa que no llegó a los ojos.
Máximo le siguió, observándola como un animal enjaulado, lanzando comentarios sarcásticos en italiano. Juntos caminaron hacia un salón con chimenea que crepitaba con fuerza. Una ama de llaves le pidió el abrigo -Ilein se lo quitó, y el vestido le ceñió la figura como una segunda piel, dejando al descubierto sus hombros.
Máximo la miró con lupa -ojos más oscuros, intensos. Luego volvió a su expresión fría. Ilein sintió un temblor violento en las rodillas, pero se enderezó: cada movimiento era juzgado.
Vittorino, imponente, de cabello negro y ojos azules endemoniados, la invitó a sentarse en un sofá de terciopelo rojo que absorbía la luz. Máximo se colocó al lado de su padre, disfrutando de su nerviosismo.
"Ilein, qué bueno que viniste. La familia es lo más importante", dijo Vittorino.
"Sí, señor Moretti. Lo sé".
"Y no sé mucho de la tuya. ¿Cómo están tus padres?"
Ella vaciló, mirando el suelo: "Mi madre cuida a mi abuela. Mi padre trabaja mucho".
"¿Hermanos?"
"Una hermana mayor y gemelos de 8 años".
"Interesante. ¿Tus aspiraciones?"
Levantó la vista, sorprendida: "La literatura, el diseño... quería viajar, conocer lugares".
Vittorino sonrió sin alma: "Viajar es bueno, pero raíces fuertes son más importantes. Una familia en la que confiar".
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal: "Sí, señor Moretti".
"La lealtad es el cimiento", dijo él, tono que cortó el aire. "Ser agradecido, leal hasta el midollo. Adaptarse como el agua".
En ese momento, Joana entró -elegante, seda que resaltaba su figura, joyas que brillaban con la luz de la chimenea. "Mi amor, no la atormentes más con tus discursos" ("Amore, non tormentarla più con i tuoi discorsi"). Sonrió radiante, pero su mirada era acérrima. "Tiene razón a su manera: lealtad, familia, amor... y dinero, claro, mueven el mundo".
Vittorino le dio un beso en la mejilla: "Mi cielo, siempre tan pragmática" ("Mio cielo, sempre così pragmatica").
"Alguien tiene que serlo". Joana tomó a Ilein del brazo: "La cena está servida. Ven" ("La cena è servita. Vieni").
La guiaron hacia el comedor -espacio amplio, mesa de madera brillante con mantel de encaje y candelabros de plata. Cuadros antiguos y espejos reflejaban la luz de las velas como mil luces diminutas. El aroma de hierbas y especias invadió sus sentidos. Salvatore, Camila y Marcelo ya esperaban.
Al sentarse, Ilein vio la dinámica: Vittorino en la cabecera, Joana a su derecha, Máximo a su izquierda, Camila junto a Joana y Marcelo frente a ella. Ilein se sentó al lado de Camila -su sonrisa le dio confianza. Pero al levantar la vista, se encontró con los ojos azules de Máximo, que la atravesaban hasta el fondo de su ser.
"Espero que te guste -mi chef es el mejor", dijo Vittorino. "Hablaremos en español en tu honor".
"Gracias, señor Moretti. Se ve delicioso".
"Llámanos Vittorino y Joana", dijo Joana, sirviendo vino tinto con aroma a frutas maduras y roble. "Somos familia, ¿verdad?"
La cena transcurrió entre discusiones de negocios, política y moda. Máximo participó de vez en cuando -inteligente, ambicioso, con un lado oscuro que se asomaba. Ilein intentó seguir, pero la mirada de él la desnudaba lentamente.
Salvatore levantó la copa: "Brindo por la familia, la lealtad y el futuro!" ("Brindo per la familia, per la lealtà e per il futuro!")
Todos brindaron. Risas, miradas, palabras con doble sentido -alianzas y rivalidades ocultas. Ilein pensó: Esto es un duelo disfrazado de cena. Salvatore rozó su mano: "Milán es maravillosa. Si necesitas guía, avísame".
Máximo la miró con frialdad desafiante. Ella intentó ignorarlo, pero la tensión silenciosa estaba a punto de estallar.
"Mandé preparar tu postre favorito", anunció Joana.
Ilein gritó de alegría: "¡Tiramisú!" Disfrutó cada bocado -dulce contraste que aliviaba la tensión, recordándole el mundo de placeres y tentaciones en el que estaba.
Luego se dirigieron a la sala de estar. Ilein pidió excusarse y fue al baño -Camila la acompañó: "No le des demasiada importancia a ellos. Parecen aterradores, pero en manos de mamá son gatitos". Rieron juntas, aunque Ilein sentía que algo profundo y peligroso se gestaba.
"Te esperamos abajo" ("Ti aspettiamo sotto"), dijo Camila y se retiró.
Ilein entró -baño íntimo y lujoso, luces tenues que suavizaban sus rasgos, aroma a jazmín. Se lavó las manos con agua fría, retocó el maquillaje, se aplicó perfume. Se miró en el espejo: lista para volver.
Salió del baño y se encontró con Máximo en el pasillo -apoyado contra la pared, brazos cruzados, luz tenue que resaltaba sus rasgos. No estaba frente a la puerta, pero era claro que la esperaba. Expresión indescifrable: deseo y desafío que la hicieron temblar.
"¿Todo bien?" ("Tutto bene?"), preguntó él, voz intentando ser despreocupada pero tensa.
"Sí, todo bien", respondió ella, intentando ser casual -corazón latía a todo lo que daba. "Sì, tutto bene" (Sí, todo bien).
Máximo se enderezó, se acercó un poco. El pasillo era estrecho, el espacio entre ellos se reducía peligrosamente. "Es una locura, ¿verdad? Toda esta gente, esta casa..." ("È una follia, vero? Tutta questa gente, questa casa...")
"Un poco abrumador, sí".
Sonrió de medio lado: "Te acostumbrarás. O no" ("Ti abituerai. O no"). Pausó: "¿Qué te pareció mi padre?" ("Cosa ne pensi di mio padre?")
"Difícil de decir... es interesante".
Máximo soltó una risita suave: "Interesante es una forma de decirlo" ("Interessante è un modo per dirlo"). Se acercó más -ella sentía el calor de su cuerpo, una corriente eléctrica que recorría sus pieles. "¿Y mi madrastra?" ("E la mia matrigna?")
"Es muy amable".
Él la miró fijamente, como intentando leer sus pensamientos: "No te confíes demasiado" ("Non fidarti troppo").
Silencio denso, solo el sonido lejano de la conversación. La tensión crecía como una cuerda a punto de romperse. "¿Por qué me dices esto?" ("Perché mi dici questo?")
"Un consejo" ("Ti do solo un consiglio"), se encogió de hombros. Se acercó hasta que sus rostros estaban a pocos centímetros -respiraciones calientes y entrecortadas se mezclaron en el aire. "Este mundo puede ser peligroso" ("Questo mondo può essere pericoloso").
"Puedo cuidarme sola" ("So badare a me stessa"), dijo ella, voz temblando ligeramente.
Máximo sonrió, dientes blancos y perfectos: "Eso está por verse" ("Questo è tutto da vedere"). Levantó una mano y rozó su mejilla con suavidad -dedos que querían marcarla, dejar una huella indeleble. "No eres como las demás" ("Non sei come le altre").
Un escalofrío le recorrió la espalda. "No hagas esto más difícil" ("Non rendere le cose più difficili"), murmuró, apartándose un poco.
"No estoy haciendo nada" ("Non sto facendo niente"), dijo él, sin alejarse. "O tal vez sí" ("O forse sì").
Y sin darle tiempo a reaccionar, se inclinó y la besó. Sus labios fueron firmes, exigentes, llenos de una pasión que había estado oculta bajo capas de frialdad. Ilein se quedó helada por un instante -luego, sin saber por qué, cerró los ojos y se dejó llevar, su mano buscando el pecho de él, agarrándose a su camisa como si fuera su única salvación.