El secreto de la loba blanca: Rechazada por el Alfa
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Capítulo 3

La Cosecha

Punto de Vista de Vera:

Estaba a mitad de las escaleras cuando escuché la bofetada.

No fue física, pero el sonido de la voz de mi madre desde el pasillo se sintió como un golpe.

-¡La envenenaste!

Me di la vuelta. Mi madre estaba al pie de las escaleras, con el pecho agitado.

-No hice tal cosa.

-¡No me mientas! -Subió corriendo, con el rostro desencajado. ¡Plaf!

Mi cabeza se sacudió hacia un lado. El ardor fue agudo, caliente.

-¡Eris está cubierta de ronchas! -gritó mi madre-. ¡El médico dice que es una reacción alérgica a un contaminante extraño! ¡Pusiste algo en su comida! ¡Estabas celosa!

Me toqué la mejilla palpitante.

-No hice la comida, madre. El personal de cocina lo hizo. Pregúntales a ellos.

-¡Estabas en la cocina! -Darío apareció detrás de ella-. Te dije que fueras allí. Debes haber deslizado algo.

-Nunca fui a la cocina. Fui a mi habitación.

-¡Mentirosa! -escupió Darío-. Siempre has estado celosa. Por eso te enviamos al Norte. Para protegerla de tu energía tóxica.

Me congelé.

¿Esa es la historia que se contaban a sí mismos? ¿Que enviaron a una niña de doce años a un páramo helado para *proteger* a la niña dorada?

Recordé el Norte. El viento cortante. Los *Rogues* lanzándose contra las cercas del puesto. Recordé haber tomado una daga bañada en plata a los catorce años porque el perímetro fue violado y yo era lo único que se interponía entre el comedor y una masacre.

Había matado a tres *Rogues* esa noche. No había pelado papas. Sobreviví.

-Piensen lo que quieran.

Les di la espalda y entré en mi habitación, cerrando la puerta con llave.

Golpearon la puerta durante un minuto, gritando amenazas, pero un grito desde el ala médica los alejó.

Me moví rápido.

No tomé los vestidos de seda ni las joyas.

Metí la mano debajo de mi cama y saqué una bolsa táctica negra. Dentro estaba mi equipo del Puesto.

Traje de combate forrado de Kevlar. Dagas con filo de plata. Un botiquín de primeros auxilios adaptado para el envenenamiento por acónito. Y un teléfono desechable.

Me cambié el vestido de funeral por pantalones cargo y botas de combate. Se sentían como una segunda piel.

Tomé el teléfono desechable. Tecnología vieja, inrastreable.

Marqué un número que no había usado en seis meses.

-Línea segura -respondió una voz ronca-. Identifíquese.

-Designación V. Solicitando reactivación.

Pausa. Luego, la voz se suavizó.

-¿Comandante V? Pensamos que se había retirado para jugar a la casita.

-La casa se quemó -dije-. Vuelvo a casa, Rike.

-La puerta siempre está abierta. Tenemos un aumento de *Rogues* en el Sector 4. Nos vendría bien tu espada.

-ETA diez horas.

Me colgué la bolsa al hombro.

De repente, un Enlace Mental se abrió paso a la fuerza en mi cabeza. Caín. Un rugido de agresión.

*Si ella muere, Vera, yo mismo te mataré. Eres mi Mate, pero te rechazaré. Te convertiré en una Rogue.*

Mi corazón ni siquiera se agitó. El lazo se sentía como una cuerda podrida.

*Ahórrate el aliento, Caín.* No lo envié.

Abrí mi puerta. El pasillo estaba vacío.

Caminé silenciosamente por el corredor. Al pasar por el dormitorio de mis padres, la puerta estaba entreabierta. Voces susurrantes.

Me detuve.

-...el médico dice que su recuento sanguíneo es inestable -susurró mi padre-. Los potenciadores sintéticos están destruyendo su médula. Necesita una transfusión. Donante compatible.

-Usa a Vera -dijo mi madre. Su voz era tranquila. Escalofriantemente práctica-. Es una Omega, se recupera rápido. Podemos mantenerla aquí. Drenar lo que necesitemos semanalmente.

-¿Y el compromiso? -preguntó mi padre-. Caín está furioso.

-Que lo rompa -siseó mi madre-. Hacemos una petición al Consejo. Decimos que Vera es inestable. No apta. Proponemos una nueva unión. Caín y Eris.

-Pero no son *Mates*.

-¿A quién le importa? ¡Eris es una hembra Alfa! ¡Piensa en el poder! Vera puede quedarse... puede ser la dama de compañía de Eris. Cuidar de sus cachorros. Le decimos al público que Vera está enferma, que necesita quedarse en casa para recibir tratamiento. Eso cubre las extracciones de sangre.

Me quedé en las sombras, agarrando mi bolsa hasta que mis nudillos se pusieron blancos.

No solo me estaban descuidando. Estaban planeando cosecharme. Convertirme en ganado.

-Tienes razón -suspiró mi padre-. Es por el bien de la manada. Vera es... reemplazable.

Reemplazable.

Algo dentro de mí se rompió. No un hueso, sino una cadena.

Empujé la puerta para abrirla.

Mis padres saltaron. Los ojos de mi madre se abrieron al ver mi equipo de combate.

-¿Vera? -tartamudeó-. ¿Qué llevas puesto?

-Los escuché -dije, con voz baja, vibrando con un gruñido.

-Vera, escucha -mi padre dio un paso adelante, adoptando una postura de Alfa-. Estamos bajo estrés...

-¿Quieren mi sangre? ¿Quieren que críe a sus cachorros?

-¡Es tu deber! -gritó mi madre, pasando a la ira-. ¡Tu hermana está enferma!

-No está enferma. Tiene síndrome de abstinencia de drogas -dije fríamente.

Mi padre palideció.

-¿Qué dijiste?

-Revisen su sangre en busca de sintéticos. Si fueras un Alfa real, lo habrías olido.

Me di la vuelta.

-¿A dónde vas? -chilló mi madre-. ¡No puedes irte! ¡Estás castigada!

-No soy una niña. Y no soy suya.

Caminé hacia las escaleras.

-¡Vera! -bramó mi padre, usando su Comando Alfa-. ¡DETENTE!

El comando me golpeó como un muro físico. Mis músculos se agarrotaron. Mi loba gimió.

Pero yo no era solo un miembro de la manada. Era una guerrera del Norte. En el Norte, el dolor es solo información.

Apreté los dientes. Forcé mi pierna a moverse. Luego la otra.

Destrocé el comando.

Mi padre jadeó. ¿Una Omega rompiendo un Comando Alfa? Imposible.

No miré atrás.

                         

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