El Defecto Humano Es La Reina Loba Blanca
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Capítulo 4

POV de Elena:

El narcisismo de Liam era un muro que no podía romper. Realmente pensaba que yo estaba aquí por él.

-¿Tu hijo? -Serafina me arrebató la piedra de la mano antes de que pudiera reaccionar-. ¿Te refieres al niño bastardo? ¿Crees que un mocoso humano merece un conducto mágico como este?

-¡Devuélvemela! -me lancé hacia ella, pero los guardias me retuvieron.

-Probablemente es robada -anunció Serafina a la sala, sosteniendo la piedra brillante en alto-. Los humanos no pueden poseer Piedras Lunares. Va contra las leyes de la Cumbre. ¡Es una ladrona!

-¡No la robé! -grité. El pánico se estaba apoderando de mí. Sin esa piedra, la energía de Adrián se volvería inestable.

-¡Mamá!

Una vocecita cortó el ruido.

Mi corazón se detuvo.

Corriendo por el piso pulido, esquivando las piernas de los lobos sorprendidos, estaba Adrián. Debió haber escapado de la habitación del hotel donde le dije que esperara.

-¡Adrián, no! -grité.

Era pequeño para su edad, con el cabello oscuro y desordenado y unos ojos grandes y aterrorizados. Corrió directo hacia mí, enterrando su cara en mis piernas.

-Mamá, hombres malos -sollozó.

Serafina miró al niño. Sus ojos se entrecerraron. Extendió la mano para agarrar su brazo.

-Así que este es el pequeño error.

-¡No lo toques! -rugí.

Cuando la mano de Serafina se acercó a Adrián, algo sucedió.

Una onda de choque de energía estalló hacia afuera desde mi hijo. No era magia. Era pura aura Alfa en bruto.

Golpeó a Serafina como un golpe físico, haciéndola retroceder dos pasos. Tropezó, sus tacones altos resbalando en el mármol.

La habitación quedó en un silencio mortal.

¿Un aura Alfa proveniente de un niño de tres años? Era inaudito. Y no cualquier aura Alfa: era pesada, oscura y dominante.

-Él... ¡él me atacó! -chilló Serafina, señalando con un dedo tembloroso a Adrián-. ¡Esa cosa es un monstruo! ¡Es un demonio!

-¡Es un niño! -grité, atrayendo a Adrián a mis brazos.

-¡Es peligroso! -el capitán de seguridad sacó su bastón eléctrico-. ¿Ese nivel de poder en un cachorro no entrenado? Es una amenaza para los invitados.

-¡Arréstenlos a ambos! -gritó Serafina-. ¡Ella secuestró a un cachorro de alta cuna! ¡Mírenlo! Tiene sangre Alfa. ¡Ella es una humana! ¡Se lo robó!

Era una mentira, pero era creíble. ¿Cómo podría una mujer "inútil" como yo producir un niño tan poderoso?

-Llévense al niño -ordenó el capitán-. Detengan a la mujer.

-¡No! -pateé mientras los guardias me agarraban-. ¡Déjenlo ir!

Arrancaron a Adrián de mis brazos. Él gritaba, pateando y mordiendo. Al ver a mi hijo sufrir, al ver su miedo, algo dentro de mí se rompió.

El sello negro que había atado mi alma durante cinco años no solo se agrietó. Se hizo añicos.

Un calor ardiente, como oro líquido, inundó mis venas. Mi visión se agudizó. Los olores de la habitación -el miedo, el sudor, el perfume barato- explotaron en mi nariz.

*¡Mi cachorro!* rugió una voz en mi cabeza. Era ella. Mi loba. Había vuelto.

En ese exacto momento, las enormes puertas dobles de la entrada del salón de baile estallaron. No solo se abrieron; se desintegraron bajo una ola de fuerza cinética.

Un silencio descendió, más pesado que la gravedad.

Un hombre entró caminando.

Era alto, elevándose sobre todos. Llevaba un traje negro que parecía absorber la luz. Su presencia era como un agujero negro, succionando el aire de la habitación.

Cada lobo en la sala, incluido Liam, instintivamente expuso su cuello y bajó la mirada. No fue una elección. Fue biología.

Este era el Apex. El Supremo.

El Rey Alfa.

Damián.

No miró a los dignatarios. No miró a Liam.

Sus ojos, brillando con una aterradora luz violeta, se clavaron en mí. O más bien, en los guardias que me sostenían.

-Suéltenla -dijo.

Su voz no fue fuerte, pero sacudió los cimientos del hotel.

Los guardias no solo me soltaron; colapsaron, echando espuma por la boca por el puro peso de su comando.

Caí de rodillas, jadeando. Levanté la vista y, por primera vez en cinco años, mis ojos cambiaron. Podía sentirlo. El iris cambiando de marrón a un dorado penetrante y brillante.

Damián se detuvo frente a mí. El mundo se redujo solo a él.

Miró mis ojos dorados. Luego miró a Adrián, quien lo miraba con la misma intensidad.

Entonces, el Rey cayó de rodillas frente a mí.

                         

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