Uno de los hombres agregó: "¿De dónde sacó Alexander a un ama de llaves tan leal? He oído que le ha estado preparando sopa casera todos los santos días durante tres años enteros".
"Si te vieras como él, las mujeres también se rendirían a tus pies. Ella es solo otra admiradora". Alguien más soltó una carcajada.
Todos en la sala observaron a Freya como si fuera el centro de una broma que llevaba mucho tiempo.
Esta ignoró las risas y se concentró en Yvonne. "¿Cuánto cuestan tus cuadros en estos días? ¿Unos cien mil cada uno, quizá?".
"¿Por qué te interesa?". Antes de que Yvonne pudiera responder, Bailee intervino, lanzándole una mirada fulminante para defender a su hermana.
Freya cambió su mirada hacia esta. "¿Y tú? ¿Cuánto te da tu familia al mes? ¿Cien mil, doscientos mil, o quizá quinientos mil?".
Bailee se rio con desdén. "¿Por qué eso te importa?".
Freya solo sonrió con calma. "Por ninguna razón en particular. Solo tenía curiosidad si ustedes, las ricas, reciben más con sus mesadas que yo como la supuesta ama de llaves. Verán, yo gano un millón al mes y tengo acceso ilimitado a la tarjeta de crédito de mi esposo".
Cuando Freya terminó de hablar, la sala se sumió en un profundo silencio.
La mención de su acceso ilimitado a la tarjeta de crédito de Alexander tocó una fibra sensible en los instigadores. La envidia brilló en los ojos de Yvonne, fugaz pero inconfundible.
Freya disfrutó del silencio, saboreando el pequeño placer de ver sus rostros atónitos.
Sabía perfectamente cómo se comparaban las mesadas de esas mujeres con la suya: ninguna podía igualar lo que ella recibía mensualmente, y todas tenían límites de crédito.
Con una sonrisa fría y desdeñosa, pasó su brazo bajo el de él y comenzó a guiarlo hacia la puerta.
El mesero se apresuró a acercarse, listo para ayudar.
Justo antes de cruzar la puerta, Freya se detuvo y miró hacia atrás, al grupo. "Esta noche corre por mi cuenta. Diviértanse a lo grande. Si gastan menos de un millón, estarán insultando la reputación de mi esposo".
Finalmente, sintió como si parte del peso que cargaba se hubiera aliviado.
Abandonó el club con la cabeza en alto, y el mesero la ayudó a acomodar a Alexander en el auto. Ella le agradeció, se sentó al volante y se alejó.
Cuando llegaron a la Villa Bahía, su hogar, Freya apenas logró acomodar a Alexander en el sofá cuando este abrió los ojos de repente. El encanto que solía brillar en sus ojos cuando estaba con Yvonne desapareció, reemplazado por pura frialdad y desprecio abierto.
Entonces, no había estado borracho en absoluto. Simplemente se quedó ahí sentado, sin hacer nada mientras Yvonne y los demás la humillaban.
Por más que esto pasara a menudo, aún le dolía.
Freya se tragó el dolor y la decepción. En un tono sereno, preguntó: "¿Quieres que te prepare algo para comer?".
Alexander mostró una mueca de burla. "¿No dijiste que nunca más volverías a cocinar para mí?".
Sus palabras llevaban un toque de acusación, como si pudiera ver a través de cada máscara que Freya intentaba usar.
Ella mantuvo la voz suave. "Prepararte un vaso de leche no me tomará mucho tiempo".
Freya solía hacerle sopa todos los días, pero él nunca la disfrutaba. A pesar de sus intentos de animarlo, él siempre se quejaba de que sabía a medicina, amarga e insoportable.
Nunca se dio cuenta de que en realidad era un medicamento, cada tazón preparado para ayudarlo a recuperar su salud.
Se rumoreaba que Alexander no sentía atracción por las mujeres y él parecía convencido de que era inmune a la tentación. Ni una sola mujer, ni siquiera una desnuda en sus brazos, podía despertar su deseo.
La verdad era que nunca tuvo la oportunidad. Su enfermedad crónica lo había dejado demasiado débil, y cuando llegó a la adultez, su cuerpo simplemente dejó de funcionar. Tener hijos estaba fuera de discusión.
La razón por la que Tricia lo obligó a casarse con Freya no tenía nada que ver con el miedo a la influencia o el poder de Yvonne. Eligió a Freya simplemente porque ella podía ayudarlo a recuperarse.
Sin embargo, ese secreto era algo que Alexander nunca descubriría.
"¿Ah, de verdad? ¡Qué amable de tu parte, de verdad!". Alexander frunció el ceño, malinterpretando sus intenciones.
Freya decidió cambiar de tema, y su tono se volvió más profesional. "Bien, nada de leche. Hablemos del divorcio. ¿Viste mi mensaje? Mañana a las diez. No dejes que tu asistente lo posponga. Hagámoslo oficial".
Él no dijo nada, negándose a mirarla.
"Lamento haber ocupado el lugar de Yvonne todo este tiempo. Solo dame una noche más y mañana estaré fuera de tu vida". Un dolor sordo le apretó el corazón a Freya, pero se obligó a no decir nada más.
Alexander debería haberse sentido aliviado al oír que Freya aceptaba el divorcio, pero la forma en que ella hablaba, tan tranquila y distante, solo hizo que su ira se encendiera.
Su voz se volvió fría. "Entonces, ¿eres tú quien se aparta del camino por Yvonne y por mí, o soy yo quien se aparta por ti?".
Freya parpadeó, tomada por sorpresa. "¿Qué intentas decir?".
"Sabes perfectamente a qué me refiero", replicó él con mirada penetrante.
Ella lo miró a los ojos, negándose a dejarse intimidar. "Si tienes algo que decir, solo dilo".
"No te hagas la inocente. Tricia acaba de morir y ahora estás ansiosa por irte. ¿No será porque sabes que ya no recibirás ese millón mensual? Sabes muy bien que sin ella ni siquiera te dejaría vivir en esta casa, y mucho menos te daría acceso ilimitado a mis tarjetas. Alguien como tú, dispuesta a dejar de lado tu autoestima por dinero, sin duda empezará a buscar a su próxima víctima de inmediato", se burló Alexander.
Sus palabras eran crueles, pero Freya había oído cosas peores a lo largo de los años. Eso no significaba que dejaran de dolerle.
En el primer año de su matrimonio, cada céntimo que recibía de Tricia iba directamente a los tratamientos contra el cáncer de su abuelo.
Después de que Brett falleciera, los pagos mensuales se destinaron a hierbas y remedios raros para desintoxicar el cuerpo de Alexander, cuidadosamente guardados para cuando más los necesitara.
El mes pasado, una píldora milagrosa se vendió por veinticuatro millones en una subasta exclusiva, y Freya fue quien la compró.
Esa píldora estaba haciendo su efecto en Alexander. La transformación era innegable: de repente, ya no le costaba mostrar un interés real por las mujeres.
Con todos los recursos a su disposición, Alexander no tardaría en descubrir en qué se gastaba su fortuna.
Sin embargo, se negaba a creer nada bueno de Freya y se aferraba a la idea de que a ella solo le importaba el dinero. Pensaba que, aunque la verdad estuviera frente a él, la retorcería para convertirla en otra estratagema de la que ella supuestamente se había beneficiado.
"¿Dije algo que te impactó tanto que olvidaste cómo responder?", presionó él, buscando una reacción cuando ella se quedó callada.
Freya había oído tantos insultos de su parte que había aprendido a ocultar sus sentimientos e ignorarlos.
Mañana terminarían las cosas, y se recordó a sí misma que solo necesitaba pasar una noche más.
Estabilizó sus pensamientos antes de ofrecerle una suave sonrisa. "Si creer eso te ayuda a dormir por la noche, adelante".
Se levantó de su asiento, dispuesta a marcharse.
Justo cuando pasaba junto a él, la agarró de la muñeca y tiró de ella hacia el sofá.
Se cernió sobre Freya, quien pudo oler el aliento en su alcohol mientas se inclinaba más.
"¿Te volviste loco?". La cercanía la puso tensa y sintió que el peligro se acercaba.
Alexander la miró con una frialdad que la inquietó. "Freya, has sido mi esposa durante tres años y nunca te has comportado como tal. ¿Crees que nuestra familia acepta a los aprovechados? Quiero saber si realmente vales el millón que te llevas cada mes".
No esperó respuesta y apretó su boca contra la de ella con una brusquedad que no contenía afecto.
Freya reaccionó por instinto e intentó apartarlo, pero sus manos se quedaron inmóviles cuando un pensamiento repentino cruzó su mente.
Ver desvanecerse su resistencia solo hizo que el desprecio de Alexander se retorciera más en sus ojos, sin embargo, su cuerpo se inclinó hacia ella, impulsado por un impulso de dominarla por completo.
No se le ocurrió ninguna explicación para la forma en que de repente se sintió atraído por la presencia de Freya.
Habían compartido la misma cama durante tres años, pero nunca antes lo había visto con este deseo.
A Alexander le parecía lógico que su nueva obsesión por perseguir a otro hombre fuera lo que lo había provocado esta vez.
Su matrimonio estaba terminando, pero aún quería dejar un recuerdo que ella nunca olvidaría.
La amabilidad nunca influyó en la forma en que Alexander la trataba. No sentía más que desprecio por Freya.
Las lágrimas corrían por el rostro de la joven, pero esta vez no fueron sus crueles palabras las que la destrozaron, sino el dolor agudo e implacable.
Sin nada que perder, se defendió. Sus uñas lo arañaron con desesperación, lo que solo estimuló a Alexander a volverse aún más duro, su ira igualando el desafío de ella.