El consultorio del doctor se sentía frío, estéril, un marcado contraste con las emociones turbulentas dentro de mí. Yacía en la mesa de exploración, mi vientre hinchado expuesto, mientras el transductor del ultrasonido se deslizaba por mi piel. El suave siseo del latido del corazón de mi bebé llenaba la habitación, un recordatorio rítmico de la preciosa vida que crecía dentro de mí.
-Está perfectamente sano, Elena -dijo la Dra. Alarcón, su voz cálida, mientras señalaba la imagen parpadeante en la pantalla-. Latido fuerte, buen desarrollo. Lo estás haciendo maravillosamente.
Una ola de amor abrumador me invadió, eclipsando momentáneamente la oscuridad. Mi hijo. Mi Apolo. Era perfecto.
La Dra. Alarcón hizo una pausa, su mirada se suavizó.
-Sé que este es un momento difícil para ti, dado lo que me contaste. Pero... ¿estás absolutamente segura de tu decisión? ¿De interrumpir el embarazo?
Se me cortó la respiración. Las palabras, dichas en voz alta, fueron como un golpe físico. Interrumpir. Era la única manera, me había convencido. La única manera de desaparecer de verdad, de borrar la amenaza que Hernán representaba. Si no había niño, no tendría razón para buscar. Ninguna razón para perseguirme.
Pero entonces lo vi de nuevo, en la pantalla. Sus diminutas manos, su corazón fuerte y latiendo. ¿Cómo podría? ¿Cómo podría hacerle esto a él? ¿A mi bebé inocente? Él era lo único bueno que había salido de esta pesadilla.
-Yo... necesito más tiempo para pensar -tartamudeé, mi voz apenas un susurro. La idea de perderlo, después de luchar tanto para mantenerlo alejado de Hernán, era insoportable. Era mío.
La Dra. Alarcón asintió suavemente.
-Tómate todo el tiempo que necesites, Elena. Pero recuerda, cuanto más avanzado esté el embarazo, más complicadas se vuelven las cosas. La elección es tuya, pero es una elección profunda -me entregó un folleto con información sobre cuidados prenatales y grupos de apoyo-. Sigue con tus vitaminas. Y trata de descansar.
Salí de la clínica, el aire fresco del otoño mordiendo mi piel expuesta. Me ajusté el abrigo, pero el frío era interno, filtrándose en mis huesos. Mi mente era un torbellino de indecisión agonizante. Mi hijo. Mi necesidad feroz y urgente de protegerlo. Y las terribles y desgarradoras opciones que se me presentaban.
Justo cuando llegué a la calle, un elegante coche negro se detuvo en la acera. La ventanilla polarizada bajó, revelando el rostro impasible de Hernán. Se veía caro, impecablemente vestido, un marcado contraste con mi abrigo gastado y mi aspecto cansado. Sus ojos, sin embargo, tenían una intensidad escalofriante.
-Elena -dijo, su voz un gruñido bajo-. ¿Qué estás haciendo aquí?
Antes de que pudiera responder, salió del coche, su mano sujetando mi muñeca. Su agarre era de acero, doloroso contra mi delicada piel.
-¡Suéltame! -siseé, tratando de alejarme. El dolor en mi muñeca me hizo hacer una mueca.
-No juegues, Elena. Huir, ignorar mis llamadas, ¿qué es esto, un patético intento de ganar ventaja? ¿Crees que simplemente te dejaré desaparecer con mi heredero? -sus ojos ardían con una furia fría-. No olvides con quién estás tratando.
-No lo he olvidado -repliqué, mi voz temblando de rabia contenida-. No he olvidado el acuerdo prenupcial, la forma en que te aseguraste de que no tuviera nada. No he olvidado a Ana Sofía Montero, ni el hecho de que planeabas darle nuestro hijo a ella. No te atrevas a hablarme de jugar, Hernán.
Se estremeció, un destello de sorpresa en sus ojos. Su agarre se aflojó ligeramente, pero no me soltó.
-Tú... ¿lo sabes?
-¿De verdad creíste que sería tan tonta? -escupí, una risa amarga escapando de mis labios-. ¿Pensaste que no ataría cabos? ¿El cumpleaños de Ana Sofía como contraseña, su condición cardíaca, tu gran plan de usarme como incubadora? Te salvé la vida, Hernán. ¿Y qué obtuve a cambio? ¿Ser un cordero de sacrificio para tu 'verdadero amor' y su desesperado deseo de un heredero?
Me solté la mano de un tirón, el impulso enviando una sacudida por mi cuerpo.
-Te quedaste de brazos cruzados mientras yo sufría, mientras mi carrera se estancaba. Dejaste que Ana Sofía me manipulara, enviándome fotos de ustedes juntos, exhibiendo mi anillo de bodas en su dedo. ¿Tan barata era que incluso mi dolor era una fuente de diversión para ambos?
Su rostro se puso ceniciento, el color drenando de sus mejillas. Sus ojos, generalmente tan serenos, ahora tenían un destello de algo que no había visto en años: culpa.
-Elena, yo... -tartamudeó, su mirada desviándose-. Nunca quise que te enteraras de esta manera. Hubo... complicaciones.
-¿Complicaciones? -me reí, un sonido áspero y sin humor-. La única complicación fue que no estaba tan ciega como pensabas. Te amaba, Hernán. Realmente creía en nosotros. Pero no me engañarás más.
Mi mano fue instintivamente a mi vientre. Un calor feroz y protector se extendió por mí.
-Este niño -declaré, mi voz clara y firme-, es mío. No es tuyo para regalarlo. Y no será criado por Ana Sofía Montero.
Los ojos de Hernán se abrieron de par en par, un horror naciente en sus profundidades.
-Elena, no puedes. Es mi hijo. Es un Torres.
-Es un Yáñez -repliqué, lanzándole su apellido como una maldición-. Y no tendrá nada que ver contigo. Nunca.
Me di la vuelta, de espaldas a él, y me alejé a toda prisa, mis pasos pesados pero decididos. No miré hacia atrás, pero oí su llamada desesperada: "¡Elena! ¡Espera!". Se movió para seguirme, pero eché a correr, el dolor en mi costado nada comparado con el fuego en mi alma. No dejaría que me tocara. No dejaría que tocara a mi hijo.
Regresé a mi pequeño apartamento, mi corazón aún latiendo con fuerza. La decisión estaba tomada. Tendría a mi bebé. Lo criaría, lo amaría y lo protegería del hombre que lo veía como una propiedad.
Unos días después, justo cuando empezaba a creer que podría encontrar una pizca de paz, sonó mi teléfono. Era Javier.
-Elena -dijo, su voz tensa-. Hernán todavía se niega a firmar los papeles del divorcio. Amenaza con demandar por la custodia total del niño. Te está pintando como inestable, afirmando que intentaste interrumpir el embarazo por despecho. Está usando sus inmensos recursos, Elena. Esta será una lucha brutal.
Mi mano voló a mi vientre, una oración silenciosa formándose en mis labios. Mi bebé. Mi vulnerable hijo por nacer. Hernán no ganaría. Cerré los ojos, imaginando el rostro frío y calculador de Hernán, la sonrisa manipuladora de Ana Sofía. Me destruirían, y se llevarían a mi hijo.
Una aterradora comprensión me invadió. No podía luchar contra él abiertamente. Era demasiado poderoso, demasiado despiadado. No tenía ninguna ventaja, ningún recurso para igualar los suyos. Todo lo que tenía era mi desesperación, mi amor feroz por mi hijo.
-Javier -dije, mi voz firme, aunque mi corazón se estaba rompiendo-. Háblame de 'La Red Clandestina'. La red que ayuda a las mujeres a desaparecer.
Su silencio fue pesado.
-Elena, este es un camino peligroso. Es irreversible.
-Lo sé -respondí, una nueva y escalofriante resolución asentándose sobre mí-. Pero no dejaré que mi hijo nazca en esta guerra. No dejaré que sea un peón en el retorcido juego de Hernán. Dime qué necesito hacer. Me aseguraré de que Hernán acepte el divorcio. Y nunca nos encontrará.
La línea telefónica crepitó, luego la voz de Javier, resignada pero decidida, llegó.
-Está bien, Elena. Escucha con atención. Así es como empezamos.