Cuando cometes un fatídico error y puedes sentir presente la llaga que has producido, de inmediato intentas borrar de su mente el dolor que causaste, pero al sentir su frío silencio y desolada mirada, te das cuenta que esa lágrima que esconde terminó con su paciencia.
Sin perder la esperanza intentas sacarle una sonrisa, intentas lograr que se apiada de ti y que sepa perdonar el equivoco de tu mente impulsiva, mientras más pasan los segundos y poca es la atención que pone a tus ruegos de perdón, empiezas a divagar y piensas, piensas que tal vez exagera, piensas que tal vez tiene razón, piensas que puede ser el segundo final de todo lo que amas y pensaste que era inmortal, pero al ver que poco a poco se desvenase esa esperanza de perdón, ella se marcha dejándote confundido y lleno de remordimiento.
Al ser el amor tan grande el que ella te provoca, empiezas a crear momentos, momentos en los que sales victorioso, y motivado por esas falsas ilusiones, conviertes a tu mente en una fábrica de posibilidades para lo que vas a decir y lo que puedes hacer, para que una de esas miles ilusiones se convierta en el momento de reconciliación, así que escoges una de esas, le das cuerda y esperas se cumpla tu añorada predicción.
Dejas que pasen las horas, dejas que ella reaccione y libere el cariño que te dice tener, pero esto no es lo que sucede, solo te encuentras con la carta en blanco y el dolor que todavía te sigue atormentando, es entonces cuando decides no llorar más por esa herida, cubrirla con la divagancia de tu cordura y dejando entrar las adicciones, después encuentras un poco de tranquilidad, una tranquilidad del momento, y crees que lo puedes lograr, crees que puedes seguir con tu vida sin derramar una sola lágrima más por ella.
Pero llega ese momento en que la vuelves a ver, y de inmediato regresan los dolores punzantes, esos que te llevaron a la ilusión, al verla te armas de valentía y la saludas con un tono desolado, ella repite tu acción e intenta seguir con su camino, tú, apresurado por dar fin con su despedida, con el último esfuerzo que te queda, te paras en frente del silencio abrazador y le pides una explicación, cansada de tu insistencia te responde con odio y dolor, tú, roto por sus palabras le respondes agresivo y dejando salir un odio que jamás pensaste le tenías, el lugar de encuentro se convierte en zona de guerra donde cada palabra sale con una lágrima de arrepentimiento.
El pleito termina veloz, porque te das cuenta que ese cariño que siempre le tuviste sigue suplicando por un abrazo de perdón, así que dejas que gane la batalla y te muestras como un ser indefenso que necesita de sus cuidados, al verte triste y derrotado te da la mano y te hace saber que todavía pude olvidar tu fatídico error, sin mucha confianza en su palabra das por terminado el conflicto que causaste, pero te queda esa inseguridad de lo que pude pasar en la siguiente equivocación.