Era mi último semestre de la universidad, nos habíamos dedicado a andar de fiesta en fiesta. Pensábamos que al graduarme debíamos madurar y ya no podríamos divertirnos con desenfreno. La vida nos cobró muy caro nuestro comportamiento.
Desde la ambulancia llamé a mi padre. Él es médico neurocirujano, director general del Hospital Privado de Neurología.
- ¡Tráiganlo ahora y cálmate por favor Sara! - Me dijo con firmeza, mientras yo trataba de conectar aquella pesadilla con mi realidad. Una impotencia que no le deseo a nadie.
Carlos, mi Carl, estuvo en terapia intensiva por varios días, no mejoró, aunque jamás perdió la conciencia. Estuve con él en todo momento, por mí no me hubiera separado de él ni un segundo, pero mis padres insistieron. Mi mamá pasaba a recogerme y me llevaba a casa a descansar un rato todos los días y luego de vuelta al hospital.
La madre de Carlos se encontraba en la India, resguardada en un retiro espiritual budista, fue bastante complicado localizarla, y al final dijo que volvería al terminar su retiro, seguro la mala pasada de su hijo no era tan grave. No tenía idea.
Su padre, un político de las altas esferas, pagó mucho dinero para que la noticia no saliera en los medios de comunicación. Al verme tan comprometida en su cuidado, se desentendió totalmente de su hijo. No me cabía en la cabeza como era posible que no le importara, no volvió al hospital. Ese día comprendí que Carlos sólo nos tenía a nosotros, mis padres, mi hermano, su amigo Franco y yo:
-Sara, perdóname. Debí escucharte...- Me dijo con mil aparatos conectados por todo el cuerpo.
-No digas nada. No gastes energía-. Pero él insistía en hablar, tenía poco tiempo y quizá tanto que decir.
-Tengo que hacerlo- respiraba con dificultad-. Se me acaba el tiempo Sara.
-No Carlos, para...- Y yo angustiada, temiendo el final, negándome a la idea de perderlo-. Eres joven y fuerte, saldremos de esta Carl... ¡No puedes dejarme!
-Sara, voy a morir, no nos engañemos, estoy muy mal, y me duele mucho verte triste. Necesito saber que me iré y estarás bien sin mí, Sara, por favor, sé fuerte, tú eres valiente, por eso me enamoré de ti.
En el fondo, yo sabía que Carlos no mentía, además sentí su tristeza por la ausencia de su familia y la idea de dejarme así, destrozada. Él sólo tenía a sus padres, no tenía hermanos, ni abuelos, algunos parientes lejanos.
Unos días antes del accidente, le dije que estaba cansada de tanta fiesta, que era momento de parar. "Una más y ya Sara... La de despedida, prometo que cambiaremos, seguiremos con nuestros planes, quiero estar contigo siempre", me dijo. Verlo así, inmóvil, con todos nuestros sueños esfumándose por la ventana dolía mucho, en lo más profundo del alma.
-Mejorarás, ya verás, es cuestión de tiempo...- le dije intentando entusiasmarlo.
-Es tarde Sara, se me pasó la mano, no podré cumplir la promesa que te hice...- apretó los ojos con una lágrima recorriendo su lastimado rostro, apretó mi mano.
-Carlos, no es tu culpa, los dos nos dejamos llevar. Intenta salir adelante por favor-. Mi padre ya me había dicho que había pocas esperanzas, sus órganos vitales estaban bastante dañados, y en caso de sobrevivir, no podría volver a tener una vida normal. Había perdido movilidad en casi todo el cuerpo.
-No Sara, yo no debí permitir que entraras en este juego loco, quedamos que sin drogas, y te fallé, ahora mírame, moriré, pero es lo mejor, quiero que me perdones y me prometas que seguirás con tu vida, por ti, tienes que ser feliz sin mí.
-No me dejes Carlos, por favor. - Era inevitable no llorar, mi vida entera estaba en nuestros planes juntos.
- ¡Sara! Prométeme que dejarás este ambiente, termina tu tesis y vete a Roma como lo planeamos, estudia la maestría, conoce gente, viaja, vive - me miraba con dolor, con un profundo dolor en su mirada.
Sin duda, era imposible dejar de llorar, las palabras de Carlos me llegaban al corazón, hacerme a la idea de perderlo era demasiado, era un tema tan fuerte y delicado. Llevábamos cinco años juntos. Me pidió matrimonio meses atrás para irnos a estudiar juntos la maestría de ciencias políticas a Roma, en una de las mejores universidades. Como iban las cosas... quizá tendría que posponer los planes.
-Sara, debes ser fuerte- tomó aire- cada vez estoy más débil, no podré salir de esta nena... te amo, pero mi cuerpo ya no puede más Sara... dime que me perdonas porque te dejaré... tú continúa con tu vida, debes seguir adelante... eres demasiado hermosa y joven.
Sollozando, me recosté en su pecho, mientras él, con la poca fuerza que le quedaba, pasó sus dedos por mi cabello.
-Respóndeme Sara, no puedo morir tranquilo sin tu perdón.
-Te amo Carlos, no tengo nada que perdonarte, siempre te amaré...
-Acércate, dame un beso.
Con las mejillas humedecidas me acerqué, besé su mullido rostro, lleno de pequeñas cicatrices, unas más profundas que otras, sus carnosos labios, sus hermosos ojos negros.
-Te amo Sara...- y después de un suspiro, presionó con fuerza mi mano y se marchó, dejando un gran vacío en mi corazón.