Capítulo 2 EFIMERO

Los dolores no acaban, sigo mal y esto de recordar acomoda el desorden que acabo de hacer en mi mente hace unos días en plena situación extrema. Pensar por qué unos se van y otros vuelven, así de golpe, sin avisar. Ni siquiera puedo presentir, porque olvido rápido lo que me encierra en el sentimiento de la tristeza. Bueno, no es tanto así, a veces hay caminos rápidos y otros que duran un extenso tiempo de reflexión donde lo que hay más son los desquites de uno mismo, tratar de desaparecer y así eliminar por completo todo. Una dura lucha por seguir existiendo con los malos designios.

Pues, siendo pequeño y con cuidados externos aún no sabía que era o, hasta profundamente por qué era. Voy formándome desde casa, creando una especie de sistema que encontré en una tarjeta, dentro de ella hay la imagen del concepto de una familia nuclear, completa y enraizada de cariño y armonía. Todo bien, personas me rodean y las relaciono; sus rostros se hacen cada vez más mi costumbre y entablo comunicación, no tanta a la perfección, pero algo es algo. El esfuerzo para adentrarme a reconocer qué cosas suceden cada día desde casa se hace más intenso, copio frases para poder formular las preguntas más simples: por qué, cómo.

Yo podía ver a mi madre trabajar y cuidándome al mismo tiempo, a veces era todo junto; yo encima de su espalda mientras ella hacía movimientos, lamentablemente no podía ver bien. Mayormente solo su cabello era mi mundo, jugaba y lloraba sin razón; complejo normal de bebé llorón. No sé qué quiero, hay tantas opciones en este mundo para decidirse de una cosa. Parece más simple entenderme de pequeño ahora que analizo esta parte donde me ajetreo por equivocar mi desarrollo y el tiempo que lleva a cabo.

Yo soy feliz, ya tengo una costumbre implantada, qué importa cómo se dio; ya está. Sin embargo, hay sorpresas inesperadas, tengo que ir a un lugar donde hay otros como yo, pequeños y tontos. Siento temor, pero me aguanto, mi madre me enseño que los hombres no lloran... Tal enseñanza me marcará un buen tiempo luego.

Me veo ridículo, es que no alcanzó lo que quiero en ese lugar nuevo; no puedo hablar ni moverme, tan solo los ojos los tengo dando vueltas. En frente mío hay una mesa con un papel y varios lápices de colores, mi desastre empieza desde ahí. Explicarlo es fácil, es una lucha de instinto contra mi costumbre: ya que naciendo tuve la decisión suprema de hacer las cosas con más ánimo de todo mi lado izquierdo, eso es anormal. No soy el único, pero mi madre no quiso que fuera así; por ello esforzaba mis articulaciones para poder hacer lo contrario, obviamente eso es algo forzado, por ende, doloroso.

Todavía lo recuerdo, estar cada día garabateando con la mano derecha tratando de formar figuras o por si suerte tenía, alguna palabra. Todo fue peor en el jardín escolar, mandaban tareas, muchas para estimular ese ritmo que me incomodaba; probablemente luego de unos meses metido en ese embrollo le comunicaron a mi madre ese problema y que debía a ir a un lugar aún más extraño, donde la especialidad se hace un defecto y solo hay misterio en el futuro.

                         

COPYRIGHT(©) 2022