-Happy birthday, gommie bear- alcé la mano con enojo apagando la alarma desde mi celular. Maldito seas, Chay, por programar el saludo desde otro puto país.
Me senté en la cama y bostezando rasqué mi cabeza. Eran las ocho y treinta de la mañana. Estirándome de pie y en ropa interior caminé hacia el baño.
Me miré en el espejo, lucía demacrado, cansado y ojeroso. Lo mismo que veía siempre en mi reflejo.
Al cabello empezaba a hacerle falta un corte. Los colores cobrizos de mi madre y los rubios de papá empezaban a mezclarse de una forma bastante rara. Maldita genética.
Mis ojos seguían siendo los mismos. De un celeste hielo que asustaba a cualquiera. No habían patas de gallo ahí. Al menos aún no.
Cumplía treinta años. Los gloriosos treinta, pensaba mientras me daba un rápido baño. La época de los jóvenes frustrados y de los viejos soñadores. La edad dorada.
Salí envolviendo mi parte inferior en una toalla para abrir el armario desde la pantalla digital y tomar unos bóxers limpios. También un jean grisáceo, una camiseta color naranja y unas Nike negras y grises. Eran un modelo viejo pero qué más da. Ya nadie está pendiente de esas banalidades.
Ahora son otro tipo de banalidades las que nos gobiernan.
Encendí el televisor mientras me ponía los zapatos.
- Cindy, televisión encendida- dije en voz alta y no pasaron dos segundos para que el canal de noticias diera su reporte diario.
La conductora parecía muy seria y arqueé la ceja viendo cómo a un lado de ella había una imagen de unas puertas de vidrio cerradas.
-"La prostitución sintética está explotando en China y empezando a coger fuerza en otras partes del mundo. Los prostíbulos llenos de estas muñecas y muñecos se han extendido por megalópolis como Shanghái, Pekín, Chengdu y Tianjin. El diario 'China News' afirma que algunas de estas ciudades tienen docenas de estos locales con una clientela fiel."
Blanqueé los ojos. La gente cada vez estaba peor.
Y es que ahora no sólo podías pagar por un encuentro sexual con una muñeca que seguramente te dejaría alguna enfermedad venérea.
Mi teléfono sonó y lo tomé. El dispositivo se transformaba fácilmente en un reproductor de tercera dimensión por lo que en lugar de ver a la pantalla a mis padres, los veía directamente sobre el aparato.
-¡Feliz cumpleaños, hijo!
-¡Feliz cumpleaños, mi tesoro!
Sonreí a ambos. Lucían muy sonrientes y felices.
-Gracias a ambos- dije de corazón.
-Ay, Adriel, estoy tan feliz hijo, por fin vendrás a casa hoy- resistí el impulso de rodar los ojos.
-Ya son treinta años, hijo- dijo mi padre sonriendo lleno de orgullo- ¿Qué harás hoy?- mi mamá le dio un codazo.
-¿No ves que vendrá con nosotros?- le dijo molesta y luego me miró poniendo su mejor sonrisa- ¿Verdad que sí, Adriel? Porque ya te estoy preparando tus postres favoritos- mi estómago rugió de puro amor.
-¿Pie de limón?- adiviné.
-Así es, y torta de piña y un mousse de chocolate con fresas- afirmó sonriente.
-¡Ay, mamá, te pasas! - dije feliz mientras les oía reír- ¿Así cómo rechazo la invitación?
-Pues suerte que no lo hagas, sino tu papá bien podría amanecer en el hospital luego de semejante ingesta- dijo burlona y mi papá le sacó la lengua. Admiraba su relación, cincuenta años juntos y se trataban como dos chiquillos traviesos.
El teléfono vibró, había una llamada en espera.
-Escuchen, nos vemos en la tarde, ¿Okey? Los amo- les dije apresurado antes de colgar.
El aparato me mostró ahora a mi buen amigo asiático, el hijo de puta Chay.
-¡Qué hay, cumpleañero!- dijo sonriente y le devolví el gesto.
-Todo está bien, hermano, ¿Qué hay de ti?- le pregunté
-Excelente, todo va genial, voy a llegar pronto para que celebremos tu gran día, ¿Okey?- me reí, ambos sabíamos lo aburrido que era y que sin él literalmente no ligaría jamás. Odio hablar de mí mismo, odio preguntarle cosas a otros sobre ellos mismos, básicamente moriría virgen si ese guapetón bastardo no fuese mi mejor amigo- Oye, ¿no te ha llegado mi paquete?- fruncí el ceño.
-No, perro, ¿De qué paquete hablas?- pregunté y en ese preciso momento, el timbre sonó.
Chay chilló emocionado.
-Esto estará buenísimo, pensé que me lo había perdido- dijo feliz y yo no podía entender un carajo.
-Espera- le dije, como si pudiera moverse.
Fui a la puerta a abrir y un paquete bastante grande estaba ahí. ¿Cómo sabía ese tonto que llegaría a esa hora exactamente?
El dron me entregó la tableta para firmar y sin ver lo hice utilizando mi dedo.
Se marchó y miré aquella caja de un metro y setenta centímetros de alto por un metro y medio de ancho preguntándome cómo carajos haría para meterlo.
Me costó un poco, pero lo logré.
Con esfuerzo me paré en mitad de la sala y fui por el celular en donde el paciente Chay seguía.
-Hermano, me costó mucho tiempo moverlo, me matarán en el trabajo por llegar tarde- aseguré y bufó.
-Viejo, sólo ábrelo. Lo amarás tanto que llamarás a la oficina y te reportarás enfermo- prometió y no pude evitar reírme.
-No, no creo. Lo haré cuando vuelva, esta noche, ¿Okey?-
-¡Oye, Adriel!- se quejó pero era muy tarde.
-Te amo, cielo, nos vemos- dije burlón escuchándolo colgar y lo vi sacar el dedo de el medio un segundo antes de que la pantalla de el teléfono se hiciera regular.
Miré la caja divertido, de qué puta broma se trataría esta vez.
Pero no tenía tiempo y corriendo salí de el apartamento para llegar a mi motocicleta y tal vez sólo tal vez, llegaría antes que mi jefe.