Conocí a una prostituta que una vez me preguntó si tenía auto porque siempre la iba a buscar en bicicleta. Un día nos encontramos en la plaza y me dijo que podíamos hablar porque ella no estaba trabajando. Comenzamos a vernos más seguido y en uno de esos encuentros me confesó que había decidido terminar con la prostitución por culpa de la droga y ya a su edad y con dos hijos no podía seguir haciendo esa vida. Que había sido una mala hija, porque sus padres habían sido los mejores del mundo y que ahora era muy tarde, porque ambos habían fallecido.
Su padre había muerto de cáncer y su madre de un infarto por la mala sangre que ella le había provocado debido a su estilo de vida. No quería que sus hijos, Dany y Sol, pasaran por lo mismo, querían que estudien, que sean alguien, que no cayeran en la droga y que no fuera lo primero que encuentren cuando llegaran a la adolescencia.
A los pocos días, fui a buscarla a la casa de su hermana donde vivía con sus dos hijos. La hermana me dijo que había desaparecido y que después de muchas horas, habían encontrado su cuerpo mutilado y desparramado en una zanja.
Me derrumbé, tomé una botella de vodka y pensaba qué podía hacer un fracasado como yo, que todavía laburaba con mi viejo y todas las minas se arreglaban con compañeros y amigos que tenían puestos más altos que el mío, yo prácticamente me limitaba a atender el teléfono.
Estaba perdido, veía a mi chica cruzar la avenida cuando un auto la atropellaba, veía volar su cuerpo en pedazos, su cabeza rodaba por la calzada. Trataba de alcanzarla y cayó en una alcantarilla, me tiré al piso, metí la mano y grité su nombre con todas mis fuerzas. Se llamaba Sandra. Sólo me quedaba una cosa por hacer, encontrar al asesino. Así fue como me depilé las piernas, me vestí con la ropa que Sandra había dejado en mi casa, me maquillé, pinté mis labios y fui a la avenida a esperar tipos con auto. Una amiga me marcó al tipo que siempre la traía golpeada y abusada por sus amigos, se llamaba Alan.
Le hablé de Sandra y le comenté que ella siempre llevaba un arma para defenderse, él sacó un arma igual, que obviamente era de ella y apuntándome me llevó hasta un garaje donde estaban sus amigos y me arrojó sobre un colchón. Me violaron y golpearon varios tipos como le había pasado a Sandra. Ahora estaba sintiendo y estaba pasando por el mismo infierno que a mi Sandra le había tocado vivir.
En un descuido, tomé el arma cargada de Sandra que estaba sobre la mesa y le volé la cabeza a uno por uno, le disparé a la cámara que nos estaba filmando, rocié todo con nafta y salí caminando, el lugar ardió en llamas. Las cámaras del barrio sólo filmaron a una mujer con lentes negros que se iba caminando. Ahora yo era Sandra y yo mismo. Regresé a la casa de su hermana y al tiempo comenzamos una relación.
Ya hace quince años que estamos juntos, los chicos crecieron, se recibieron y nunca se mezclaron con la droga. El destino que Sandra soñó para ellos se había cumplido.