Él era alto, de cabello entrecano y ojos que parecían leer el alma de quien los mirara, proyectaba una imagen impecable ante cualquier hazaña.
Sin embargo, la perfección de su fachada ocultaba un secreto que latía en cada rincón de esas paredes de ese edificio, un secreto que, hasta ahora, nadie conocía y que tampoco irían a conocer.
-Señor Velasco, aquí están los documentos que solicitó para la junta de mañana. Están todos en orden, ya me encargué de confirmar la asistencia mediante el correo empresarial, y todos estarán aquí muy puntuales y a las 8:00 de la mañana, así como usted lo ordenó. -anunció Sofía Martínez al entrar con una carpeta en las manos a su oficina.
Sofía es su secretaria ejecutiva, era una mujer de 28 años cuya belleza natural desarmaba incluso al más estoico. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos verdes irradiaban ambición y misterio en cada mirada.
Había trabajado para Leonardo durante tres años y, en ese tiempo, había aprendido a moverse con la elegancia y la discreción que él exigía, además de que también había aprendido a conocerlo a la perfección, como nunca nadie lo ha hecho en toda su vida.
-Déjalos en la mesa, Sofía -respondió Leonardo sin levantar la vista de lo que hacía para voltear a mirarla. Pero cuando ella se acercó, su voz cambió a un tono más suave-. ¿Por qué sigues aquí tan tarde?
Sofía sonrió con timidez, aunque había algo más que timidez en sus ojos.
-Sabía que estaría trabajando hasta tarde. Me gusta asegurarme de que tiene todo lo que necesita para no estar corriendo antes de la reunión de mañana.
Leonardo cerró el informe y la miró por fin. Ese instante fue suficiente para que el aire se llenara de una tensión palpable entre ambos.
-Eres demasiado dedicada, Sofía -dijo, levantándose de su silla. Su tono era mitad elogio, mitad advertencia. Y sus ojos, la miraban de manera distinta a como lo hacían cuando se trataban de asuntos laborales.
Ella mantuvo la mirada, aunque sentía que su corazón se aceleraba inesperadamente cada que eso pasaba entre ellos. No era la primera vez que se encontraba a solas con él en esa oficina después de que todos se habían ido. Y no era la primera vez que sus palabras parecían contener más de lo que decían.
-Es mi trabajo, señor Velasco -contestó con voz suave, pero segura.
Leonardo se acercó, cruzando la distancia entre ellos con pasos lentos y deliberados.
Cuando estuvo a un suspiro de distancia, inclinó la cabeza y susurró:
-Sabes que eres mucho más que eso.
Antes de que ella pudiera responder, él tomó su rostro entre las manos y la besó.
Fue un beso apasionado, intenso, que quemaba con la fuerza de lo prohibido.
Sofía se encuentra atrapada entre el deseo y la duda, pero finalmente se dejó llevar.
Sabía que lo que hacían estaba mal, pero cada caricia, cada mirada de Leonardo la hacía olvidar el resto del mundo. En ese momento, eran ellos dos lo único que importaba, nada más.
-Leo, esto... -comenzó a decir cuando se separaron.
-No lo pienses demasiado, Sofía -la interrumpió él, acariciando su mejilla-. Nadie tiene que saberlo. Nadie tiene por qué entrometerse en lo nuestro. Esto solamente lo sabremos tú y yo. Será nuestro secreto. Un secreto que nos llevaremos juntos a la tumba. ¿De acuerdo?
Sofía asintió, aunque en el fondo algo le inquietaba.
No era solo la clandestinidad de su relación, sino la sensación de que Leonardo controlaba cada aspecto de su vida, incluso los secretos que ella aún no conocía.
Lo que Sofía no sabía era que, al otro lado de la ciudad, en una lujosa mansión, la esposa de Leonardo y sus tres hijos disfrutaban de una velada tranquila, ajenos al fuego que consumía al hombre que creían conocer.
Mientras la noche avanzaba, el despacho del CEO se convirtió en un refugio para un amor que no debía existir. Pero, como todo secreto, este estaba destinado a salir a la luz. La pregunta no era si lo haría, sino cuándo.
El eco del reloj marcaba las 9:15 de la noche para cuando Sofía salió del despacho, tratando de calmar el torbellino de emociones que la invadía.
Caminó hacia el ascensor, sintiendo el peso de la mirada de Leonardo seguirla, incluso después de cerrar la puerta de su oficina a sus espaldas.
El silencio de las oficinas parecía amplificar el ruido de sus pensamientos: ¿qué tan lejos estaban dispuestos a llegar por una pasión que no debía de ser correspondida, pero que en realidad sí lo era?
En la planta baja, mientras esperaba el coche que la llevaría a casa, su teléfono vibró. Era un mensaje de un número desconocido.
"Tienes mucho que perder si sigues con esto. Detente antes de que sea tarde. Leonardo no es quien dice ser y quien tú crees que conoces. Aléjate de él y hazlo ahora"
El escalofrío que recorrió su cuerpo fue inmediato. Miró a su alrededor, pero el vestíbulo estaba vacío, salvo por el guardia de seguridad al fondo y él estaba muy concentrado en su trabajo como para decir que se había distraído en su celular y haya dedicado un poco de su tiempo a jugarle una mala broma a Sofía. ¿Quién podía saberlo? ¿Acaso alguien los había visto?
De vuelta en el piso 35, Leonardo permanecía de pie frente a la ventana, con un vaso de whisky en la mano. Desde ahí podía ver la ciudad iluminada, pero sus pensamientos estaban en otra parte. Su teléfono sonó y, al ver el nombre en la pantalla, un gesto de fastidio cruzó su rostro. Respondió, aunque su tono se volvió seco.
-¿Qué quieres?
Del otro lado, la voz de su esposa sonaba serena, pero había un dejo de incomodidad.
-Leonardo, ya es tarde. Los niños preguntaron por ti. Dijiste que llegarías temprano hoy y que comerías con nosotros.
Él apretó la mandíbula, pero mantuvo la compostura para no levantar sospechas innecesarias de su esposa y no tener que aguantar una discusión de la que no cabía lugar alguno esa noche que fue tan perfecta para él.
-La junta de mañana es crucial. No puedo permitirme errores.
Hubo un silencio breve antes de que ella hablara otra vez, esta vez con un tono más bajo, casi susurrante:
-Espero que eso sea todo lo que te retiene a no querer venir a pasar tiempo de calidad, ya descansar en casa, con tu familia.
Sin responder, Leonardo colgó. Sabía que Claudia, su esposa, no era ingenua. Siempre había sospechado de su habilidad para leer entre líneas, pero nunca había tenido pruebas. Aun así, esa llamada lo dejó inquieto por el resto de la noche.
Al otro lado de la ciudad, Sofía llegó a su apartamento, era pequeño pero acogedor. Cerró la puerta y se apoyó en ella, dejando escapar un suspiro cargado de tensión.
En la penumbra de su sala, observó la luz intermitente de otro mensaje.
"Esto no terminará bien para ti."
Sofía sabía que debía hablar con Leonardo, pero la idea de enfrentarlo con sus inquietudes solo alimentaba su ansiedad. Lo que ellos compartían no solo era peligroso, sino que parecía atraer sombras que amenazaban con destruirlos a ambos durante su camino.
Mientras tanto, una figura desconocida caminaba por un callejón oscuro, sujetando un sobre con fotografías. En ellas, la imagen de Sofía y Leonardo en un beso apasionado era clara como el agua.
"Es solo cuestión de tiempo.", murmuró para sí mismo, antes de desaparecer en la noche.