-A mí no me engañas, ¿acaso el dúo de las sintéticas Zipi y Zape te hicieron algo?
Ahí fue cuando exploté.
-¡¿Cuándo es que no me hacen algo?! Siempre es lo mismo, parezco su saco de boxeo.
-¿Quieres que hable con su jefe? No puede ser que siempre te estén maltratando y no hagas nada.
Escucharla fue como revivir mis años de adolescencia. Ya era una adulta y no debía necesitar que ella intercediera por mí. Debía luchar mis propias batallas.
-No te molestes, solo moverán sus enormes protuberancias en la cara de Rubén y será como si nada hubiese pasado.
Rubén era el jefe pervertido de las sintéticas, poco le importaba el trabajo que aquellas dos hicieran mientras que, de cuando en cuando, le pasearan alguna parte de su cuerpo por el rostro. Las malas lenguas decían que tenían una especie de trío aventura. Claro, solo eran cosas de cotilleos de oficina, ya que él estaba casado.
-Tienes razón -resopló-. Pero algo debería de hacerse, no es justo que te traten mal, no lo harían si se molestaran en conocerte mejor. -Esbozó una sonrisa de esas que una madre le dedicaba a su hija. Una buena madre, no la mía.
-No te preocupes, estoy bien; solo tuve una mañana difícil y me afectó más de lo esperado sus comentarios, pero en cuanto salga de aquí, me duche y este tranquila en casa, se me pasará.
-De acuerdo, te creeré; sin embargo, aún sigue en pie la oferta de echarlas de cabeza con su jefe. Ahora, para que te animes, toma estos documentos y llévaselos a Adán a su oficina. Me los pidió antes.
Cualquier otro día eso de ir a la oficina de Adán y encontrarme con él, sería mi sueño hecho realidad. No obstante, en esos momentos, con el cabello pegajoso, la ropa manchada, con el tufo a café rancio, más el dolor del hijo no nato bola en mi frente, no quería encontrármelo y que me mirara con lastima, o peor aún, con asco. Aunque no se lo iba a decir a Karen.
-Ahora mismo voy. -Intenté mostrar alegría y salí del despacho con los documentos.
En mitad del camino me debatí entre ir, o buscar una excusa. Lo miré a través de aquella puerta de cristal y comencé a babear. «¡Qué guapo es! Se ve tan lindo con la mirada perdida en la pantalla de su ordenador».
¡Vamos, tú puedes! Me animé y caminé hacia su despacho. Llamé a la puerta y él levantó la mirada, me dedicó una sonrisa y con la mano me indicó que pasara.
-Me envía Karen para traerte los documentos que pediste -casi no llegué a oír mis propias palabras.
Me observó extrañado, parecía preguntarse qué me ocurría. Antes de que me cuestionara, me di la vuelta de forma rápida en cuanto dejé los documentos en su escritorio, y me dirigí hacia la puerta.
-¡Diana!
¡Cómo me fascinaba que no me llamase Dolores!
-¿Sí, Adán? -Me di la vuelta y dirigí la mirada al suelo.
La cierto era que nunca me sentí lo suficiente fuerte para enfrentarlo.
-¿Ya desayunaste?
-¿Yo? No, ¿por qué? -Seguro quería enviarme a comprar su desayuno, no es que fuera mi trabajo, pero por él no me importaba ser su recadera.
-Entonces avisa a Karen y dile que vas a salir, iremos a la cafetería que hay frente al edificio. Si no te importa acompañarme.
Tardé medio siglo en contestar. Todavía no podía creer que esas palabras salieran de su boca y, para que sonaran aún más hermosas, mostraba una preciosa sonrisa.
-Sí, ¡ahora mismo! -grité, tan nerviosa, que mis piernas comenzaron a temblar y dejaron de responderme como debían.
En cuanto intenté caminar ellas lo hicieron con su propio rumbo y no el que le dictaba mi cerebro. A eso debía añadir que, si bien me había dado la vuelta para salir de la oficina, mi cabeza continuaba mirándolo con cara de ver la mejor obra de arte en un museo. Lo que venía siendo babosa total.
Lo que ocurrió después fue lo más natural en mi vida.
-¡Cuidado! -Y me comí la pared en lugar de cruzar la puerta.
Puede que mi estómago me gritara que tenía hambre o que era torpe de nacimiento.
-¡Joder! -me quejé e intenté no perder el equilibrio.
-Necesitas ese desayuno, estás mareada -afirmó como si él conociera los motivos de mi cuerpo para no lograr caminar en línea recta. Salió de su escritorio, agarró la chaqueta y se acercó a mí. Salí de la oficina y me ofreció su brazo para que me apoyara en él-. Te acompaño a hablar con Karen y nos ausentamos un ratito.
Estaba en el cielo, no me podía creer que fuera agarrada del brazo de ese hombre por toda la oficina.
Después de avisar, Adán y yo nos dispusimos a salir del edificio; no sin antes pasar frente a las miradas acusadoras de Zipi y Zape que me observaban de una manera que no lograba definir. Era algo entre odio, asco y envidia. A lo que se les unió unos gritos de coraje cuando Adán colocó su brazo por encima de mis hombros, y me acompañó casi abrazada. Por suerte el ascensor ya estaba en funcionamiento, no quería pasar de nuevo por mi humillante experiencia en las escaleras, y más cuando el cuerpo me temblaba como si fuera una gelatina de tocino.
Una vez en el interior y después de que las puertas se cerraran, me soltó de su agarre y comenzó a reírse.
-¿Viste sus caras? -Sus hombros se convulsionaban y parecía dichoso.
-Sí, las vi. -A mi rostro asomó una sonrisa bobalicona. Él me tocaba, me llevaba a desayunar y se reía conmigo y no de mí.
-Esos dos bichos te hicieron llorar, ¿cierto? Las vi salir del baño y detrás escapaste tú con los ojos rojos.
-¡Ah! Bueno, ya sabes, no es que se lleven bien conmigo. Tampoco es que me hicieran llorar -mentí-. Se me metió jabón en los ojos.
Adán me observó como si no se creyera una palabra, con ese asomo de condescendencia que me molestaba tanto.
-El numerito que hicimos frente a ellas va a ser la comidilla de toda la oficina. Perdóname, no pude evitarlo, molestar a esas dos mujeres es mi deporte favorito.
Tragué el nudo de decepción, porque no lo hacía por mí, sino para divertirse él.
-A mí no me importa -ronroneé-. Me tienes a tu disposición para cuando quieras hacerlas rabiar, sabía que era por ellas, no lo dudé ni un instante.
Intenté que no se notara como acababa de caer de las nubes y, en ese momento, estaba estrellada en el suelo.
Cuando aún no me reponía del golpe a mi ego, me acarició la mejilla e hizo lo impensable: ¡me limpió una lágrima! ¡Maldita llorona estaba hecha!
-No quiero ser pesado -pronunció mientras se abrían las puertas del ascensor y salíamos-. ¿De verdad te encuentras bien?
-No te preocupes, lo estoy. -Miré al suelo, porque mi rostro solía ser un libro abierto-. Tuve un mal día, nada más.
-Pues vamos a desayunar y me cuentas todo, ¿de acuerdo?
Asentí y así fue como mi día comenzó a mejorar.
La jornada de trabajo terminó y, a pesar de su pésimo comienzo, me marché a mi apartamento con una sonrisa de felicidad. Así transcurrió mi camino a casa en el autobús que estaba a rebosar de personas. No había lugar dónde sentarme, tampoco hubo ningún caballero de brillante armadura que se levantara de su asiento para cedérmelo, pero no me importó. Puede que aquel gesto estuviera pasado de moda, pero yo era de gustos anticuados. Allí, en aquel transporte entre roces y empujones, rodeada de algunos olores masculinos que salían del brazo levantado de uno de los hombres que venía a mi lado, fui feliz. Ni aquella horrorosa traspiración era capaz de arruinarme mi momento de gloria. Yo, la rana del cuento, había desayunado con el príncipe encantador.
Sin embargo, mi felicidad se vio enturbiada en cuanto llegué a casa y encontré a Virginia en el sofá a medio vestir, o mejor dicho a medio desvestir, encima de un cuerpo masculino al que le faltaba tanta ropa como a ella.
-¡Ah! Niña, ¿ya llegaste? -preguntó con los ojos muy abiertos y con aparente vergüenza.
-No. Claro que «no» llegué, solo soy producto de tu imaginación. Hola a ti también, Virginia, hola a ti, hombre desnudo debajo de mi amiga.
-Perdí la noción del tiempo -contestó con una risilla mientras se levantaba, y le indicaba al chico de turno que fuera a su habitación.
-Por mí no se cortéis, pretendía ver algo en la tele. Puedo hacer palomitas y ver la porno de hoy.
-¡Dolores! -gritó mi nombre, incluso cuanto sabía lo mucho que lo odiaba.
-¡¿Qué, Virginia?!
-Eres grosera, por eso no tienes novio. -Sacó la lengua y se burló, para después adentrarse al pasillo detrás del desconocido.
Aquella escena tampoco estropearía mi día, me daría un largo baño relajante para quitarme toda la mugre y me olvidaría del mundo.
Supe cuando entré a la bañera, sin embargo, una vez llena y sumergida en agua caliente, con los auriculares y relajada mientras escuchaba la música... acabé por quedarme dormida.