Capítulo 3 CONTINUACIÓN

Mis abuelitos, muy emocionados, no hallaban qué hacer conmigo. Casi se formaba una trifulca, puesto que ella quería tenerme en sus brazos y él también. Decidieron, por la paz mundial, turnarse unos minutos cada uno. Mercedes de inmediato se trasladó a su antigua recamara, la misma aún estaba casi tal cual como la había dejado; exceptuando la cama que había trasladado a su nueva residencia. Ya en ella, se dispuso a aprovechar de dormir un rato en una camita que mi abuela, estando al tanto de nuestra visita, había colocado con esa finalidad precisamente.

Sabiéndome en brazos de mis abuelos, quienes también me amaban de manera desmedida, sintió la pobre que podía recuperar el sueño que mis largos berrinches le habían robado.

En ocasión de mi primera visita a esa bella casa, fui vestido con mi mejor gala. Para ello, Mercedes utilizó un vestido que me asentaba muy cómodo. El obsequio en cuestión fue realizado por sus compañeras de trabajo, bajo la coordinación de Amaloa. Días antes de aquel memorable día, mis abuelos se habían trasladado a la residencia donde vivíamos y entre llantos y alegrías; la sensatez y la tranquilidad se impusieron ante todo. Fue mi abuelita quien ofreció sus disculpas y admitió que se había equivocado. Se propuso mi mami olvidarlo todo en nombre de la unión familiar. Ellos la secundaron en esa sabia decisión, y no se habló más de aquel asunto tan penoso para todos.

Tuvimos que esperar un largo mes para poder salir más allá de las cuatro paredes de nuestra residencia. Mi madre siguió unos pasos heredados desde tiempos antaños. Se trataba de un hecho consuetudinario adquirido de generación en generación. A mi abuela se lo había inculcado la bisabuela Nona, a ella su mamá y así. El asunto era que antes del mes de nacido, había que evitar exponer a un niño al "sereno", es decir, a la intemperie; sobre todo en las horas nocturnas. "El niño no debe ser sacado y menos de noche", era la creencia arraigada desde hacía muchísimo tiempo.

También exigían que quien llegara de visita, no se acercara al muchachito sin antes aguardar que el "sereno" se le saliera del cuerpo. Por ese sagrado motivo, al que todos decían amén quisieran o no, quien fuese que llegara de visita tendría que quedarse veinte minutos aproximadamente en la sala o donde fuere en el interior de la casa, antes de pasar a la recamara para poder acceder a donde yo me encontraba. Ese sería el tiempo suficiente para ser despojado del sereno que estaría supuestamente adherido a su cuerpo y podría ser dañino para mí.

Se trataba de una casa estupenda, destacaba su preciosa manera de colocar cada cosa en su lugar. Había una calma sobrada. El jardín era colosal y poseía muchos arbustos de hermosas flores que despedían unas fragancias delicadas. En el salón resaltaba un juego de muebles de tres piezas; uno de gran tamaño y los otros dos más chicos. Muchos cojines les agregaban a todos ellos un aire de buen gusto. Las cortinas eran fascinantes, de un agradable color pastel. El techo de madera pulida le hacía dar aún más delicadeza a esa casa que, aunque chica; era verdaderamente hermosa.

Inicialmente, la intención había sido pernoctar solamente el fin de semana en la casita de los abuelos. De inmediato, mi presencia se encargó de verter felicidad a aquella casa que se había sentido apesadumbrada y sola, después de haberse marchado Mercedes. Tan pronto hubo realizado los saludos pertinentes, mi mami se retiró a dormir. En verdad desde mi nacimiento, por no haber contado con la ayuda de nadie, mi mami no había podido dormir hasta ese momento; más de dos horas seguidas.

Su vida había cambiado por completo, nunca llegó a pensar lo tan frágil que un bebé podría ser. Al principio, me tomaba entre sus manos con mucha delicadeza y temor; como si yo fuese una delicada pieza de cristal que pudiese romperse al menor movimiento. Tomaba una ducha cortita, no miraba televisión, no leía nada; solo eran sus atenciones para mí y ya estaba a punto del colapso. Afortunadamente la visita a mis abuelos abrió la posibilidad de volver a ser la familia unida que habían sido con anterioridad. Una familia desde ese momento, de cuatro integrantes.

Fueron dos días durante los cuales, mis abuelos disfrutaron mucho de sus años dorados como siempre lo habían soñado. Él, jubilado de la industria petrolera y ella, también jubilada de su cargo de educadora. Ambos transcurrían todos los santos días enclaustrados en su recámara haciendo nada. Ya ni la televisión los entretenía. Era una existencia gris. Poco se hablaban entre ellos y ya la rutina del día a día era tal, que parecían robots en lugar de seres humanos. Les hacía mucha falta Mercedes, su adorada hija, habían sido demasiado estrictos con ella.

Como hija única, resultó arropada inapropiadamente por una sobreprotección bárbara. Tal vez había sido esa la causa de lo tajante que llegó a ser mi abuela, en cuanto a su relación con mi padre. Bueno, en ese momento lo importante era que estábamos juntitos como la verdadera familia que éramos, y eso me hacía completamente feliz. Los días junto a mi mami continuaron siendo muy apacibles. Mercedes constantemente me demostraba su gran amor en cada uno de sus actos. Aunque ella nunca se percató en ese momento, yo se lo demostraba también a mi manera muy particular.

Existió algo que le preocupó mucho a mi mami. A los dos meses y medio de haber nacido, aproximadamente a los pocos minutos luego de tomar mi alimento; regresaba parte del mismo. Era como una "buchada", decía mi mami. Resultaba demasiado desagradable eso. Lo que salía de mí era muy ácido y me molestaba en extremo; no podía evitarlo. Luego de que pasara aquella tan desagradable especie de arcada, no hacía más que llorar con insistencia. Mi abuelita le decía a mi mami que era porque no expelía adecuadamente los gases. Pero hicieran lo que fuere, seguía ese trastorno martirizándome. Fue entonces, luego de tres días de estar presentando aquella pesadilla, cuando fui llevado al consultorio de la doctora Francelina; quien a petición de Mercedes, se encargaba de vigilar mi desarrollo y crecimiento. Ella, luego de un riguroso examen a mi cuerpecito, determinó que lo que yo estaba padeciendo no era más que un pequeño reflujo que desaparecería con una medicina que se dispuso a recetar en ese momento. Y así fue, santo remedio. Mi bella doctora Francelina, cuanto la amé.

Los días siguientes, dado a que mi mami aún disfrutaba del fuero materno reglamentario, transcurrieron plácidamente entre nuestra residencia y la casa de mis abuelitos. Atrás habían quedado los plañideros momentos del ayer. El presente era halagador, lo saboreábamos estupendo, debido a lo colmado que era del principal ingrediente; el amor. Siempre se decía y se seguirá diciendo, que el amor lo puede todo y no es una falsedad; lo certifico categóricamente. En ese entonces contaba con algo más de dos meses de nacido.

Estaba pesando un poco más de cinco kilos y medía cincuenta y tres centímetros. Dios mío, que grande estaba. Mi mami me alimentaba muy bien y me sentía sano y fuerte. Cuando me despertaba, levantaba sin dificultad mi cabeza y miraba en todas direcciones buscándola. Si no lograba divisarla, desataba una gran alharaca hasta que ella aparecía y me tomaba entre sus brazos; solo así lograba calmarme. Dependía absolutamente de aquella bella dama. La necesitaba para todo, pero, por sobre todas las cosas, para alimentarme y para comenzar a descubrir el mundo que me rodeaba.

"Mami, aquella mañana desperté muy confundido. Estaba todo a oscuras. Sentí mucho frío, porque la manta que cubría mi cuerpo, de tanto moverme tal vez, se hizo a un lado. Levanté mi cabeza tratando de mirar en derredor y no había más que oscuridad. Me dio mucho miedo. Quise tranquilizarme, pero ni tu aroma, ni tu calidez y mucho menos tu presencia, llegaban a mis sentidos. Me quedó el mundo demasiado grande y no supe otra cosa que hacer; más que llamarte a gritos. Sabía que lo único que se escuchaba era un enorme berrinche, pero ¿que otra cosa se podría escuchar?

Afortunadamente llegaste muy pronto. Regresó la calma de inmediato, porque me sentí tan seguro sintiéndote presente en cada instante de mi vida. Mami, cuando me colocabas en tu corpiño, cuando me arrullabas tiernamente y me amamantabas; escuchaba el bello latido de tu corazón, sentía la armonía de tus movimientos al respirar e inhalaba la exquisita fragancia que manaba de tu cuerpo. Fue todo lo sagrado que percibí de ti, lo que me hizo sentir muy seguro".

Descubrí, cuando ya tenía tres meses, que podía mover mis manos. Las abría y las miraba tratando de descubrir lo que podría hacer con ellas. Supe, tal vez por instinto, que podía aferrarme a algo que estuviese enteramente a mi alcance. Podía agarrar objetos de manera burda y soltarlos a mi entero antojo. Incluso, podía llevar a mi boca ese algo que agarrara. Era por eso que Mercedes siempre estaba alerta, pendiente de que eso no sucediera; de lo contrario, pudo haber ocurrido algún grave y lamentable accidente. Descubrí que ya no solo contaba con mi llanto para llamar la atención por todo, podía emitir unos sonidos guturales y unos gorjeos extraños que solo mi mami, nadie se explicaba el por qué y cómo; entendía.

Podía sonreír, se sentía muy bonito hacerlo, lo hacía cuando alguien me acariciaba; sobre todo si ese alguien era mi mami. También sonreía cuando recibía algún estímulo que llegara tácito a mi vista; asimismo, sonreía cuando escuchaba algo que era agradable. La bella pediatra, mi doctora Francelina, le explicaba a Mercedes que según los entendidos en la materia, tal como lo era ella; a eso se denominaba respuesta facial social. Igualmente podía fijar mi mirada, seguía rápidamente a alguien que pasara o se moviera cerca de mí; a algún objeto que se moviera junto a mí. También lo hacía, para descubrir el origen de algún sonido, fuese agradable o no. Lo miraba todo con una atención que hasta a mí me extrañaba.

Era muy importante que mi familia estuviese pendiente de mi desarrollo. Mi doctora Francelina, muy acertadamente, llevaba el control de dicho desarrollo en la consulta de niños sanos al que mi mami me llevaba paulatinamente, según la fecha que fijara. Era muy importante, ya que se podría detectar si algo estaba mal. En las innumerables lecturas que Mercedes había llevado a cabo, además de la educación impartida por mi doctora, comprendió la existencia de muchos factores que pudieron haber repercutido en mi normal desarrollo.

Por parte de mi padre, poco o nada se supo de sus antecedentes familiares. Si hubo el elemento genético de alguna enfermedad hereditaria o no, nunca se supo; ningún estudio de llevó a cabo para determinar ese punto, que bien pudo ser determinante en lo que ocurrió conmigo. Por parte de de la familia materna, todos eran sanos. Los otros factores fueron el ambiente donde me desarrollé. Constantemente mi madre procuró una rigurosa limpieza, eso era indiscutible, decían mi mami y mi abuelita. Esta última se enojaba mucho cuando mi abuelito arrojaba basura donde más le provocaba, o no se lavaba las manos para agarrarme; peleaban a cada momento por ese motivo. Mercedes les decía que no era prudente pelear en mi presencia; en este momento pienso que no debieron haberlo hecho nunca. Como todos estaban felices y contentos, yo también lo estaba; de esa forma sentía que crecía sanito, como hasta entonces lo hacía.

Resulta lógico pensar que si todo lo que me rodeó fue agradable, si fue un sitio limpio, si las personas a mí alrededor se comportaron de manera cónsona, apropiada; no hubo ningún tipo de problema para desarrollarme adecuadamente. Me alimentaron convenientemente, todo lo que necesité lo recibí de manera constante; fue por ello que en un principio fui un niño sano. Todo niño debe ser tratado de idéntica forma. Si de algo estoy muy orgulloso, fue de la manera como fui consentido por mi bella familia. Lo que me ocurrió después fue, por desgracia, una macabra jugarreta de la vida.

Cierta noche, teniendo seis meses de edad, me despertó un exagerado malestar. Estaba demasiado caliente y un intenso frío me arropaba. Caramba, en estos sagrados predios donde me encuentro, revivo aquel trágico momento y me embarga una profunda nostalgia; al recordar lo tensa y nerviosa que se puso mi mami, cuando se percató de lo que me estaba pasando. Me despertó, ahora lo recuerdo más nítidamente, una tos suprema; sentí que me estaba asfixiando. El aire me faltaba, era una sensación excesivamente desagradable. Tenía que esforzarme muchísimo para poder inspirar el aire. Me desesperaba por lograrlo. Fue horrible aquella sensación que se iba acentuando a medida que pasaba el tiempo. La tos era demasiado persistente, sus ataques resultaban muy seguidos. Entre cada ataque, mi respiración se volvía cada vez mas dificultosa.

Jamás olvidaré aquel horrible momento. Mi mami me tomaba entre sus brazos y de inmediato, presa de los nervios, me colocaba sobre la cama de nuevamente. La pobre de tan nerviosa que resultó, no podía actuar debidamente, con calma; contrario a eso, caminaba en todas direcciones como una autómata, como quien actúa sin razonar; atrapado en los brazos de una confusión sin parangón. En un asomo de raciocinio, decidió llamar a mis abuelos, lo hizo; pero el teléfono repicó insistentemente y no obtuvo respuesta alguna. Recordó que, desafortunadamente, el cableado del servicio telefónico había sido sustraído por los delincuentes. Situación que se presentaba en nuestro país en aquel entonces en muchos Estados, por no decir en todos; según vociferaban en los noticieros que mi abuelito escuchaba a diario. Llamó a su vecino y tampoco fue atendida la llamada. Su temor se acrecentaba a medida que transcurría el tiempo y más aún, cuando se presentaba aquella tos perseverante.

La situación se había tornado alarmante, ya que en una de esas crisis de tos, se colmó tanto mi boca como mis fosas nasales, de una mucosidad que obstaculizaba aún más mi respiración. Mi rostro enrojeció a tal extremo, que parecía que iba a estallar. Mi mami estuvo a punto del colapso, pero nuevamente algo despertó dentro de su raciocinio. Me cubrió con una manta y, cogiendo el bolso que tenía preparado por si alguna emergencia se presentaba, salió en veloz carrera a la calle a ver como hacía para llevarme a algún sitio para que me atendieran manos especializadas. Caminó sin rumbo fijo, como enloquecida, llorando como nunca hubo llorado.

Un instante de alivio se presentó, el ataque de tos que me estaba agotando ya, había cedido momentáneamente. Mi mami en ese momento mantuvo una idea espeluznante martirizándole la razón; pensó que podía morir en cualquier momento. Aquella severa crisis respiratoria era algo totalmente desconocido para ella. Tras la leve mejoría pude dormir un poco. Siguiendo su instinto, Mercedes estando un poco calmada, en un sitio iluminado; limpió el caudal de moco que obstruía mis vías respiratorias y, desesperada, "chupó" el que había en el interior de mi nariz y garganta, lo que me permitió respirar con menor dificultad. La tos que me había robado la calma, se hubo marchado por lo menos por un instante. Prosiguió el camino y al poco rato visualizó a un señor entrado en años, quien pernoctaba en un vehículo con aviso de taxi y le solicitó el servicio; afortunadamente en aquel pequeño bolso de "emergencia" había algo más que trapos. En minutos, estuvimos frente a la emergencia del Hospital.

Mercedes miró su reloj, eran las tres de la madrugada, hacía mucho frío. Solicitó a la persona que resguardaba la puerta de entrada, que le permitiera el acceso pronto; ya que sentía que yo estaba demasiado enfermo y necesitaba que me atendieran prioritariamente. El joven en cuestión se enalteció de tal manera, que gritó endemoniadamente a mi mami, alegando que todos tenían que esperar. Ya a esa hora de la madrugada y tras varias horas con aquel severo cuadro respiratorio que solo mejoraba por momentos; ella sintió que no podía más, se sintió vencida.

Por ello se sentó en el duro suelo y comenzó a llorar amargamente su desespero. Las personas que allí se encontraban, sin duda alguna, por estar viviendo alguna problemática semejante o hasta peor; no se inmutaron ante aquel triste suceso. Casualmente, en el momento cuando el grosero elemento le gritaba los improperios inauditos a mi mami, un señor de mediana edad, ataviado de blancos ropajes en su totalidad; salió del recinto a despedir a una madre ya atendida y a su pequeño hijo. Al percatarse dicho caballero de la situación, miró al vigilante de soslayo. El hombre observado, sabiendo lo que significaba esa mirada, bajó la suya de inmediato.

El caballero en cuestión era el licenciado Jesús, un hombre alto y elegante; profesional de la enfermería. Un enfermero destacado y con sobrada calidad humana, el mismo estaba a cargo del servicio de emergencias. Miró a Mercedes y al notar mi estado de salud (había comenzado nuevamente el episodio de tos), la tomó delicadamente de la mano, ayudándola a ponerse de pie. Con mucha paciencia y extremada ternura, se dirigió con nosotros hacia la sala donde sería atendido. En verdad mi estado era delicado. Mis vías respiratorias se congestionaban cada vez más de mucosidades y ya no podía respirar. Aunado a ello, la tos incesante hacía que vomitara lo poco que había comido. Por cosas de Dios, el contenido gástrico no pasó a mis pulmones, como supe luego que solía suceder en casos de máxima dificultad respiratoria.

De inmediato el licenciado me trasladó a una sala de cuidados especiales, la cual contaba con equipamientos de avanzada. Colocó unas cositas sobre mi pecho y al momento, comenzó a escucharse un sonido que solo había percibido al momento de mi nacimiento. Introdujo una manguera de muy poco grosor por mi nariz. Tras aquel detestable procedimiento, un sonido espantoso denotaba la espeluznante sensación de que me estaban succionando el alma. Luego de que esa endemoniada manguera entrara y saliera de mi nariz y boca varias veces, colocó sobre mi cara una cajita trasparente que permanecía conectada a una toma de oxígeno. Llegaba el vital elemento con un grado tal de pureza, que me hizo sentir mejor.

            
            

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