Divagar por las calles era una de mis actividades rutinarias, desde la muerte de mis padres lo perdí todo. Mi casa, los autos, la gran vida que tenía quedó en el olvido. Como era menor de edad, no podía adquirir nada de la herencia de mis padres. Tendría que esperar hasta los dieciocho para lograr usar ese dinero y enderezar mi vida. No tenía familia alguna, mis padres se mudaron a este país cuando yo tenía poco más de dos meses de nacida, querían un cambio de 90 grados, por lo que empezaron de cero aquí. Murieron en manos de unos hombres detestables, desconozco las razones.
Solo sé que lo perdí todo y desde entonces, vago por el mundo sumida en soledad y pobreza.
Huía a como diese lugar de los del servicio social, esas casas de niños huérfanos eran la pesadilla hecha persona. Viví en dos casas temporales por 2 años, nos obligaban a trabajar en lugares clandestinos y a vender cosas, nos daban comida de mala calidad y ropa sucia. Era mejor por mucho estar en las calles que en esos lugares, tenía una amiga de guerra como solíamos llamarnos, con la cual sobrevivíamos de la realidad que azota las calles de la fría ciudad. Su nombre era Mirna, quedó huérfana luego de que sus padres perdieran la vida en un terrible incendio en su casa de verano. Mirna y sus hermanos se salvaron del terrible hecho gracias a que se encontraban bañándose en el lago. Nos conocimos en una casa temporal hace un año, desde entonces nos hicimos inseparables.
Hemos huido de muchos proxenetas que querían aprovecharse de nosotras, nos hemos salvado el pellejo como se dice popularmente en las comunas. La vida que solía llevar no se parece en nada, a la que llevo ahora. Recuerdo como mi madre solía peinarme por horas el cabello sentada en sus piernas mientras me contaba cuentos donde las princesas eran felices por siempre. Recuerdo a mi padre sentado en su silla favorita leyendo el periódico y hablándole a mi madre sobre las finanzas del país, el olor a café recién hecho que nos preparaba mi nana, la señora Ana. Los huevos fritos y el bacón en mi plato, el jugo de naranja recién exprimido. Nunca imagine que aquello rutinario para mí en aquel entonces, seria ahora todo un lujo. Algo inalcanzable que no probaría nunca más, había olvidado lo que era comer caliente.
-¿Qué piensas, Lúa?-preguntó Mirna mientras tendía la vieja manta sobre un cartón.
-Recordando mi vida, antes de toda esta mierda.-respondí.
-¡Uff ni que lo digas! Mi vida era de película, no sé en qué momento se acabó-dijo está mientras se abrigaba con su manta.-, ¡Que frío de mierda!
-Seguro algo bueno nos espera, Mirna-animé-, tranquila, el frío pasará. Roguemos que no llueva otra vez...
Pedí mirando al cielo, estaba muy nublado y gris. Los días anteriores había estado lloviendo de manera brutal, lo cual nos dejaba empapadas de pies a cabeza, temblando, sin ropa de cambio y con una posible gripa. Habíamos encontrado un pasadizo entre dos casas enormes, nos habíamos saltado una cerca pero era el único lugar seguro que encontramos para pasar la noche. Habíamos puesto unos cartones encima de otros, para podernos acostar y dormir tranquilas.
Al día siguiente, sentí el sol quemando mi cara. Abrí los ojos rápidamente y moví a Mirna. Debíamos irnos de aquí antes de que nos vieran y llamaran a la policía o nos echasen agua como antes había pasado en otros lugares.
-¡Mirna, es hora irnos!-avisé.
-¡Cinco minutos más, por favor!-rogó.
-No se puede, nos verán-respondí zarandeándola.
-¡Agh! Odio que tengas razón.-respondió levantándose.
Nos levantamos y recogimos nuestras mantas, las guardamos en nuestras mochilas y estábamos por irnos cuando escuchamos gritos.
-¡Eh, ladronas!-gritó una señora desde la ventana de una de las casas adyacentes a donde dormimos.-¡No se muevan de ahí, llamare a la policía!
-¡Mierda, corre Lúa!-pidió y juntas salimos huyendo.
Nos saltamos la cerca con torpeza pero seguimos corriendo como si no hubiese un mañana. Debíamos buscar un nuevo lugar donde pasar la noche y estar seguras. Caminamos por horas divagando en las calles de la ciudad, como era costumbre. Pedíamos algo de dinero para poder comer, también nos ofrecíamos en restaurantes para lavar los platos a cambio de comida. A veces aceptaban otras no, pero siempre encontrábamos la forma.
-¡Oye Lúa, mira!-dijo Mirna señalando una cuerda con ropa tendida.
-Ni lo pienses, no somos ladronas-la reñí.
-Lúa, no nos vendría nada mal.-respondió-, Esas mantas se ven calurosas, ni hablar de los suéteres. -dijo con ensoñación.
-Pues...tienes razón.-dije aceptando.
Sin pensarlo mucho y antes de que me arrepintiera tomamos las pertenencias y corrimos hasta un parque cercano de la zona en la que estábamos. Nos sentamos en una banca y vimos lo que habíamos tomado, eran dos mantas en buen estado y recién lavadas. Unos pantalones algo grandes y anchos, unas camisetas y suéteres de lana. No eran nuestras tallas, pero era ropa de mujer y con eso bastaba. Fuimos a una estación de servicios donde la dueña nos apreciaba mucho y siempre nos dejaba asearnos allí.
-Buenos días señora, Rosa-saludamos.
-Hola mis niñas, que bueno verlas-respondió-, Tenían mucho sin venir, me preocupe que les hubiese ocurrido algo.
-Hemos estado por otras zonas, Rosa-respondió Mirna.
-Lo bueno es que no les ha ocurrido nada, ¿tienen hambre?-preguntó y solo asentimos.-, Vengan chicas, tenemos poco tiempo antes de que llegue Fausto.
Fausto era su esposo, Rosa era abusada y golpeada por este hombre sin escrúpulos. Cuando conocimos a Rosa intento ayudarnos, pero ese hombre quiso abusar de nosotras y huimos. Desde entonces solo venimos a ducharnos y a saludarla, es un monstruo, pero Rosa tiene la esperanza de que cambie y la trate como se lo merece. Nos duchamos rápidamente y colocamos la ropa limpia, se sentía tan bien oler a jabón, ordene mi cabello en una trenza para evitar enredarlo. Rosa nos dio una rica sopa caliente y le agradecí muchísimo, por fin comida decente y sobretodo caliente. Terminamos ayudándola un poco con el trabajo para luego irnos, debíamos buscar donde pasar la noche antes de que oscureciera. Emprendimos nuestra caminata a lo largo de la ciudad, yéndonos al sur. Pedíamos dinero a familias que caminaban por las calles, a algunos autos hasta juntar un poco de dinero para la cena.
-¡Hey chicas!-nos llamó una chica un poco mayor que nosotras.
-¿Qué?-respondió Mirna.
-¿Quieren pasar la noche en una casa?-ofreció.
-¿De qué hablas?-pregunté con interés.
-Vengan conmigo, Madame Blue las recibirá.-respondió.
-¿Quién es Madame Blue?-preguntó Mirna.
-Es una señora que acoge en su casa a chicas de la calle-volvió a responder-, Tranquilas, no las prostituye o algo así.-continuó al ver nuestras caras de sorpresa.
-¿Y que nos pide a cambio?-pregunté-, Sabemos bien que nada es gratis.
-Nada, es un alma de Dios.-respondió-, Mi nombre es Astrid, ella me recogió de la calle cuando tenía dieciséis. Es una mujer con mucho dinero que le gusta ayudar a las menos afortunadas como nosotras.
-Yo voy si tú vas, Lúa-me susurró en el oído Mirna.
-Nada puede ser peor que vivir en la calle, ¿verdad?-respondí.
-Exacto, yo voy.-dijo Mirna.
-Y yo-termine aceptando.
Seguimos a la chica pelirroja de nombre Astrid, hasta una urbanización privada, era un conjunto de casas muy lujosas y enormes. Parecían castillos, nos guio a lo largo de las calles hasta llegar a una casa de color crema y azul, un hombre de traje negro nos abrió un gigantesco portón negro permitiéndonos el paso al interior del recinto. La casa era lujo puro por donde la viéramos, había muchas chicas jóvenes también, vestidas con una especie de uniforme que consistía en un vestido azul celeste largo hasta más arriba de la rodilla y tacones a juego. Estaban muy arregladas y lucían impecables, seguimos caminando hasta detenernos en una especie de oficina, Astrid llamó a la puerta y esperamos el "adelante" para poder entrar.
-Madame, he encontrado a este par de jóvenes en la calle.-indicó para luego retirarse y dejarnos a solas con la mujer, era mayor quizá unos cuarenta años, tenía numerosas operaciones quirúrgicas y vestía de traje negro.
-Nombres y edades, por favor-ordenó.
-Mirna Vallezco, Diecisiete años.-respondió mi amiga.
-Luana Bell, Diecisiete años.-respondí.
-Vaya, que adorable voz.-dijo acercándose a mí-, ¡Cuanto potencial, querida Lúa!- dijo contenta dando vueltas a mi alrededor.
-¿Potencial para qué, señora?-pregunté con curiosidad y nerviosísimo.
-Para tener un futuro brillante, querida.-respondió y sentí erizarse mis vellos por un momento.