♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
Seguía allí cuando me desperté, y seguía allí la noche siguiente y la siguiente.
Siempre estaba allí cuando mis ojos se abrían, sus dedos tocaban mi piel con un cuidado casi teatral. Era diferente de la historia, era casi todo lo contrario y podía recordar perfectamente las palabras de Asra.
"Esa noche no vino a verme y a la siguiente tampoco apareció. Después de que Azrael viniera a mi habitación y se llevara a Calisto con él, no vi al rey durante muchos, muchos días. Al menos hasta que, paseando por el jardín, una noche de luna carmesí, me crucé con él y una hermosa muchacha hablando frente a la fuente de sangre.
Sonreía."
Ese fue el momento en que Asra supo que había perdido a Calisto. Que nada le haría volver a sus brazos, porque Elaine podía darle algo que ella no podía: un amor más allá del contacto físico. Un amor como el de su primera esposa.
Puro, amable y que le empujaba a ser alguien mejor.
Pero Asra, nunca, nunca podría conseguir algo así, al fin y al cabo era la amante del rey, del emperador de todo el inframundo. Nada más que eso, nada más que alguien a quien buscaba durante las noches en las que se sentía solo.
Calisto se lo había dicho: nunca la amaría, porque a la única que era capaz de amar era a la madre de su hijo y pretendía que fuera así durante toda su existencia.
Debió de ser muy doloroso cuando le vio dar el amor que tanto había negado a Elaine. Aun así, no podía odiar a Calisto, porque entendía que el amor que sentía por su mujer, era también lo que causó su muerte y maldijo a su hijo. Calisto no quería amar, pero aun así no pudo evitar amar a Elaine. La amaba tanto que murió por ella.
Gruñí sintiendo que me dolía el cuerpo, un dolor débil que era particularmente sabroso.
Calisto no había acudido a Asra después de aquel día porque había estado con Elaine, porque se había quedado a su lado mientras decidía si torturarla o no para obtener información, pero en medio de aquello, Elaine había conocido a su hijo y el niño, que era adorable y débil gracias a la antigua maldición, se había apoderado del corazón de Elaine, abriendo las puertas del castillo para que la santa, la hija del Dios que deseaba la muerte de Calisto, entrara y tomara para sí al único ser que le había importado a Asra. Pero esta vez no fue así, esta vez él estaba allí. Vino a verme y su voz ronca murmuraba en mis oídos cada día lo preocupado que había estado.
No pude evitar preguntarme cuánto no le habría gustado a Asra oír esas palabras.
"Me preocupo por ti".
Sentí los labios de Calisto deslizándose por mi espalda y el aire helado del infierno me hizo añorar las mullidas mantas que se extendían por mi cama, pero sabía que, si dependía del demonio que ahora me besaba delicadamente el cuello, eso no ocurriría.
- Buenos días... - murmuré, hundiendo la cara en la almohada, que estaba empapada de su olor.
No era un sueño.
Nada de eso era un sueño y yo no era Asra.
- Buenos días - respondió, besándome detrás de la oreja y luego la mandíbula -. Tengo que salir... hoy - dijo lentamente entre un beso y otro -. Azrael no me deja en paz, ese maldito caído...
Era algo que recordaba. Calisto siempre intentaba escapar de sus responsabilidades y Azrael - mi pobrecito caído -, siempre le arrastraba a cumplir sus deberes como señor absoluto del inframundo.
- Es su trabajo... - murmuré y sentí los dedos de Calisto apretarse contra mi cadera.
Incluso sin darme la vuelta, podía sentir sus ojos, fijos en mí.
- ¿Por qué estás de su lado ahora? - Me preguntó y si no hubiera sabido que el que estaba en mi cama era el rey de todos los infiernos, me habría preguntado si había bebido lo suficiente como para acostarme con un niñato de instituto.
- Tiene razón... - hablé prácticamente en automático y en cuanto salieron las palabras supe que no había sido lo correcto responder, porque Calisto ahora se había levantado de la cama.
Su rostro ni siquiera intentaba contener la expresión que parecía una mezcla de irritación y celos.
- ¿Qué estás haciendo? - pregunté aun sabiendo la respuesta y vi que Calisto se volvía hacia mí con una expresión de pura indignación.
- ¡Me voy!
Me mordí el interior de la boca para contener la risa. No podía enfadarle más, pero aquello era literalmente lo más tierno que había presenciado nunca. Para una lectora como yo, fue como si me tocara la lotería, porque ahora sabía de dónde había salido ese lado mimado y mimoso del principito.
- ¿Por qué te vas? Aún es pronto. - Extendí la mano en su dirección y vi un ligero brillo de duda en sus ojos.
- Porque yo estoy haciendo un esfuerzo para venir aquí y tú... - volvió la cara - ¡hablas como si diera lo mismo! Como si tuviera que trabajar, aunque eso me quite todo el tiempo que puedo pasar contigo. - refunfuñó mientras terminaba de abrocharse la camisa.
Esto era más atractivo de lo que recordaba haber pensado, ¿era todo culpa suya que estuviera tan bueno? Eso debería ser delito.
- Querida... - grité, mi voz sonaba tan dulce como la de un amante suplicando más atención - no seas así...
Resopló.
- ¡Dijiste que Azrael tiene razón!
Me mordí el labio.
¿Qué le pasaba a ese hombre? Asra siempre decía que Calisto no le prestaba suficiente atención, que se pasaba horas encerrado en su despacho y que siempre incumplía sus promesas. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que convencer ahora a Calisto, el gran rey negro, de que volviera al trabajo en lugar de envolverse en mis brazos y calentar mi cama? Eso parecía cualquier cosa menos correcta.
- Azrael tiene razón - me encogí de hombros -, al fin y al cabo, eres un gobernante y debes asumir tus responsabilidades.
Me miró, obviamente incrédulo.
- Pero... antes... - bajó la mirada, - siempre decías que no tenía tiempo y que no...
Ah...
¿Intentaba... compensarlo? ¿Fue por lo que pasó con Elaine? Ese fue mi principal cambio.
Se me agitó el pecho.
Tal vez... Calisto seguía enamorado de Elaine, tal vez seguía envuelto en el romance en el que se suponía que se había metido cuando estaba al lado de Elaine. Porque probablemente todo lo que había pasado entre nosotros era solo gracias a que yo había intervenido.
Cerré las manos en puños.
Calisto no se enamorará de Elaine. No se lo permitiré.
Incluso sí tengo que cambiar toda la maldita línea de la historia para hacerlo. Incluso si yo - Asra - tengo que morir como el cruel villano para hacerlo.
Sonreí.
- Dije que trabajara - dije mientras me levantaba de la cama, con mi cuerpo esbelto y delicado, bañado por las sombras que salían del sol negro, envuelto como si las sombras y yo fuéramos una sola -, pero nunca dije que fuera sola.
Me detuve frente a él y cuando los ojos de Calisto se clavaron en mí, deslicé las manos por su pecho y enlacé sus caderas.
- Iré contigo.