♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
- ¿Quién es usted? - me interpeló la voz infantil y miré fijamente al pequeño ser que se escabullía por los jardines del palacio esmeralda.
¿Qué le digo? Era obvio quién era este niño, pues allí, en medio del infierno, los niños eran raros. Tan raro como los finales felices de ensueño.
Ese niño era Loren, el hijo de Calisto y su único amor verdadero hasta entonces.
El ser al que el rey dedicó su vida y la razón por la que se abrió a Elaine. Hubo incluso algunos fans que dijeron que Elaine no era tan buena y que había utilizado descaradamente al chico para acercarse al rey.
En aquel momento, recuerdo estar en desacuerdo y defender a la heroína.
- Soy Asra - respondí, tendiéndole una mano para ayudarle a levantarse.
El pequeño vestía ropas negras que resaltaban sobre su piel excesivamente pálida. Tenía ojeras rojizas y sonrió brevemente mientras me cogía la mano.
- ¿Asra? ¿Como el fénix que se tragó el sol mortal?
Parecía emocionado mientras esperaba una respuesta y no pude evitar recordar las palabras de Elaine, al fin y al cabo había muchas sospechas de que Asra formaba parte de los 4 jinetes del apocalipsis. El fénix que se tragó el sol y condenó al mundo mortal a la oscuridad eterna.
- ¿Quién sabe? - dije con una pequeña sonrisa -, pero ¿dónde has oído esa historia?
El chico miró a su alrededor, a todos, como si buscara a alguien y algo me dijo que ese alguien tenía ojos de rosa cuarzo.
- Bueno... - susurró - Papá, siempre me cuenta pequeñas historias cuando me acuesta.
Era casi cómico escuchar esas palabras cuando sabía quién era su padre y más aún que después de todo lo que había pasado antes, fuera a mí a quien viniera Loren y no Elaine. ¿Era todo esto consecuencia de mis cambios desde que llegué a este mundo? ¿O un hecho que Asra nunca había mencionado en la novela porque sencillamente no le importaba?
- Ya veo. - le dije, aun cogiéndole la manita -, ¿y cómo te llamarías, querida?
El chico se mordió el labio con fuerza, y cuando su rostro se levantó para mirarme fijamente, pude ver claramente la máscara que cubría parte de su cara, la que ocultaba las marcas de la maldición.
- L-Lor-Loren... - tartamudeó y su delicada carita se fue enrojeciendo poco a poco.
Loren, ese dulce y lindo niño, era realmente Loren. El Loren que se aferraba a Elaine como si fuera su madre, como si fuera su única amiga y confidente. El pequeño Loren que gobernaría el inframundo con la culpa eterna en su alma y los grilletes que el Dios de Elaine le ataría por todos los pecados de su padre.
Ese niño que tenía delante no se merecía ninguna de las dos cosas. Ningún niño lo hizo.
- Hola, Loren - sonreí -, ¿qué haces aquí?
Era obvio que no quería contestar y su mirada vagó por el jardín mientras intentaba buscar una respuesta adecuada que darme. Uno que no me asustara y que no fuera... bueno, exagerado.
- Estaba... - bajó el tono cada vez más, haciéndose casi inaudible -. Estaba intentando encontrar a papá y oí a Azrael decir que estaba en el palacio del jardín con rosas rojas.
Por supuesto, ese caído tenía una boca grande y una propensión a quejarse más grande que su boca. Era obvio que estaría molesto, pero ¿hasta el punto de balbucear abiertamente sobre ello? ¿Faltaban tornillos en la cabeza de Azrael? Podría forzarlos si tuviera que hacerlo y si volviera a poner en peligro a la pequeña Loren.
Para Loren, una niña maldecida por el Dios de Elaine, era complicado vivir la vida tranquilamente. Todos los días le llevaban a la consulta de su padre y allí le medicaban para que sobreviviera un poco más. Para que su cuerpo aguantara un día más, una más de las dolorosas crisis que asolaban su cuerpecito; así que Calisto no le dejaba salir mucho, dándole a Loren todo lo que quería dentro de su propia habitación o incluso en el castillo principal.
Era su forma de proteger al pequeño, de vigilar que no se expusiera a peligros innecesarios o incluso que no se cansara y cayera a las esquinas.
¿Cuánto hacía que había huido? ¿Cuánto tiempo le quedaría a Loren a mi lado antes de que Calisto enloqueciera al enterarse de la noticia y empezara a buscarlo sin cesar? ¿Se enfadaría si me viera al lado de Loren? ¿Se abriría a mí como lo hizo con Elaine?
Tonterías. Estaba pensando en tonterías otra vez.
Callisto no cambiaría mágicamente solo por una tontería como esa, probablemente estaría demasiado enfadado por el peligro que corría Loren como para siquiera intentar recordar cómo estábamos juntos cuando él llegó.
Probablemente, ni siquiera me miraría a la cara antes de llevarse al niño.
- Hmmm... - Suspiré - Me ofrecería a buscar a tu padre, pequeña, pero... me temo que aquí no hay hombres. El palacio esmeralda está custodiado por mujeres y solo ellas pueden entrar en él. Los hombres no están permitidos, a menos que ese hombre sea el rey.
Loren miró al suelo.
- 'Y el rey... ¿Está ahí? - preguntó con un tono socarrón y melancólico.
Sonreí.
- No, el rey está ocupado, trabajando. - le dije, acariciándole el pelo mientras me agachaba frente a él -, pero siempre estoy aquí... así que, si te cansas de buscar a tu padre y quieres compañía, acude a mí. Yo también estoy constantemente solo. Estaría bien tener a alguien con quien hablar.
Sus inquietos ojitos brillaban de emoción.
- ¿De verdad? ¿En serio? ¿Quieres que vaya a hablar contigo? - No parecía creerme, así que sonreí, una sonrisa amplia y genuina.
- Sí, Loren, me encantaría que vinieras aquí y hablaras conmigo - dije rotundamente -, eso me haría inmensamente feliz.
La cara del chico se iluminó como una verdadera estrella que brilla en el cielo carmesí y, con un gesto impulsivo y tierno, se lanzó sobre mí y me besó la mejilla.
- ¡Gracias, Srta. Asra! ¡Iré! Aunque papá venga a verme todos los días, yo iré a verte a ti y entonces... ¡Podremos hablar!
Era adorable, me di cuenta mientras abrazaba ese cuerpo pequeño y frágil. Loren era un niño adorable y, sin embargo, estaba destinado a morir sin la ayuda de Elaine.
Había demasiadas cosas que cambiar en esta maldita historia escrita por un autor tan sádico.