No logro salir de mi mudo asombro. Me postro sobre mi rostro y beso la tierra, mientras elevó una oración de agradecimiento al Magnánime. Este lugar debe ser la réplica terrenal del Gran Oasis Celestial.
- Ven, deja tus rezos para luego. Es hora de presentarte a los demás soles.- Me apura Lady Citié. Hoy parece impaciente y malhumorada.
Me pongo en pie y la sigo, caminando sobre el paseo de granito que serpentea entre las flores y fuentes y jaulas ... Los zapatos de madera de Citié producen un característico clap-clap contra el pavimento y yo sonrió, mordiéndome el interior del cachete para no explotar en una carcajada.
Al poco rato de andar, llegamos a un palacete interior y Citié no me permite apreciar en detalle la riqueza y apoteosis en objetos valiosos diseminados por todo el lugar. La pequeña mujer me lleva corriendo tras de sí. Trato de seguirle el paso, mis pies van calzados en suaves y cómodas sandalias, pero este pesado atuendo que me han puesto es realmente molesto, las telas son negras y gruesas. Así también lo es el hayab y velo de que me han provisto. De pies a cabeza, solo mis ojos son visibles.
En un momento llegamos a un amplio pabellón, sostenido por plateadas columnas. Por doquier observo divanes cubiertos por almohadones y finas sedas o gruesas pieles. Sobre los divanes reposan en diferentes posturas de relajación, cuatro mujeres. Las doncellas que me bañaron y vistieron la noche anterior ahora se encuentran atareadas en ir y venir entre los divanes, trayendo y llevando bebidas, dátiles y pequeñas porciones de carne a las mujeres que descansan complacientemente , mientras otras jóvenes con atuendos más toscos y grillos alrededor de sus cuellos, les aplican masajes, trenzan sus cabellos, untan sus cuerpos con aceites aromáticos o simplemente les abanican.
-¡ Ya está aquí!-Alguien chilla. - ¡ La chica nueva ya llegó!
Me rodeo el cuerpo con los brazos y me preparo de la avalancha que sé me impactará en cualquier momento... Las cuatro mujeres se han levantado a una y han corrido a rodearnos a Lady Citié y a mí.
- ¡Muchachas, muchachas por favor, decoro!- exclama Citié escandalizada.
- Deja tu decoro para después.- una riposta.
- ¡Moríamos de curiosidad !- otra chilla.
-Vamos, vamos no seas tímida.-Se dirige a mí una muchacha esbelta, pelirroja, vestida con telas en azul de diferentes tonos. Su pelo encendido contrasta grandemente con su piel oscura como el ébano. Es delgada, atlética y sus ojos son tan rojizos como su cabello.
-Zai , sabes que hay que cumplir un protocolo...- regaña Cítiê
-¡Tú y tus protocolos! -Protesta Zai.
-Tranquilízate, hermana. Vas a asustar a la chica nueva.- Comenta otra muchacha que...abro los ojos cómo platos. Es idéntica a Zai. Bueno, no. No son exactamente iguales. El rostro es el mismo, y la altura, y la vestimenta es similar. Pero el cabello de ésta es blanco. Total y completamente blanco. Y sus ojos, como la plata.
A mí rededor reina un parloteo incesante.
- Calla Mem, que no ves...
-¡ Ya es suficiente!
Todas voltean en dirección al arco que abre en dirección opuesta a dónde estamos en pie. Una mujer de cabellos platinados y vistiendo sedas color pastel, camina hacia nosotros. Sus movimientos son gráciles, pausados.
Me recuerda a los de una gacela.
Esta mujer es alta también, pero no tanto cómo las gemelas Zai y Mem. Lleva el cabello recogido en un intrincadísimo peinado de trenzas engarzado con diminutas piedrecillas traslucidas que brillan al sol. Una cinta plateada cubre su frente y en el centro de la misma descansa una enorme y ovalada piedra roja. La plateada cabellera y ésta rojiza joya hacen un enorme contraté contra su piel nívea.
El resto de las mujeres calla al instante y se apartan de mi derredor cabizbajas. Me mantengo con la frente erguida y los ojos muy abiertos del asombro. Incluso lady Citié está en pose reverente ante la recién llegada.
- Por lo visto, seguís siendo un hato de vacas desenfrenadas.-Susurra la mujer de cabellos dorados. A pesar de que su tono es quedo y pausado, no puedo dejar de advertir el veneno en sus palabras.
- Tanto tiempo intentando enseñaros los modales dignos de la nobleza kuraní, y aún os comportáis como las salvajes que sois.
Un silencio punzante reina en el pabellón. La mujer de cabellera de oro se dirige hacia mí y me observa despectivamente. Meneando la cabeza con desaprobación.
-Tzk,tzk. ¿Cítiê ... no le has explicado a ésta pequeña adoradora de camellos que debe mantener la vista baja ante aquellos de mayor rango?
Lady Cítiê se encoje, y veo que tiembla de miedo pero no levanta la mirada ni profiere explicación alguna.
Mientras tanto me mantengo con la cabeza erguida, con los negros y malignos ojos de la rubia clavados en los míos. Es cómo si estuviera midiendo mis fuerzas y me niego en ser la primera en apartar la mirada. Una larga y encargada ceja se eleva, y los ojos de mi oponente se agrandan. Por un momento se queda con la vista fija, y todo su cuerpo se endurece en un espasmo. Su rostro, que hasta el momento había mostrado sentimientos despectivos, se torna inexpresivo y vacío. La joya de su frente vibra, emitiendo un destello cegador.
Me cubro el rostro con el brazo y cierro los ojos. Es cómo si hubiera nacido un segundo sol, procedente de la frente de la mujer, un sol más rojo y más cercano que el verdadero.
Súbitamente el destello cesa. La mujer despierta de su trance parpadea un par de veces y luego adopta nuevamente su postura de superioridad y su expresión de burla.
Retiro mi brazo de mi rostro y la enfrento una vez más.
- Por suerte para ti- ... Dice, mostrándome sus dientes. Como lo haría una víbora antes de atacar...- debo presentarme inmediatamente ante el Emperador. Los rebeldes del Este se están agrupando y el concilio se reunirá en un cuarto de hora. De lo contrario pagarías cara tu insolencia.
Se gira, su mirada pasa por sobre el resto de las mujeres y se posa en lady Citié.
- Cítiê, espero que enseñes a esta recién llegada la apropiada forma de comportarse en mi presencia...o lo haré yo.-Dicho esto, da media vuelta y se marcha. Cruzando el arco de piedras por el que Cítiê y yo hemos venido.
- ¿Quién demonios era esa?- Bufo indignada.
Las demás mujeres se cierran en círculo a mi rededor y Citié me calla haciendo una señal con su mano.
- Silencio, no seas imprudente.-Regaña la pequeña mujercita.
-Tiene razón. No conviene que te hagas enemiga de esa cobra.-Aconseja la gemela de cabellos blancos.
Las otras mujeres menean sus cabezas negativamente.
- ¿Pudiera ser que estés loca?- increpa con un chillido otra mujer, su cabello castaño y encrespado en gruesos rulos se mece su cabeza. Esta es más alta que yo, pero no tanto cómo las gemelas y tiene una expresión francamente amigable y curiosa en sus vivos ojos marrones.
Citié retira su mano de mi boca y se entretiene un momento en sacudir polvo imaginario de su hermoso kimono.
-Bien, bien , chicas calmaos.- Dice la mujercita. - Para responder tu pregunta, la señora que acaba de irse es Lady Cassandra, primera esposa nuestro amado.
Se gira hacia mí y prosigue.
- Yo soy Lady Citié, segunda esposa de nuestro amado.
-Nosotras somos Lady Zai y Mem...-dice la gemela de cabellos rojos.
- Somos la tercera y cuarta esposa de nuestro amado- responde la gemela de cabellos blancos.
- Yo soy Lady Burya, la quinta esposa de nuestro amado.-Canturrea la mujer de los grandes rulos castaños.
La otra dama se mantiene en silencio. Su rostro es una mueca de desagrado. Gruñe y se aleja dándonos la espalda. Viste unas ropas provocativas, vaporosas, que dejan entrever sus increíbles curvas y sus largas piernas. Su rostro está maquillado fuertemente alrededor de sus ojos verdes y su cabello es negro y extremadamente largo y liso, tanto que casi llega a sus rodillas. Lo trae recogido en una enorme trenza adornada con listones de colores. En uno de sus tobillos tintinea una tobillera plateada.
Lady Citié bufa. - Ella es Lady Sarab, sexta esposa de nuestro amado.
-¿Es acaso muda?- Pregunto en voz baja.
Las demás mujeres estallan en risitas tontas y niegan con la cabeza.
La hermosísima mujer de la trenza se detiene, y sobre hombro me lanza una respuesta.
- No, no soy muda. Es sólo que me niego a decir, aunque vaya contra el protocolo, que amo a ese maldito tirano.