La nómada
img img La nómada img Capítulo 5 Lunas:
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Capítulo 6 Revelaciones: img
Capítulo 7 Revelaciones II: img
Capítulo 8 Mayilis: img
Capítulo 9 Mayilis II: img
Capítulo 10 Legalismos: img
Capítulo 11 Penitencia: img
Capítulo 12 Amargas: img
Capítulo 13 Alhajas: img
Capítulo 14 Dones: img
Capítulo 15 Jardín Secreto: img
Capítulo 16 Complicidad: img
Capítulo 17 Luz de luna: img
Capítulo 18 Secretos: img
Capítulo 19 Pétalos: img
Capítulo 20 Harén: img
Capítulo 21 Veneno: img
Capítulo 22 Fieras: img
Capítulo 23 Polvo en el viento: img
Capítulo 24 Foso: img
Capítulo 25 Delirio: img
Capítulo 26 Jardinero: img
Capítulo 27 Imperio: img
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Capítulo 5 Lunas:

Umara:

¡Este sí es un jardín! Contemplo pletórica de felicidad el fresco verdor que se extiende ante mis ojos hasta donde alcanza mi vista . Aquí y allí florecen las más extrañas plantas. Aromas exóticos llenan el aire, la brisa hace mecer las cargadas palmeras y cocoteros. Al menos cincuenta fuentes vierten agua cristalina . A un lado y otro descubro aves coloridas enjauladas o animalitos que corretean libres por entre las flores. Posadas en las ramas de los árboles observo palomas de diferentes clases.

No logro salir de mi mudo asombro. Me postro sobre mi rostro y beso la tierra, mientras elevó una oración de agradecimiento al Magnánime. Este lugar debe ser la réplica terrenal del Gran Oasis Celestial.

- Ven, deja tus rezos para luego. Es hora de presentarte a los demás soles.- Me apura Lady Citié. Hoy parece impaciente y malhumorada.

Me pongo en pie y la sigo, caminando sobre el paseo de granito que serpentea entre las flores y fuentes y jaulas ... Los zapatos de madera de Citié producen un característico clap-clap contra el pavimento y yo sonrió, mordiéndome el interior del cachete para no explotar en una carcajada.

Al poco rato de andar, llegamos a un palacete interior y Citié no me permite apreciar en detalle la riqueza y apoteosis en objetos valiosos diseminados por todo el lugar. La pequeña mujer me lleva corriendo tras de sí. Trato de seguirle el paso, mis pies van calzados en suaves y cómodas sandalias, pero este pesado atuendo que me han puesto es realmente molesto, las telas son negras y gruesas. Así también lo es el hayab y velo de que me han provisto. De pies a cabeza, solo mis ojos son visibles.

En un momento llegamos a un amplio pabellón, sostenido por plateadas columnas. Por doquier observo divanes cubiertos por almohadones y finas sedas o gruesas pieles. Sobre los divanes reposan en diferentes posturas de relajación, cuatro mujeres. Las doncellas que me bañaron y vistieron la noche anterior ahora se encuentran atareadas en ir y venir entre los divanes, trayendo y llevando bebidas, dátiles y pequeñas porciones de carne a las mujeres que descansan complacientemente , mientras otras jóvenes con atuendos más toscos y grillos alrededor de sus cuellos, les aplican masajes, trenzan sus cabellos, untan sus cuerpos con aceites aromáticos o simplemente les abanican.

-¡ Ya está aquí!-Alguien chilla. - ¡ La chica nueva ya llegó!

Me rodeo el cuerpo con los brazos y me preparo de la avalancha que sé me impactará en cualquier momento... Las cuatro mujeres se han levantado a una y han corrido a rodearnos a Lady Citié y a mí.

- ¡Muchachas, muchachas por favor, decoro!- exclama Citié escandalizada.

- Deja tu decoro para después.- una riposta.

- ¡Moríamos de curiosidad !- otra chilla.

-Vamos, vamos no seas tímida.-Se dirige a mí una muchacha esbelta, pelirroja, vestida con telas en azul de diferentes tonos. Su pelo encendido contrasta grandemente con su piel oscura como el ébano. Es delgada, atlética y sus ojos son tan rojizos como su cabello.

-Zai , sabes que hay que cumplir un protocolo...- regaña Cítiê

-¡Tú y tus protocolos! -Protesta Zai.

-Tranquilízate, hermana. Vas a asustar a la chica nueva.- Comenta otra muchacha que...abro los ojos cómo platos. Es idéntica a Zai. Bueno, no. No son exactamente iguales. El rostro es el mismo, y la altura, y la vestimenta es similar. Pero el cabello de ésta es blanco. Total y completamente blanco. Y sus ojos, como la plata.

A mí rededor reina un parloteo incesante.

- Calla Mem, que no ves...

-¡ Ya es suficiente!

Todas voltean en dirección al arco que abre en dirección opuesta a dónde estamos en pie. Una mujer de cabellos platinados y vistiendo sedas color pastel, camina hacia nosotros. Sus movimientos son gráciles, pausados.

Me recuerda a los de una gacela.

Esta mujer es alta también, pero no tanto cómo las gemelas Zai y Mem. Lleva el cabello recogido en un intrincadísimo peinado de trenzas engarzado con diminutas piedrecillas traslucidas que brillan al sol. Una cinta plateada cubre su frente y en el centro de la misma descansa una enorme y ovalada piedra roja. La plateada cabellera y ésta rojiza joya hacen un enorme contraté contra su piel nívea.

El resto de las mujeres calla al instante y se apartan de mi derredor cabizbajas. Me mantengo con la frente erguida y los ojos muy abiertos del asombro. Incluso lady Citié está en pose reverente ante la recién llegada.

- Por lo visto, seguís siendo un hato de vacas desenfrenadas.-Susurra la mujer de cabellos dorados. A pesar de que su tono es quedo y pausado, no puedo dejar de advertir el veneno en sus palabras.

- Tanto tiempo intentando enseñaros los modales dignos de la nobleza kuraní, y aún os comportáis como las salvajes que sois.

Un silencio punzante reina en el pabellón. La mujer de cabellera de oro se dirige hacia mí y me observa despectivamente. Meneando la cabeza con desaprobación.

-Tzk,tzk. ¿Cítiê ... no le has explicado a ésta pequeña adoradora de camellos que debe mantener la vista baja ante aquellos de mayor rango?

Lady Cítiê se encoje, y veo que tiembla de miedo pero no levanta la mirada ni profiere explicación alguna.

Mientras tanto me mantengo con la cabeza erguida, con los negros y malignos ojos de la rubia clavados en los míos. Es cómo si estuviera midiendo mis fuerzas y me niego en ser la primera en apartar la mirada. Una larga y encargada ceja se eleva, y los ojos de mi oponente se agrandan. Por un momento se queda con la vista fija, y todo su cuerpo se endurece en un espasmo. Su rostro, que hasta el momento había mostrado sentimientos despectivos, se torna inexpresivo y vacío. La joya de su frente vibra, emitiendo un destello cegador.

Me cubro el rostro con el brazo y cierro los ojos. Es cómo si hubiera nacido un segundo sol, procedente de la frente de la mujer, un sol más rojo y más cercano que el verdadero.

Súbitamente el destello cesa. La mujer despierta de su trance parpadea un par de veces y luego adopta nuevamente su postura de superioridad y su expresión de burla.

Retiro mi brazo de mi rostro y la enfrento una vez más.

- Por suerte para ti- ... Dice, mostrándome sus dientes. Como lo haría una víbora antes de atacar...- debo presentarme inmediatamente ante el Emperador. Los rebeldes del Este se están agrupando y el concilio se reunirá en un cuarto de hora. De lo contrario pagarías cara tu insolencia.

Se gira, su mirada pasa por sobre el resto de las mujeres y se posa en lady Citié.

- Cítiê, espero que enseñes a esta recién llegada la apropiada forma de comportarse en mi presencia...o lo haré yo.-Dicho esto, da media vuelta y se marcha. Cruzando el arco de piedras por el que Cítiê y yo hemos venido.

- ¿Quién demonios era esa?- Bufo indignada.

Las demás mujeres se cierran en círculo a mi rededor y Citié me calla haciendo una señal con su mano.

- Silencio, no seas imprudente.-Regaña la pequeña mujercita.

-Tiene razón. No conviene que te hagas enemiga de esa cobra.-Aconseja la gemela de cabellos blancos.

Las otras mujeres menean sus cabezas negativamente.

- ¿Pudiera ser que estés loca?- increpa con un chillido otra mujer, su cabello castaño y encrespado en gruesos rulos se mece su cabeza. Esta es más alta que yo, pero no tanto cómo las gemelas y tiene una expresión francamente amigable y curiosa en sus vivos ojos marrones.

Citié retira su mano de mi boca y se entretiene un momento en sacudir polvo imaginario de su hermoso kimono.

-Bien, bien , chicas calmaos.- Dice la mujercita. - Para responder tu pregunta, la señora que acaba de irse es Lady Cassandra, primera esposa nuestro amado.

Se gira hacia mí y prosigue.

- Yo soy Lady Citié, segunda esposa de nuestro amado.

-Nosotras somos Lady Zai y Mem...-dice la gemela de cabellos rojos.

- Somos la tercera y cuarta esposa de nuestro amado- responde la gemela de cabellos blancos.

- Yo soy Lady Burya, la quinta esposa de nuestro amado.-Canturrea la mujer de los grandes rulos castaños.

La otra dama se mantiene en silencio. Su rostro es una mueca de desagrado. Gruñe y se aleja dándonos la espalda. Viste unas ropas provocativas, vaporosas, que dejan entrever sus increíbles curvas y sus largas piernas. Su rostro está maquillado fuertemente alrededor de sus ojos verdes y su cabello es negro y extremadamente largo y liso, tanto que casi llega a sus rodillas. Lo trae recogido en una enorme trenza adornada con listones de colores. En uno de sus tobillos tintinea una tobillera plateada.

Lady Citié bufa. - Ella es Lady Sarab, sexta esposa de nuestro amado.

-¿Es acaso muda?- Pregunto en voz baja.

Las demás mujeres estallan en risitas tontas y niegan con la cabeza.

La hermosísima mujer de la trenza se detiene, y sobre hombro me lanza una respuesta.

- No, no soy muda. Es sólo que me niego a decir, aunque vaya contra el protocolo, que amo a ese maldito tirano.

                         

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