El caso de Luis Galiano
img img El caso de Luis Galiano img Capítulo 2 I LA CASA MALDITA
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Capítulo 4 III ¿QUIÉN CAMBIÓ EL CANAL img
Capítulo 5 IV NO QUIERO ASUSTARLA, PERO... img
Capítulo 6 V EL AQUELARRE DE LA SERPIENTE img
Capítulo 7 VI PESADILLAS MORTALES img
Capítulo 8 VII ASILI B'ALAM img
Capítulo 9 VIII LA HORA DEL TERROR img
Capítulo 10 IX DIOS LOS PROTEJA DE TODO MAL Y PELIGRO img
Capítulo 11 X TEMORES DESTADOS img
Capítulo 12 XI LOS AGENTES DE LO PARANORMAL img
Capítulo 13 XII LUIS GALIANO img
Capítulo 14 XIII EL VERDADERO DEMONIO img
Capítulo 15 EPÍLOGO img
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Capítulo 2 I LA CASA MALDITA

En la oscuridad se ocultan secretos abominables; verdades latentes que se adhieren a las penumbras para mantenerse en el tiempo. La oscuridad es fría, misteriosa, un terreno desconocido. Aunque no tiene luz, es cegadora y atractiva. Es necesaria para el engaño, y vital para los entes profanos que reposan en ella. Por ello, hasta que no cubrió cada ángulo de la vivienda, el mal no se manifestó en sus puertas; emergió como una silueta difusa e irreconocible que la atravesó con rapidez.

Con su paso, una puerta se abrió con lentitud; le dio acceso a una habitación repleta de juguetes, donde los animales y calcomanías de princesas servían de decoración. El ramillete de doncellas era variado, desde rubias blancas a morenas y pelirrojas, todas mujeres de gran valor y liderazgo, pero la más importante de ellas dormía en la seguridad de su cuna; «Isabella», tal como indicaban las letras en la pared.

Los párpados diminutos de la bebé se abrieron poco a poco con dificultad, y a los segundos siguientes, su risa inocente hizo eco por todas las paredes de la casa. La criatura no paraba de reír con diversión, cada carcajada la acompañaba por su balbuceo natural. Era una risa pura, radiante, libre de maldad. Con una de sus diminutas manos, tomó uno de sus pies, y, por instinto, lo llevó a la boca para tratar de comerlo mientras se entretenía con la fuente de su risa: el colgante musical de la cuna.

El ruido producido por la bebé provocaba que, en la habitación del lado, una mujer jadeara por momentos. La joven rubia remojó su boca con saliva y dio un giro con el fin de lanzar su brazo sobre el pecho del hombre que se hallaba a su lado, hasta que una risa mucho más fuerte la sacó del sueño profundo.

-¡Mi bebé! -exclamó, levantándose de un salto-. ¡Despierta, Francisco! -Movió a su esposo con desespero-. ¡Despierta, por favor! La niña está riendo sola... ¡otra vez!

-¿Por qué gritas, Camila? -preguntó el hombre de churcos oscuros, con ojos tan pesados como su sueño. Entonces otra risa estruendosa resonó y logró sacarlo del estado somnoliento-.

¡La niña!

La mujer fue la primera en salir de la habitación, pero el hombre, que corrió tras ella, fue bloqueado por un movimiento brusco y repentino que cerró la puerta.

-¡Francisco! -gritó con terror.

Camila golpeó la puerta una y otra vez, sin embargo, ninguno de los dos conseguía abrirla desde ninguno de los dos lados. Resignada a que no lo lograría, llevó las manos a la cabeza con desespero. Temblaba de los nervios, y la presión de sentirse observada desde la oscuridad no la ayuda a calmarse para nada. No conseguía explicación para lo que pasaba. Las noches en la 7-18 eran un tormento. No era la primera vez en que las puertas eran poseídas por un bloqueo desbordante.

-¡No abre, ve tú por Isabella! -exclamó Francisco desde el otro extremo.

Y tan pronto como terminó la oración, una risa familiar la motivó a girarse hacia el cuarto donde se hallaba su bebé. La observó dando palmaditas lentas mientras reía con la pared, cosa que la horrorizó. Con la rapidez del pensamiento, corrió hacia la entrada, pero la puerta se cerró antes de que ingresara a la habitación. No era coincidencia. Ya no.

En ese momento su corazón aceleró el ritmo.

«Lup-dup. Lup-dup. Lup-dup», Camila escuchaba el retumbe frenético de sus pulsaciones.

El desespero se apoderó de ella, comenzaba a sudar frío. No tenía idea de cómo proceder, y los golpes de Francisco intentando abrir la otra puerta no la ayudaban a concentrarse. La única acción que su mente le permitió coordinar fue golpear la puerta sin cansancio, aun cuando sus intentos por abrirla eran nulos.

«Uno, dos, tres», contó, en un intento por recuperar la calma.

-Piensa, Camila -se dijo a sí misma-. Por favor, piensa, por el bien de tu hija.

Luego escuchó cómo el colgante musical de la cuna reproducía una tierna melodía: «un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que resistía, fue a buscar a otro elefante», y la poca tranquilidad obtenida desapareció en menos de un segundo. El sonido siguiente fue estruendoso, como el estallar de una bomba. La puerta blanca de su habitación se había abierto de un golpe contundente; Francisco había logrado romperla desde el otro lado.

-¿E Isabella? -preguntó él, con ojos estupefactos.

-Sigue adentro -informó Camila, temblando de los nervios-. La puerta también está bloqueada. No sabía qué hacer.

De repente, en la habitación de la niña todo cambió, en lugar de escuchar su risa carismática, retumbó un llanto triste y asustado. El colgante musical aún ofrecía su melodía, esa vez con «dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña, como veían que resistía, fueron a buscar a otro elefante»; situación que terminó de alterar a la mujer.

Francisco tiró con su mano el decorativo de la mesita del pasillo, y, sin pensarlo dos veces, la estrelló contra la puerta. El impacto la hizo ceder. Cuando consiguieron entrar, frenaron en seco con terror.

La oscuridad era confusa, difícil de descifrar, pero incluso mucho antes de encender la luz, ante sus ojos fueron testigos de un hecho desconcertante. Recordaban haber dejado a Isabella envuelta en sus cobijas, mas en el momento en que entraron, la niña se encontraba de pie sobre el barandal de la cuna, con ojos brillosos y las manos extendidas hacia el frente, como si fuera un títere controlado por cuerdas invisibles.

La presencia de la luz había provocado que cayera de regreso en el colchón; impacto que avivó en ella un llanto asustado. Camila la sacó de allí con rapidez y la envolvió en la seguridad que sus brazos podían ofrecerle a su frágil bebé. Con los ojos llorosos y el corazón aún agitado, le dio todos los besos que pudo. La sentía helada y temblorosa, en medio de un respirar cortante y forzado.

-Ya estás conmigo, mi pequeña -susurró con nerviosismo mientras se sentaba en la mecedora de la esquina-. Todo estará bien.

-¿Viste eso? -inquirió Francisco, perplejo. Camila solo asintió, mantenía los ojos cerrados en una negación interna que pedía a gritos no haber visto nada de lo anterior-. ¡La niña estaba parada sobre la cuna, y ni siquiera había aprendido a levantarse por sí sola! ¡Es imposible! ¡Llevamos tan solo una semana viviendo aquí y es la tercera vez que la niña nos despierta con su risa en la madrugada! Y no solo eso, lo que sucede en esta casa no es normal... ¡está maldita! ¡¿Con quién carajos reía la niña?!

¡¿Cómo fue que el colgante musical comenzó a sonar?! No creo que ella alcance hasta ahí. ¿Y qué me dices de las malditas puertas?

Cuando Camila abrió al fin los ojos, se levantó de la silla con determinación.

-Nos vamos -dijo, decidida-. No pasaré una noche más en esta casa.

-Por supuesto que no. Nada de esto tiene una respuesta lógica. Ya mismo comenzamos a empacar.

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Un hombre uniformado salió del interior de la vivienda con los hombros cargados de las últimas cajas embaladas, las dejó sobre el camión estacionado afuera; ya todo el vehículo estaba copado de muebles, listo para marcharse. La pareja lo observaba terminar la labor bajo la sombra de un árbol de limones. La mujer cargaba a su bebé dormida, mientras el hombre la rodeaba con los brazos. Cuando todo a su alrededor parecía consumido por tinieblas, su pequeña familia brillaba como la única luz que les brindaba calor y seguridad.

-Ya está todo -anunció el hombre de la mudanza-. Marchamos cuando ustedes decidan.

Desde otro rincón del jardín, una mujer de conjunto color mostaza, miraba a todos lados con angustia. Se trataba de una señora de edad, robusta y de cachetes regordetes, con el cabello pintado de un tono disparado que ocultaba sus canas; había visto cómo subían cada objeto al camión.

-Vamos, Camila. -Se acercó al árbol de limones y suplicó-: Es un barrio tranquilo, están dentro de un bello conjunto de vecinos amistosos, no tiene piscina, pero sí casas amplias y hermosas, zonas verdes y un parque natural muy tranquilizante y pacífico. ¿En serio quieren mudarse? -preguntó con una expresión que manifestó su desespero.

-Ya te lo dije varias veces, Dilma -replicó la rubia. Su rostro reflejaba el pánico e inseguridad que sentía; las ojeras marcadas hacían evidente que llevaba tiempo sin dormir-. Las madrugadas aquí son una tortura. Mira mi rostro, mujer. Nunca pudimos conciliar el sueño por las noches y nos sentíamos acechados constantemente.

-Cosas extrañas suceden en esta casa, Dilma, ¡esta maldita casa! -apoyó el crespo, con miedo en su voz. Evitaba mirar hacia el interior de la vivienda al hablar-. Nuestra bebé no paraba de llorar, las puertas se abrían y se cerraban, las paredes sonaban... y sin mencionar que una vez que salí al patio por la noche, ¡se dibujó una mano con sangre! ¿Cómo nos explicas eso, ah?

-¡Los fantasmas no existen! -respondió entre risas, como si hubiera escuchado un chiste de mal gusto-. Solo ha de ser el viento corriendo fuerte.

-¡Pues qué gran artista es el viento, mujer!

-No nos alteremos -respondió con una risa falsa que llamó a la calma-. Insisto en que deberían quedarse. -Pensó por cortos segundos lo siguiente que diría-... ¡Les rebajaré el arriendo si lo hacen!

La pareja la vio con gesto ofendido. No respetaba su determinante decisión. Lo primero que pensaron fue que a esa mujer solo le importaba el dinero.

-¿Y a qué costo? -cuestionó Francisco, indignado-.

¿Nuestro sueño? ¿Nuestro matrimonio? O incluso peor, ¿nuestra bebé? ¡Tiene tan solo seis meses y la vimos subida en las barandas de la cuna! ¡No nos quedaremos aquí a pasar las peores noches de nuestras vidas, Dilma! No importa el dinero, en realidad nunca se trató de eso. No nos quedaríamos incluso si nos regalas la casa.

-Ahora entiendo por qué el arriendo es tan económico.

-Camila la miró fijo hasta el punto de llegar a intimidarla-. No es la primera vez que sucede, ¿cierto? -Dilma bajó la mirada, sin nada más que agregar-. ¡Por eso nadie tomaba esta maldita casa en arriendo! Está embrujada -concluyó-. Algo sucedió aquí, algo muy oscuro. Lo peor es que pareces estar totalmente consciente de ello y, aun así, no haces nada al respecto para ofrecerles seguridad a tus clientes. Eso solo demuestra que quieres lucrarte del sufrimiento de los demás, y eso es despreciable. He conocido personas miserables, Dilma, pero tú alcanzas otro nivel.

-Que tengas suerte buscando otros arrendados, Dilma, porque por nuestra parte, no volveremos a este sitio tan siniestro.

-Francisco le entregó un manojo de billetes, consumido por el enojo-. Eso es por los daños a la propiedad. Y olvídate de regresarnos dinero del depósito, no queremos volver a ver tu sucio rostro nunca más.

La pareja le dio la espalda y se dirigió al camión, dejándola con el dinero que tanto necesitaba, junto a una angustia creciente.

-Arranque, por favor -dijo Camila al conductor-. No quiero volver a saber nada de este lugar. -El hombre asintió, y el camión emprendió su marcha.

Dilma frunció el entrecejo, algunas arrugas de preocupación se le plegaron en la frente. Se resignó a ver cómo el vehículo se alejaba de la casa a toda velocidad para nunca regresar. Con él se iba toda esperanza de arriendo y de compra. Era otra oportunidad perdida.

No quedaba nada más por hacer en ese lugar. Le dedicó una mirada más a la vivienda mientras echaba llave a las puertas.

Parecía inofensiva con el enrejado blanco y el árbol de limón del jardín, pero en realidad ocultaba oscuros secretos que contrarrestaban su fachada. No era lo que los arrendados decían, ni lo que Dilma conocía en su versión de la historia... sus cuatro paredes resguardaban verdades mucho peores, un sinfín de misterios ajenos a salir a la luz.

-Maldita sea la hora en que compré esta casa -se dijo a sí misma mientras subía a su Twingo blanco-. Nuevamente me quedaré sin dinero. Por tu culpa he perdido otro arrendado. - Encendió el auto con la llave respectiva-. Gracias, Luis Galiano. Dilma tiró de un portazo y arrancó negando con la cabeza. Se preguntaba una y otra vez la razón por la cual le sucedía a ella, no merecía tanta desgracia.

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Un castaño de tez blanca y cabello corto abrió sus ojos miel mientras se sentaba en la cama. Bostezó como cada mañana y restregó sus manos sobre los ojos. Pasó la vista a la castaña que se hallaba a su lado, arropada con una sábana blanca. Sonrió con dulzura al verla, estaba hipnotizado con su belleza natural. Le agradecía a la vida por tenerla. Despertar a su lado cada mañana, era el mejor motivo para levantarse y luchar por una vida de calidad. Permaneció así algunos segundos, encantado por un hechizo llamado amor, hasta que alzó la mirada hacia el reloj que colgaba de la pared. Se sobresaltó al ver la hora.

-¡Llegaré tarde al trabajo! -gritó, despertándola de un susto. El hombre apartó la sábana de su cuerpo y se quedó con el pecho al descubierto. Sus músculos eran marcados, sin llegar a ser exagerados. Cuando salió de la cama, tropezó con una peinadora que se hallaba a unos estrechos pasos de él.

-¡Auch! -exclamó de dolor.

Se sentó al borde del colchón para sobarse el dedo pequeño del pie derecho.

-¿Estarás bien? ¿O debo llamar una ambulancia? -preguntó entre risas la castaña. Era de atrapantes ojos verdes.

-Sí, solo necesitaremos una casa más grande, así no me estaré pegando con todo. -Respiró hondo y apartó el pie de sus manos-. Voy tarde al trabajo, iré a alistarme.

-Ve. -Le sonrió-. Prepararé el desayuno.

La mujer envolvió la sábana blanca en su cuerpo como si fuese una bata y recogió su cabellera en forma de cola de caballo. Le esperaba un día más de aburrimiento en el apartamento. Cocinar y ver televisión era la mejor manera de distraerse, al menos hasta que la llamaran de alguno de los tantos trabajos a los que envió su hoja de vida para desempeñarse como bióloga. Aunque se esforzó mucho en su carrera universitaria, conseguir una vacante en el país resultó más complicado de lo que pensó, la mayoría de los puestos eran asignados a dedo por los corruptos en el poder.

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El hombre terminó de acomodar la corbata de su traje frente al espejo. Su cabello castaño se hallaba peinado hacia atrás a la perfección. El último detalle fue el reloj en la muñeca. Trabajaba en una de las agencias de abogados más importantes en la ciudad, así que vestir elegante, a pesar del calor agobiante de afuera, era un requisito indispensable en su vida.

El olor a comida le llegó a la nariz, lo envolvió con su aroma atrayente, el que más deleitó fue el del exquisito café colombiano. Su estómago crujió en señal de hambre, así que se movió entre los muebles para llegar a la mesa.

El espacio en el apartamento era pequeño y para nada acogedor. No existía ni una sola pared que dividiera las diferentes partes de la casa, solo constaba de una habitación donde cada objeto estaba repartido con escasez. Todos los muebles se hallaban agrupados en un rincón; el planchón de la cocina era diminuto y compartía espacio con la nevera y la estufa; el comedor se hallaba a unos pocos pasos de la cocina, con la mayoría de las sillas pegadas a la pared, lo que impedía moverlas; y a unos pocos metros más allá, se encontraba la cama matrimonial, muy cerca del escaparate y la peinadora.

La estadía en el apartamento era un caos. Muchas de las cosas que habían comprado habían tenido que mantenerlas en cajas por falta de espacio.

El hombre bebió su café mientras leía de reojo el periódico. Se alistó más rápido de lo que imaginó, lo que le dio tiempo suficiente para desayunar con calma. Se detuvo cuando leyó en la parte de Clasificados un anuncio que captó toda su atención.

CLASIFICADOS

FINCA RAÍZ

VENDO o ARRIENDO casa grande y económica en conjunto La Perla Dorada. 3916485716>

-Gabriela -dijo a la mujer que comía frente a él. Ella atendió al llamado con interés-. Hay una oferta de un bien inmueble no muy lejos de aquí. El anuncio asegura que la casa es grande y que el precio es económico, a pesar de que está ubicada dentro de un conjunto residencial. ¿Qué dices?

-¿Que qué digo? -le preguntó con una sonrisa, movida por la emoción-. ¡Llama hoy mismo, David! No podemos dejar pasar la oportunidad de salir de este infierno que tenemos por hogar. Cada día se me hace más incómodo vivir aquí, y sé que a ti también.

-Creo que en los tres meses que llevamos en este sitio nunca me fuiste tan sincera -respondió con sorpresa-. Siempre me escuchaste quejándome por tropezarme con todo y aun así no me decías nada.

-Bueno... -Lo tomó de las manos-. Soy comprensiva, no quería presionarte. Aún no me sale trabajo, nos casamos hace tres meses, fuimos a una luna de miel de ensueño... ha habido muchos gastos y pocos ingresos. Gastaste bastante de tus ahorros en nuestra boda, sería una descarada si te exigiera una mansión. Por los cachetes de David se extendió un ruborizado leve, junto a una sonrisa cargada de amor hacia ella, lo demostró en el brillo de sus ojos.

-Te amo por como eres -dijo, de repente.

-Lo sé, y es mutuo, por eso nos casamos. -Le sonrió de vuelta.

Gabriela se acercó a él y unieron sus labios bajo el mismo sentir que sus corazones demandaron. Un gesto tan dulce que provocó en ambos una risa de tontos.

-Anda a llamar. Yo me encargo de esto. -Recogió los platos para llevarlos a la cocina.

Él asintió conforme, y marcó en su teléfono el número que indicaba el periódico.

Luego de casarse, se mudaron al primer apartamento que se adaptara a sus condiciones. Debido a los gastos, tuvieron que resignarse al poco espacio; era eso, o limitarse a visitar a Gabriela en casa de sus padres mientras conseguían un sitio mejor. Pero él se negaba a estar lejos de ella, sobre todo porque vivían en otra ciudad.

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Desde el día en que Francisco, Camila y su bebé abandonaron la casa, pasaron dos años en los que nadie más la arrendó. Camila se encargó de hacer saber a todos los posibles interesados en la vivienda lo que sucedía allí. Se las ingeniaba por conseguir los números telefónicos y dar el aviso, que siempre iba acompañado por un insulto hacia Dilma por su consciencia sucia. Algunas veces, tuvo que volverse insistente debido a la incredulidad de los interesados, les sonaba descabellado, mas, al final, terminaba cumpliendo su objetivo de persuadirlos, y los clientes siempre se abstenían de firmar a último momento.

Fueron dos años en los que Dilma pasó día y noche pendiente del teléfono, buscaba por todos los medios la manera de ganar dinero con la propiedad, era su único sustento para vivir, junto a la miserable pensión que recibía cada mes. Además de ser una mujer de edad, vivía sola; su esposo había muerto hacía muchos años y nunca tuvieron la oportunidad de concebir un hijo.

Dilma llegó a sentirse al borde del colapso, incluso atravesó distintas crisis, las psicológicas y las alimenticias fueron las más duras, hasta que un día su insomnio y preocupación dieron un vuelco total.

El celular de la mujer robusta sonó, cosa que no hacía muy a menudo, casi nadie la llamaba ni se interesaba en saber cómo estaba, sus amigos eran escasos y su familia distante. La llamada resultó esperanzadora cuando escuchó, al otro lado del teléfono, la voz gruesa de un joven.

-¿Aló? -escuchó en la línea.

-Hola, buenas tardes -contestó.

-¿Hablo con Dilma?

-Sí, así es, ¿con quién hablo?

-Soy David Caballero, llamo por el anuncio en el periódico.

Me interesa visitar su casa para arrendarla.

Con un gesto que iluminó su rostro apagado, la mujer se encargó de arreglar todo por teléfono para que la visita a la vivienda fuera un hecho. Acordó con el interesado un día y una hora en específico, términos que ambas partes aceptaron de inmediato.

-Entonces nos vemos mañana, David. Un gusto hablar contigo -dijo ella, y finalizó la llamada.

Al fin sus plegarias eran escuchadas. Añoraba que el sueño terminara siendo realidad y no se abstuvieran de firmar a último momento. También deseaba a Camila lejos del asunto, lo más distante posible; con constancia era su piedra en el zapato y un eslabón hueco en el camino a su felicidad.

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Al día siguiente, un vehículo amarillo que llevaba sobre él un letrero luminoso que lo identificaba como taxi, se estacionó frente a la casa reconocida en el conjunto por su árbol frutal. Allí esperaba Dilma, recostada sobre su Twingo blanco, lucía uno de sus tantos conjuntos de vestir; el de esta ocasión se confundía con el color del auto; unicolor, así los prefería.

Del taxi bajaron dos personas que llevaban ropa que solo se podía usar en un clima cálido como en el que vivían. Era una pareja joven, que llegó a parecerle tierna a Dilma. La mujer los detalló de pies a cabeza. Se encantó con la cabellera larga de la joven, sus piernas anchas le tonificaban el short, y aun a la distancia presenció el brillo de esos ojos que evocaban la naturaleza. Él le pareció bastante alto y atractivo, castaño, igual que su acompañante. Verlos le recordó su juventud, cuando cantaba vallenatos viejos y baladas románticas con sus amigos de la universidad, tiempos que no volverían por más que lo deseara.

Dilma cortó el registro visual y se les acercó con una sonrisa fingida.

-Señora Dilma -saludó David, estirando la mano en dirección a la mujer-. Un placer conocerla.

-Oh, David. -Sonrió, cordial, mientras hacía lo propio-. El placer es todo mío al recibirlos en esta bella casa. -Se dirigió a la joven que lo acompañaba-. Tú debes ser Gabriela, ¿no es así? -Ella asintió y se estrecharon la mano-. Un placer, querida.

-Igualmente, señora Dilma -respondió con una sonrisa inocente.

-David me habló maravillas de ti por el teléfono -comentó con ademanes-. Además, me contó que tu especialidad son las arepas. Espero algún día poder deleitarme con tu sazón.

Gabriela no pudo evitar reír. Cada vez que David tenía la oportunidad, buscaba la forma de enaltecerla.

-Por supuesto, señora Dilma. Es bienvenida a comer en la casa cuando lo desee.

-Oh, por favor, díganme Dilma. -Sonrió-. Ahora. -Sacó el manojo de llaves del bolsillo de su pantalón-, a lo que vinimos. -Introdujo las llaves en la chapa de rejas blancas y la abrió. Luego extendió la mano para invitarlos a entrar-. Sigan, por favor.

La pareja ingresó y observó cada detalle del jardín, el césped lucía vivo y múltiples plantas lo adornaban, pero lo que más les causó curiosidad fue el frondoso limonar podado en forma de bola, de todas las plantas era la que imperaba por su belleza refulgente.

-¿Da buenos limones? -preguntó Gabriela con curiosidad.

-Con ellos harás las mejores limonadas que llegará a probar tu paladar -respondió Dilma, sonriente-. Oh, y aquí podrán guardar su carro. -Señaló hacia el porche a unos pasos más allá.

-Oh, aún no tenemos auto -contestó David-. Nos casamos hace tres meses, vamos poco a poco con nuestros bienes. Tenemos planeado conseguir uno a principios del otro año.

-¡Y por supuesto que lo conseguirán! Si son ahorrativos les será más fácil... son una pareja muy tierna, ¿se los han dicho antes? -preguntó con modestia.

-Sí, en algunas ocasiones -respondió él, sonrojado. Gabriela solo lo vio con ojos de enamorada.

-Sigamos el recorrido.

Dilma abrió una reja más e introdujo una de las llaves en la puerta blanca que les daría acceso total a la vivienda.

Al entrar, quedaron maravillados. Comparado con su apartamento, el espacio era gigantesco, con facilidad cabían tres o cuatro apartamentos como en el que estaban y aún así quedaría espacio.

La casa constaba de una sala amplia; tres habitaciones enormes y dos baños modelo; la cocina era integral, el horno, el lavaplatos y la estufa estaban incrustados, con gavetas arriba y abajo, extractor de grasa, buen espacio en el planchón y lugar para la nevera. A unos pasos existía un espacio considerable para añadir algunos bancos. Más allá, se alzaba el lugar ideal para acomodar el comedor junto a las sillas.

Lo que más les llamó la atención, fue cuando corrieron la puerta de cristal que los llevó al patio al descubierto, que también era bastante extenso. Estaba protegido por la seguridad de rejillas de metal en la parte de arriba, con césped en un lado y tableta de gavetas para guardar sus pertenencias en el sector del lavadero y un espacio para colgar la ropa. En él, podían acondicionar a la perfección la lavadora y muchos otros objetos más.

-¿Y qué tal? -preguntó Dilma, con una sonrisa esperanzadora.

Muy a sus adentros elevaba plegarias para que Camila no los haya contactado antes, de lo contrario perdería otra oportunidad. David dio un giro sobre su eje. Observó una vez más la casa, se mostraba encantado. Luego se volteó hacia Gabriela, buscaba aprobación en ella, quien asintió de inmediato.

-Nos la quedamos -decidió David.

Dilma llevó las manos hacia atrás de su cintura y apretó los dedos para contener su felicidad. En su mente no paraba de retumbar un victorioso ¡sí!

-Perfecto, mañana mismo pueden ocuparla.

-¿Tan pronto? -preguntó Gabriela, con emoción contenida.

-Sí, como verán está libre para ustedes, a no ser que deseen hacerlo otro día.

Aunque lo dijo con la firmeza suficiente para notarse segura, rogaba en su mente que no fuera así. Entre más días, más se alejaba el cumplimiento de su deseo.

-No, mañana está perfecto -confirmó David-. Hay que aprovechar el domingo.

-Estupendo -respondió, aliviada.

-Entonces nos veremos mañana, Dilma. Seguiremos hablando por teléfono. -Ella asintió-. ¿Cómo conseguimos un taxi por aquí?

-Oh, por favor, permítanme y los llevo. Sería descortés de mi parte tener auto y no darles la colita.

La pareja accedió, encantada.

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El Twingo blanco de Dilma se detuvo a las afueras de un pequeño complejo de apartamentos, indicando a la pareja que llegaron a su destino. El tema de conversación durante el trayecto corto fue el matrimonio de David y Gabriela, además de unos cuantos consejos de Dilma sobre cómo llevar una relación exitosa.

-Muchas gracias por el aventón, Dilma -dijo David mientras bajaba del auto junto a su amada-. Nos veremos mañana entonces.

-Ha sido un placer. Que pasen bonita tarde -respondió con una sonrisa, y arrancó.

David y Gabriela, con felicidad desbordada, la vieron alejarse. Gabriela celebró con un salto y cayó directo en los brazos de David. Él la sujetó de la cintura y luego le dio un giro. Era un buen motivo para sonreír, dentro de poco estarían en una casa de ensueño, cómoda y amplia, mas no eran conscientes de los horribles acontecimientos que sucedían allí.

Desconocían cada detalle que los llevaría al borde del desespero, así como la historia siniestra teñida con sangre y maldad. El no conocer la historia los obligaría a sufrirla. Su ignorancia sería su enemigo, pero no tanto como el que aguardaba en las sombras, esperando a deleitarse con nuevas víctimas.

            
            

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