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Todo, absolutamente todo, había sido complicado desde que salí de la manada. Nunca imaginé que todo lo que conocía, todo lo que daba por sentado, se desmoronaría tan rápido. Los libros que había tomado me ayudaron a comprender una historia mucho más compleja de lo que había imaginado. Me hablaban de la verdadera creación, de las líneas que separaban a los mundos y de los dioses o gobernantes que los regían, seres tan poderosos que su presencia misma parecía afectar la realidad. No era solo una historia, era una verdad oculta, algo que había estado esperando a ser revelado, y yo, sin quererlo, era la pieza clave de ese rompecabezas.
Los sueños con Garret, el creador, se hicieron más frecuentes. A veces sentía que no era solo un sueño, sino una especie de comunicación más profunda. Él me guiaba, me ayudaba a despejar las dudas que los libros no podían responder, me enseñaba lo que era necesario para entender todo lo que me rodeaba. Había algo en su presencia que me inquietaba, una sensación de que estaba viendo más allá de lo que yo quería mostrarle. A veces, sus palabras parecían sacarme de mi zona de confort, pero era imposible ignorarlo, no cuando sentía que estaba en peligro de perderme por completo en todo lo que estaba sucediendo. Y lo peor de todo es que, a pesar de su ayuda, algo en mí comenzaba a sentir que había algo más detrás de sus palabras, algo que no quería ver. Algo que no quería decírme.
La cabaña encantada en la que me encontraba ahora había sido un refugio, pero también una prisión. Logré mantenerme oculta de todos gracias al mapa de uno de los libros, ese que solo la portadora podía encontrar. En ese momento, todo encajó de manera aterradora: yo era la portadora.
No quería serlo. No quería cargar con esa maldita responsabilidad, no quería ser la que tuviera que tomar decisiones que afectaran a tantos, no quería ser parte de una guerra que no pedí, ni que deseaba.
Pero, al mismo tiempo, sabía que no tenía opción.
El destino me había marcado desde el momento en que nací, y aunque luchara contra él, no podía cambiarlo. Sentía que el destino me estaba devorando lentamente, dejándome sin aire, sin fuerzas. Cada día era un recordatorio de que estaba atrapada, y de que mis deseos personales no importaban.
Estaba agotada. El peso de ser la portadora me aplastaba, y la idea de que todo lo que existía podría desmoronarse en cualquier momento me llenaba de una ansiedad que no podía controlar. Sabía que en algún momento tendría que regresar a la manada, a ese lugar que había dejado atrás con la esperanza de encontrar algo más, algo que no fuera solo lucha y sufrimiento. Pero ahora me veía obligada a regresar, a enfrentarme de nuevo a todo lo que había huido, porque ya tenía dominada la mayoría de mis poderes. Y esa sola idea, el regreso, me atormentaba, me daba miedo.
La incertidumbre sobre lo que me esperaba me consumía. ¿Él me estaría esperando? Después de todo lo que había sucedido en mi ausencia, ¿de verdad habría algo que pudiera devolvernos a lo que éramos antes? O tal vez, todo había cambiado ya, y yo solo estaba aferrándome a una fantasía. Cada vez que pensaba en él, en Connor, el perro-lobo que había llegado a ser mi mejor amigo, mi confidente, mi apoyo incondicional, sentía un alivio y, al mismo tiempo, una enorme tristeza.
Él había estado allí para mí cuando más lo necesitaba, ayudándome a controlar mis poderes, compartiendo una conexión única que iba más allá de lo físico. Cada vez que yo me sentía perdida, él lo sentía, y el lugar entero, la cabaña, parecía vibrar con nuestras emociones compartidas. Como si estuviéramos conectados de una manera que no entendía del todo, pero que me hacía sentir que, al menos, no estaba sola en esto. Sin embargo, cada vez que pensaba en regresar, en ver todo lo que dejé atrás, un nudo se formaba en mi garganta. No estaba segura de si estaba preparada para enfrentar lo que podría encontrar. No estaba segura de si alguna vez estaría lista para aceptar el papel que el destino me había asignado.
Todo podía ser como antes, o tal vez no. Quizás, al regresar, todo se desmoronaría aún más. Tal vez la conexión que tenía con Connor, que parecía tan pura y sincera, podría volverse algo más complicado. Y entonces, ¿qué pasaría con nosotros? ¿Qué pasaría con él? No podía evitar pensar en todas las posibles consecuencias, en lo que podría perder, lo que podría ganar, en el dilema que se formaba cada vez que pensaba en todo lo que me esperaba al regresar.
El tiempo pasaba, pero parecía que mi mente seguía atrapada en el mismo lugar, en el mismo dilema sin solución. Podía sentir cómo el paso del tiempo me desgastaba, me hacía más vulnerable, más cansada. Y aunque sabía que lo que tenía que hacer era inevitable, me resultaba cada vez más difícil aceptar mi destino, dejar que me arrastrara sin poder luchar contra él. Todo lo que podía hacer ahora era esperar, y con cada día que pasaba, el miedo y la incertidumbre se apoderaban más de mí.
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