Su respuesta había sido no, porque le parecía absurdo el que le pagaran por fingir ser alguien más, pero, cuando pisó de nuevo su realidad, tras salir de lo que parecía un sueño absurdo, se dio cuenta de que el sueño, aunque absurdo, era mucho mejor que su vida real.
Ella llegó a su casa y la encontró hecha un desastre. Estaba segura de que su exnovio de nuevo había ido ahí y, al no encontrarla, decidió acabar con sus cosas, con todas sus cosas, al punto de que no comprendía cómo sus vecinos no se habían dado cuenta de ese desastre y no habían llamado a la policía.
Su exnovio la estaba volviendo loca, ella había terminado con él por miedo a ser agredida físicamente, porque era tarde para protegerse emocionalmente, él ya la había roto demasiado en ese aspecto; pero, evidentemente, no había funcionado.
Toribio Andrade nunca había sido un sujeto tranquilo, pero la iniciativa que mostraba le gustó demasiado a ella, sobre todo porque se sentía halagaba cuando él no la dejaba en paz. Eso había sido demasiado estúpido de su parte.
Y es que, al inicio, el hecho de que ese joven la arrastrara a su ritmo le parecía romántico, y se enamoró como tonta de él, pero, cuando él la comenzó a arrastrar de la autoestima, se sintió demasiado mal, y no quiso esperar a ser arrastrada por los cabellos.
Ese sujeto, de asertivo brincó a ser agresivo, y cada día era peor, sobre todo para Erika Toledo, la indefensa joven en que se convirtió luego de vivir dos años bajo su yugo emocional, ese que la convenció de que no era nada sin él, y que sin él no podría seguir adelante.
Pero despertó justo a tiempo, ese día cuando, furioso porque no le gustó la comida que ella preparó, le aventó el plato en los pies, asustándola tanto que la dejó congelada en el sitio en que estaba parada.
Su cuerpo no se movía, pero cuando lo vio caminar hacia ella, furioso, su cabeza comenzó a gritar que, sino se movía, él la lastimaría mucho, tal vez la mataría, y ganó el valor de salir corriendo; aunque en realidad corría por miedo a salir herida, y eso no sonaba tan valiente que digamos.
Erica estaba tan aterrada que pasó la noche fuera de su casa, en la casa de una amiga que la escondió de él, porque el sujeto la buscó por todos lados, molestando a sus tres amigas y haciéndole entender que no estaba bien seguir viviendo así, porque las cosas entre ellos iban a cambiar, y lo harían para mal.
A la mañana siguiente de esa mala situación, apoyada por el hermano de una de sus mejores amigas, que era abogado y trabajaba en una notaría pública, la acompañó al ministerio púbico y levantó una denuncia para poder obtener una orden de alejamiento y así mantener a ese hombre lejos de ella.
Así, luego de eso, cuando el hombre regresó a la casa de esa joven, casi en la noche, se encontró con dos policías resguardando la casa, mismos que le avisaron de la orden de alejamiento y que lo escoltaron durante el tiempo en que pudo entrar a esa casa para sacar todas sus cosas.
La casa era de Erika, su madre la había heredado de su madre, quien la obtuvo del abuelo materno de la joven, quien había concebido a su madre en una relación extramatrimonial, y le había dado la casa a su abuela como algún tipo de soborno para que se alejara de él, aparte de eso, ese hombre le daba también una pensión alimenticia mensual que le había dado años enteros de tranquilidad a ese par de mujeres que fueron toda su familia, junto a su padre.
La casa había pasado a ser de su madre luego de que su abuela muriera, y ahora, luego de que su madre y su padre murieran en un accidente cuando ella tenía diecinueve y comenzaba la universidad, la casa pasó a ser de ella, así que era Toribio quien debía dejar ese lugar.
Y sí, se fue, maldiciéndola e insultándola, mientras Erika se contenía a sí misma, porque una parte de ella, la más idiota, seguramente, seguía diciéndole que estaba exagerando y siendo injusta con ese hombre que tal vez la amaba aún.
Pero ella no quería arriesgarse a un mal mayor; sin embargo, tras pensar que lo había solucionado todo al terminar con él y sacarlo de su casa con un papel que le prohibía acercarse a ella, se arrepintió muy pronto de haber sido tan optimista.
Ese hombre no la dejó en paz, pasaba todas las noches golpeando la puerta, tirando piedras por las ventanas, rompiéndole los cristales e insultándola desde afuera de la casa y gritándole amenazas que no la dejaban estar en paz, mucho menos dormir.
El sujeto había sido encarcelado varias veces, pero jamás pasó de los separos, porque no había hecho nada grave, según la autoridad, como si esperaran para actuar el que él la agrediera físicamente hasta medio matarla, o, peor, hasta matarla de verdad, como amenazaba entre gritos la noche entera.
Erika estaba aterrada de tener que vivir en su propio hogar, pero irse a vivir con sus amigas no lo solucionó, porque ese sujeto parecía poder olerla y encontrarla a donde quiera que fuera, y no podía seguir molestando a la familia de sus amigas.
Y todo iba empeorando día con día, la joven de cabello café muy oscuro, casi negro, y de ojos cafés, lo entendió el día que lo vio parado afuera de la escuela en que daba clases. Ella era educadora, trabajaba en un preescolar en el turno matutino, y al verlo ahí y pensar que le gritaría cosas horribles frente a sus estudiantes y los familiares de sus amados alumnos, la aterró mucho más.
Erika no sabía qué hacer, porque rendirse ante él ya no era una opción, pero las autoridades incompetentes no le ayudaban tampoco, así que, tras leer ese letrero, que claramente decía que la esperaría en su casa, la horrorizó y la hizo llorar.
Él estaba arruinando su vida de todas formas, a pesar de que eligió alejarse de él, temiendo que hiciera justo eso; por eso, angustiada, solo caminó por horas enteras, reacia a llegar a un lugar que ya no era seguro; y, agotada de tanto caminar, solo llorando, se vio envuelta en un terrible accidente.
Ella estaba agotada, mareada y muy confundida, necesitaba llegar a algún lado, lo sabía, pero no tenía idea de a dónde ir, y tampoco podía detener sus pies que solo se detuvieron cuando, al cruzar una avenida sin fijarse en el semáforo, fue arrollada por un lujoso auto que la vio salir de la nada y terminó impactando en ella a pesar de que frenó, pero no a tiempo.
Era de noche, bastante tarde, así que no había gente alrededor, por eso, a pesar de la prisa que tenía, porque su amada había vuelto a presentar una crisis que la llevó al hospital del cual él regresaba para cuidar a su bebé en casa, se detuvo a revisar a la mujer que había rodado un par de metros luego del impacto, quedando impactado él, pero emocionalmente, pues esa mujer era su mujer, o al menos tenía el mismo rostro.