Mis manos estan manchadas de ese rojo carmesí porqué no me apetece ser benevolente con absolutamente nadie. He desfigurado rostros y dejado algunos huesos rotos en el cuerpo de algunos imbéciles que han intentado burlarse de mí al querer jugar sucio. Sin embargo, en este mundo de mierda siempre se te atraviesa una debilidad, una que te hace perder el control de todo, los estribos e incluso te doblega cómo un pendejo ante aquellas reglas que llevas años construyendo.
- No te tengo miedo - dice sin quitarme la mirada - Tú solo eres un jodido témpano de hielo - gruñe.
- Si que lo soy encanto - me burlo de ella - Y deberías tenerme miedo - me encanta cómo sus labios tiemblan de puro horror - No eres más que una pobre niñita altanera y estupida.
Por un momento no dice absolutamente nada, ella sabe que tengo razón, no es solo una mujer con cara de nerd, por fuera es mucho más que eso. Aún así, estoy siendo bastante estupido en cuanto a ella, debería volarle la cabeza para que deje de mirarme con esa intensidad, cómo si realmente pudiera entenderme y es lo que tanto me molesta. Ha sido la única capaz de hacerme cruzar mis propios límites, de voltear mi mundo de cabeza y hacerme perder los estribos de un momento a otro.
- Si es lo que soy, es mejor que me dejes en paz - se le corta la voz.
- Es lo que más deseo Dalton - doy un paso más cerca a ella, como si de alguna forma quisiera sentir su cuerpo y el mio juntos.
- ¡Eres un asesino! - ladra.
- ¡Y tú una mentirosa! - replico.
Ninguno de los dos es capaz de bajar la mirada al otro, nos desafiamos cómo esperando que alguno de su brazo a torcer, pero eso no pasará de ningúna manera.
Para su mala suerte, soy mucho más fuerte, terco, poderoso y malvado. No tengo esa estúpida compasión que se le refleja en la mirada, por algo soy el hombre más término de Italia y sus alrededores. No sé qué tan ridícula es al no darse cuenta que no soy para nada un buen hombre, soy el mismísimo diablo que lucha constantemente contra sí mismo para no terminar por destruirla cómo debería, como mi cabeza me grita una y otra vez. Por tentarme y joderme la cabeza.
Las advertencias estaban allí, puestas sobre la mesa y muy claras. Jamás oculté lo que era y ella más que nadie sabía perfectamente quien era Azahel Torricelli, desde un principio supo que no le convenía acercarse a un hombre cómo yo, sin embargo, no puso ningún tipo de distancia, y al contrario me permitió que acabara con su patética vida de chica aburrida en un segundo. Y aún así, ella no dio un paso atrás.
- Estás convirtiendo esto en una larga tortura, Torricelli - gime por el placer y el morbo que le provoca tenerme cerca.
Desde el día que mis ojos se posaron en ella en aquel club de bailarinas, supe que la vida me cambiaría absolutamente todos los planes y sobre todo mis venganzas. Y ahora, que veo su cara de horror, me satisface saber que no soy el único comprometido con este problema que ambos llevamos muy dentro. Tener su cuerpo presionado con el mío y su espalda pegada contra la pared, esas falsas lágrimas cayendo por sus mejillas que no me engañan, sé perfectamente de lo que es capaz una mujer cómo ella, que no fué capaz de escuchar los consejos de su amiga que le dijo quién era y qué pasaría si se acercaba a mi.
- Una tortura, que solo tú has provocado - acaricio su labio con mi pulgar y traga grueso haciendo que una sonrisa se me dibuje en el rostro cuando sus encantadores ojos se pierden en el movimiento de mis labios y creo que ha cometido otro gran error.
- ¿Qué es lo que quieres de mí? - pregunta con un sutil tono a suplica.
- Sabes perfectamente lo que quiero de ti, nena - me inclino un poco más y mis labios quedan a pocos centímetros de su boca.
La mujer es verdaderamente fascinante y hermosa, pero muy estupida al insistir buscar un mundo feliz en un demonio perturbado cómo yo, que solo tengo garras que destrozan corazones, palabras que no excitan si no que hieren y acaba con tus sentimientos y besos de fuego que te hacen arder la piel en solo segundos.
- ¿Mi cuerpo? - pregunta y quisiera carcajearme por la estupidez. No negaré que quiero descubrir lo que se esconde debajo de esa ropa fea, pero no. Por ahora eso no es lo que necesito de ella.
- Deberías cerrar esa boca y no decir boberias - su mandíbula se aprieta.
- Pues, sea lo que sea no esperes que me ponga a tus pies cómo una esclava con la que puedes hacer lo que quieras. No soy eso ni una princesa - eleva el mentón desafiante. Esto es lo que me encanta de ella, que no se deja doblegar con mis amenazas, que no dé cabida para que la trate como una princesa indefensa, si no como una guerrera que lucha cada día por no ceder a este ser demoniaco.
- El día que te pongas a mis pies, será de rodillas y para que me des una deliciosa mamada - mis palabras son interrumpidas casi de inmediato por una bofetada que me cruza la cara dejándola ardiendo.
El hecho de ser golpeado, por una niñita malcriada, me nubla la mente y me enceguece. Así que la sujeto de la muñeca con fuerza y aprieto haciéndola chillar de dolor. Ya estoy cansado de este jueguito entre ella y yo y más sin que ella se lleve su gran merecido.
- ¡Me estás lastimando! - grita, pero la estoy llevando a la fuerza a la cama donde la empujo con fuerza.
Ella va a saber quien es Azahel Torricelli, no solo un mafioso malvado, sabrá por qué me apodan como diabólico.
- ¡Mírame muy bien, niñita estupida! - forcejea para que la suelte cuando me subo sobre ella.
- ¡Ningún idiota me faltará el respeto! - patalea - ¡Ahora, déjame ir! - sus movimientos, lo que provoca es que me ponga más duro.
Mi cuerpo sobre ella inmovilizandola es una tortura que quiero seguir sintiendo. Sin embargo, ella sigue luchando, cómo si pudiera con alguien cómo yo.
- Escúchame bien, Emma Dalton - gruño a centímetros de su bello rostro - Yo soy el infierno en la tierra - comienzo y por primera vez empiezo a notar un poco de pánico en su mirada - Soy el hombre que te arrancará el puto corazón con las manos incluso antes de quitarte la ropa - deja de forcejear y la barbilla le tiembla, con los ojos empañandose. Tiene miedo - Yo seré la puta tentación más caliente que tendrás en tu miserable vida.
- D-déjame...- no puede hablar ya que se está ahogando con las lágrimas - Suel-ta-me - balbucea.
- No ha existido en esté mundo alguien que viva luego de tocarme - amenazó y puedo sentir como la sangre me comienza a hervir en las venas, como si el cuerpo me quemara de la ira que estoy sintiendo por no poder cumplir con mi objetivo.
- ¡Entonces mátame de una vez! - grita desesperada.
Contengo las ganas de gritarle a la cara que me encantaría, que deseo cortarle el cuello y llenar mis manos con ese líquido rojo que tanto me ha perseguido, pero no puedo. Soy un hijo de perra egoísta que solo la quiere estrangular mientras la follo. Inclino mi rostro un poco más al suyo y con un movimiento rápido sujeto sus dos manos con una de las mías, mientras la otra baja lentamente por su cuello ya expuesto.
- En lo único que pienso ahora mismo, es en destruirte - susurro sobre sus labios - Rasgas tú ropa y dominarte hasta que supliques por más.
- Eres un idiota - dice molesta - Jamás me tendrás, nunca sería capaz de acostarme contigo - me hace reir y mi lengua se pasea por su cachete
- Ahora mismo, estoy sobre tí - me le burlo en la cara.
- Solamente quiero que me dejes en paz ¿Es que acaso no lo entiendes? - forcejea, pero sigue provocandome con el vaivén de sus caderas.
- No entiendo las palabras de una mujerzuela - sigo provocandola - Aunque si puedo jurarte algo nena - miro sus destellantes ojos - Te vas a arrepentir toda la vida de haberte cruzado en mi camino.
Su rostro palidece y me satisface la forma en como traga lentamente, la mirada aterrada por no saber si mis amenazas son ciertas o solo un juego mental y tortuoso que utilizo con ella. Ahora, está bajo mi dominio, mi cuerpo encima del suyo aprisionada sobre el colchón. Es una pesadilla que me revuelve los jugos gástricos e imagino miles de formas de torturarla encima de una mesa, atada de manos y pies con su cuerpo totalmente desnudo para ser saboreado por mi. Mis ojos bajan hasta sus pechos y mi propio pulso se acelera, sin poder evitar que mi lengua recorría su cuello y mi nariz olfatee su delicioso aroma.
- Azahel... ¿Q-qué haces? - tartamudea.
- Pensando en las formas que acabaré contigo - es una mentira a medias.
Su pecho sube y baja con la respiración acelerada. Mi mano se coloca encima de su pecho, sintiendo el latir de su corazón y saboreando su cálida piel al contacto con la punta de mis dedos.
- Ya no quiero que me lastimen... - susurra quebrándose.
- Es tarde para esa petición, nena - mi mano sube nuevamente a su cuello, haciendo presión solo un poco - Ahora solo puedo pensar en acabar con tu vida.
- ¿Qué quieres de mí? - su voz estrangulada me enciende.
La comisura de mi boca se eleva en una sonrisa. No sabe en lo que se ha metido al aceptar acercarse a mi.
- Absolutamente todo - me sincero - Cada parte de ti.
Este soy yo, un hombre que no le importa absolutamente nada, que llevo un apellido temido no sólo en Italia, sino que en el mundo entero. Pocos conocen mi verdadero ser, pero los que han tenido la dicha de conocerlo, no viven para contarlo. Soy lo peor que ella ha podido conocer, su mirada inocente pero que al mismo tiempo tiene valentía, le traerá más de un problema si vuelve a cruzarse en mi camino. Quiero callar los demonios que viven dentro de mí que gritan que me deshaga de esto que estoy sintiendo cada vez que la veo.
Es una tonta masoquista, corresponde a mis caricias y tiembla con mis amenazas. Ahora le toca vivir bajo el infierno de un hombre completamente diabólico, que va consumiendo en llamaradas todo lo que toca cómo un ser infernal donde hago absolutamente todo lo que sea necesario, para conseguir lo que quiero. Y ella, es justamente lo que tanto deseo tener.
- Azahel... - murmura con la voz apagada y cerrando los ojos.
- Si cariño - beso su mentón - Yo también te odio - mi mano aprieta su cuello poco a poco hasta que la hago perder el oxígeno hasta que finalmente se desmaya entre mis brazos.
Suena bastante egoísta de mi parte al traerla y condenarla a una oscuridad total, una que la consumirá y que es capaz de acabar a cualquiera que se atreva tocarla y no me permita volver a ver, el intenso gris de su mirada y el desafío de su dulce voz, esa que irónicamente, también odio.
No puedo cambiar lo que soy, ni dejar de ser el hombre cruel y despiadado que mis enemigos conocen.
- Jamás permitiré que me beses - susurro a escasos centímetros de sus labios viéndola allí tan frágil - Si lo hago, te condenaré a mi infierno para siempre.
Soy una bestia que va a consumir su alma por completo. Y ella, no lo sabe.