La lluvia caía con furia sobre la ciudad, empapando el suelo de concreto y cristal mientras las luces de los rascacielos reflejaban un brillo distante en los charcos de agua. Desde el amplio ventanal de su oficina, en el piso más alto de la Torre Leduc, Sebastián observaba cómo el mundo seguía su curso bajo la tormenta. Para él, no había nada más apropiado que ese clima: una batalla constante entre la fuerza de la naturaleza y la ambición humana.
Sobre su escritorio, un modelo a escala del proyecto "Eterna" ocupaba el lugar central. Aquella ciudad autosustentable no era solo su sueño, sino también su legado, una prueba de que incluso alguien como él, hijo de un empresario caído en desgracia, podía conquistar el mundo. Pero el precio de esa conquista lo había dejado vacío. Era una sensación a la que ya se había acostumbrado.
Sebastián cerró los ojos, dejando que los ecos de una reciente discusión invadieran su mente. La voz de Elena Soler, apasionada y desafiante, aún resonaba en sus oídos. Era la única persona que se atrevía a enfrentarlo sin titubear, la única que no se intimidaba con su poder. Desde el primer día en que cruzaron caminos, ella había sido como una chispa en medio de su oscuro mundo: brillante, inesperada, peligrosa.
La puerta de su oficina se abrió de golpe, interrumpiendo sus pensamientos. Era su asistente, trayendo el informe de su equipo legal. Sebastián lo ignoró, sus ojos todavía clavados en el horizonte. La verdad era que el informe no le preocupaba; lo que lo mantenía despierto por las noches no eran los números ni los plazos, sino el peso de una decisión que aún no se atrevía a tomar.
Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Elena estaba de pie en el sitio de construcción de "Eterna". La tormenta no la había detenido; su mente trabajaba tan rápido como sus manos, ajustando los planos que cambiarían el diseño del puente principal. No era perfeccionismo, era necesidad. Para Elena, "Eterna" no era solo un proyecto más. Era su oportunidad de demostrar que la arquitectura podía ser el puente entre el progreso y el respeto por el medio ambiente.
Sin embargo, no podía ignorar el conflicto que ardía en su interior. Sebastián Leduc representaba todo lo que había prometido evitar en su vida: poder desmedido, sacrificios morales y la amenaza constante de que sus valores fueran traicionados. Y aun así, en lo profundo de su corazón, sabía que lo odiaba menos de lo que quería.
El cielo retumbó con un trueno ensordecedor, como si el universo mismo advirtiera que algo inevitable estaba por suceder. Porque, aunque aún no lo sabían, sus caminos estaban a punto de entrelazarse de una forma que cambiaría sus vidas para siempre.
La tormenta era solo el comienzo.