♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
Había mucho de qué hablar cuando se trataba de historia, pero nunca nada me había dejado tan atónito como aquello. Los brazos fuertes y cálidos del hombre con el que siempre había soñado me rodeaban y él me miraba sonriendo con los ojos violetas que tanto admiraba.
Parecía real.
- ¿Cómo? - Me preguntó con voz ronca y suave.
- Nada -, le dije, preguntándome si era un sueño o no, pero él se quedó ahí, con los ojos cerrados mientras me abrazaba.
Este fue sin duda uno de los mejores sueños que había tenido.
- Señor - , me llamó una voz masculina y vi que Calisto levantaba la cara con disgusto.
- ¿Qué demonios quieres? - refunfuñó.
- Hemos oído algo que podría interesarle, señor - , dijo el hombre y sentí que se me helaba la espalda.
- Estoy ocupado - dijo hundiendo su cara en mi espalda, podía sentir su aliento en mi piel desnuda y me calentaba la cara.
- Señor - insistió el hombre y a estas alturas yo ya sabía lo que pasaría, había leído y releído esa escena mil veces, así que repetí mentalmente mientras él hablaba en perfecta sincronía - una chica ascendió frente a la catedral de Samael.
Calisto gruñó y pude sentir sus colmillos contra mi piel, pero no me había mordido, sólo estaba claramente disgustado.
- Entonces mátala de una vez -, gruñó.
- No podemos, señor -, dijo el hombre, y yo sonreí aunque no era mi intención.
Fuera un sueño o no, estaba siendo demasiado fiel al libro que había leído tantas, tantas veces, y si realmente era él, si realmente era esa escena, entonces... yo estaba...
Mi mirada recorrió la habitación en busca de un espejo y, cuando lo encontré, me mordí el labio con fuerza, la suficiente para desgarrarlo.
Pelo rojo como la sangre, ojos de rubí sin pupila y piel tan pálida como la de un cadáver de verdad.
No había duda, yo era Asra.
La concubina del rey, la que había atentado contra el santo enviado por Dios, la que lograría no sólo curar al hijo del rey, sino que se ganaría su corazón y lo haría bueno de nuevo, así como la que había causado su muerte.
Calisto puso cara de fastidio cuando sus brazos me soltaron y se sentó en la cama.
- ¿Necesitas que tu rey arregle algo tan tonto? ¿De qué me sirven los príncipes? - estaba claramente molesto, pero mis ojos estaban ocupados en su cuerpo escultural, en cada rasgo de su cara.
Por muchos fanarts que hubiera visto o por muchas veces que me lo hubiera imaginado, nunca me acercaría a la verdadera belleza de Calisto.
El largo cabello negro le caía por la espalda en cascadas onduladas y desordenadas gracias a lo que claramente habíamos hecho antes -pero para mi total desgracia, ni siquiera estaba soñando en este hermoso momento-, ojos de cuarzo rosa.
Calisto era como una auténtica obra maestra, un cuerpo maravilloso que parecía haber sido esculpido con delicadeza. Esbelta, ligeramente definida, de proporciones perfectas, cubierta de tatuajes y ahora de marcas rojas.
Suspiré y Calisto me miró esperando la rabieta y la mañana que siempre hacía Asra cuando tenía que dejarla, recordaba bien aquella escena, recordaba como la había comprendido y a la vez me había resultado molesta.
Pero todo fue un sueño, así que ¿a quién le importa el guión original?
Deslicé mis dedos por su brazo, hasta su hombro, y me senté en la cama a su lado. No podía negarlo por lo que veía en el espejo: Asra era tan hermosa como Calisto, su cuerpo estaba perfectamente diseñado y parecía aún más sexy cuando tenía tantas marcas de mordiscos y chupetones por todas las piernas y la espalda.
- Cariño - le susurré cerca del oído - no te enfades tanto... ¿no es mejor que te informen para que puedas ir a solucionarlo? Al menos aprendieron sus propios límites.
El moreno me miró sorprendido, desde luego aquello no era lo que esperaba de mí, desde luego no era lo que habíamos acordado y recuerdo bien por los gritos de Asra- que realmente no lo era.
Calisto le había prometido que pasaría 3 noches seguidas con ella y que ambos irían juntos a los cielos y a los 9 círculos del infierno si así lo deseaba, pero Elaine surgió. La rubia ascendió y arrebató a Asra todo lo que deseaba, no sólo el amor de Calisto que él dijo que nunca podría darle, sino también el trono que Asra siempre había pensado que se diría que sería suyo.
Elaine fue la enviada por el cielo para destruir a Calisto, pero al final, destruyó mucho más que al rey, aunque fuera en un sueño, no dejaría que eso volviera a ocurrir.
- Deberías irte - dije, sabiendo exactamente lo que respondería y divertida por la expresión de sorpresa en el rostro de Azrael. El caído no parecía creer lo que oía y no podía juzgarle por ello, no era algo que se pudiera esperar de Asra.
- Pero eso no es lo que te prometí - contestó Calisto, exactamente como esperaba que hiciera y sonreí, era el hueco que necesitaba.
Era lo que Asra debería haber hecho.
- Entonces llévame contigo -, susurré, -no tienes que privarte porque me prometiste que te quedarías conmigo, puedo acompañarte.
Azrael resopló, pero no esperaba que fuera tan fácil.
- No sé si es apropiado - dijo, intentando no ofenderme, pero era obvio lo que quería decir.
- No deberías desfilar con tu concubina.
- Puedo quedarme en el carruaje -dije sin esperar la respuesta de Calisto, que se me quedó mirando como intentando comprender mi cambio de actitud, y luego se encogió de hombros - No mentía ni exageraba cuando dije que te echaba de menos.
Azrael abrió la boca para hablar y le lancé una mirada fugaz, conocía las habilidades de Asra así que grité en su mente.
"Sugiere que sirva sólo para calentar su cama y me aseguraré de que no despiertes durante semanas, caído"
No me importaría amenazar a Azrael si eso me permitiera cambiar las cosas, si me permitiera salvar a Calisto, pero era obvio que el rey aún no se había decidido, me miraba como cuestionándose si realmente debía hacerlo.
Asra no tenía un buen historial de apariciones públicas.
Sonreí, por favor.
Calisto suspiró.
- Muy bien, vístete... Te esperaré en el carruaje.