El eco de los gritos resonaba en los pasillos de la mansión De la Vega. Elías, con apenas diez años, observaba desde la esquina de la gran escalera, intentando comprender por qué su mundo se desmoronaba. Su madre lloraba desconsolada, suplicando a Lorenzo De la Vega, el patriarca de la familia, mientras este mantenía su porte frío e implacable.
-No hay lugar para débiles en mi familia -sentenció Lorenzo, su voz tan cortante como un cuchillo. -Elías no es digno de llevar mi apellido.
Elías sintió el peso de esas palabras como una sentencia final. Su corazón infantil no podía procesar la magnitud del rechazo, pero el dolor quedó grabado en su alma como una herida abierta. Antes de que pudiera reaccionar, fue arrastrado por dos guardias hacia la puerta principal. Su madre intentó detenerlos, pero un ademán de Lorenzo bastó para que los guardias ignoraran sus protestas.
-Mándalo lejos. No quiero volver a verlo -ordenó Lorenzo con una indiferencia que heló el aire.
Esa noche, Elías fue llevado a un tren con destino a una ciudad que no conocía. Con una maleta diminuta y el corazón roto, miró por última vez la silueta de la mansión, jurándose a sí mismo que algún día regresaría.
Pasaron los años, y Elías creció en el anonimato, trabajando sin descanso para sobrevivir. Cambió su apellido para evitar cualquier conexión con el hombre que lo había desterrado y se dedicó a construir su propio imperio desde las sombras. Con el tiempo, se convirtió en un hombre poderoso, pero las cicatrices de su pasado nunca sanaron del todo.
Ahora, Elías Castellanos está listo para regresar. No como el niño vulnerable que fue desterrado, sino como un hombre decidido a recuperar lo que le fue arrebatado y a enfrentarse a Lorenzo De la Vega en su propio terreno. En su corazón, no hay lugar para la misericordia; solo para la justicia y la venganza.
El tablero está listo, y las piezas comienzan a moverse. Elías sabe que el camino no será fácil, pero también sabe que esta vez, él será quien dicte las reglas del juego.