Mariana Estévez estaba en su oficina, rodeada de paredes de vidrio que ofrecían una vista despejada de la ciudad. Su mesa de caoba, impoluta y organizada, reflejaba el orden que ella imponía en cada rincón de su vida. A su alrededor, el equipo ejecutivo escuchaba atentamente su exposición sobre la expansión en Europa del Este.
Cada palabra que pronunciaba estaba calculada, medida. Mariana, a sus 45 años, había logrado convertirse en una de las mujeres más poderosas del mundo financiero. Su imagen de CEO exitosa, fría y distante, era conocida en todo el sector. Nadie dudaba de su capacidad, pero pocos conocían el vacío que la acompañaba.
Había sacrificado demasiado para llegar donde estaba. Su familia, su vida personal, sus relaciones. Había perdido años de tiempo con su hija Valentina, que ahora tenía 17 años. La distancia entre ellas era palpable, pero Mariana aún mantenía la esperanza de que podrían reconectar algún día.
-¿Alguna pregunta? -dijo, observando a su equipo. Nadie se atrevió a desafiarla. Todo transcurría con la frialdad habitual.
En ese momento, Sofía, su asistente personal, irrumpió en la sala. Mariana levantó la vista, notando la preocupación en su rostro. Algo no estaba bien.
-Mariana, tienes una llamada urgente. Es de Valentina -dijo Sofía, sin añadir más detalles.
El nombre de su hija cayó como una bomba en el aire. Mariana sintió un nudo en el estómago. ¿Qué podía haber pasado? Sin perder tiempo, se levantó y caminó rápidamente hacia su oficina privada.
Una vez allí, Mariana miró el teléfono. El sol se filtraba a través de las ventanas, iluminando la habitación de una manera casi irreal. Respiró hondo antes de levantar el auricular. Sabía que esta llamada cambiaría todo.
-Hola, mamá... -La voz de Valentina sonaba temblorosa, como si estuviera al borde de la desesperación. Mariana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
-¿Qué pasa, Valentina? ¿Dónde estás? -preguntó, intentando mantener la calma, pero su corazón latía desbocado.
-Mamá, estoy en un lugar... no sé si estoy segura. Hay gente aquí. Me están vigilando -dijo Valentina, su voz quebrada por el miedo. Mariana pudo sentir la angustia de su hija a través del teléfono.
-Valentina, respira. ¿Quién te está vigilando? ¿Dónde estás? -Mariana comenzó a caminar de un lado a otro. La incertidumbre le invadía, pero sabía que no podía perder la compostura.
-Es una red, mamá. No sé qué hacer. Tengo miedo -las palabras de Valentina llegaron entre sollozos, y Mariana sintió que el suelo se le desmoronaba. Esto era mucho más grave de lo que imaginaba.
Mariana cerró los ojos un momento, intentando ordenar sus pensamientos. No había tiempo para el pánico. Su hija necesitaba respuestas, y Mariana no iba a descansar hasta obtenerlas.
-Escúchame bien, Valentina. Yo lo resolveré. Te sacaré de ahí, te lo prometo -Mariana intentó sonar segura, aunque su voz delataba el miedo que la consumía.
La llamada se cortó abruptamente. Mariana permaneció de pie, mirando el teléfono como si esperara que Valentina regresara a la línea. La incertidumbre y el miedo la envolvían, pero ya no había marcha atrás.
Con un suspiro, Mariana marcó el número de Sofía. Su voz era firme, aunque su mente estaba acelerada por la adrenalina.
-Necesito toda la información sobre redes de trata de personas en la ciudad. Ahora -ordenó. Ya no era solo una cuestión de negocios. Su hija estaba en peligro, y ella iba a hacer lo que fuera necesario para salvarla.
Mientras esperaba la información, Mariana pensaba en lo que estaba a punto de enfrentar. En su mundo de finanzas y poder, todo se resolvía con dinero y estrategias. Pero esta vez no era lo mismo. Esta vez, se enfrentaba a una amenaza mucho más oscura.
Sabía que tendría que usar todo lo que tenía para rescatar a Valentina. Pero mientras el teléfono seguía sonando, una pregunta le rondaba la mente: ¿A qué precio salvaría a su hija?