-¡Ala, Ala! -grita mi padre y escucho como se levanta de su silla de forma violenta-, ¿¡No puedes hacer más nada que recordarme mis desgracias!? ¿Quieres que te enseñe a respetar? Mejor ve a por tu hija y trae el desayuno.
-Buenos días, querido padre y querida madre.
-Buenos días, cariño -me respondió mi madre y en cambio mi padre ni siquiera me determino.
Me senté en la silla donde normalmente me sentaba agachado mi mirada para evitar que mi padre creyese que lo estaba retando y me ganase una cachetada o volver al hospital, otra vez.
Creía que mis padres nos odiaba a mi madre y a mí, cuando mi madre tenía 15 años y él 30, cuando Estados Unidos abandonaron Afganistán, dejándonos a nuestra suerte, sumados en el dolor y el desconsuelo, los talibanes invadieron Afganistán y mi padre se casó con mi madre, cuando ella ni siquiera quiso.
Este era nuestro destino como mujeres en Afganistán, sin voz, voto, poder siendo sumisas de los hombres.
Los platos de comida se posaron frente a nosotros, lo mismo de ayer...
Esto iba a terminar mal.
-¿Qué es esto? ¿Acaso quieres matar a tu esposo comiendo siempre la misma porquería? ¿Sabías que por eso te pueden apedrear?
-No es así... no hay más nada. No hay dinero para comprar comida.
-¡Lo peor que me pudo haber pasado fue haberme casado contigo y haberme sumado a la pobreza!
Mi padre se levantó de golpe, pero antes de que pudiese empezar a golpear a mi madre el timbre de la casa se escuchó.
Mi padre le dio un fuerte golpe a la mesa para empezar a caminar hacia la puerta principal, nos hubiese hecho abrir la puerta si eso no fuese mal visto.
-Ali -se escuchó una voz cuando mi padre abrió la puerta.
-Abdul... bienvenido -saludo mi padre a aquel hombre.
-Vengo por mi dinero, si no quieres pagarme me puedes dar tu casa y todo lo que tienes para saldar la deuda.
-Abdul te juro que estoy buscando la forma de pagarte... -dijo mi padre temblorosamente.
-¿Se puede saber cómo carajos vas a sacar toda esa cantidad? La quiero ahora mismo -replicó el hombre.
El hombre caminó hacia el comedor que estaba a escasos pasos de la entrada
-Está bien... está bien, acepta como medio de pago a mi hija.
En ese momento empecé a tiritar del miedo.
-Si aceptas, prométeme que el dinero quedaría olvidado.
Mis ojos se abrieron de golpe.
¿Mi padre era capaz de venderme?
-Querido... por favor no.
-¡Cállate!
Mi corazón se encogió cuando me dedicó una mirada llena de odio.
-No la quiero más en mi casa, ya está en una edad suficiente como para que se case y ayude a su padre y a su madre.
-Papá... por favor no me hagas eso...
En ese momento mis ojos se posaron en los de él, su cabello rubio se veía debajo de su hijab, él debía ser mayor que yo, él parecía un poco más mayor que yo. Enarcó una ceja se acercó a mí para después dejar caer mi hijab.
Una sonrisa fría apareció en sus labios. Él era ese tipo de persona que con solo mirarlos sabías que eras personas peligrosas y aterradoras.
Él me miraba de tal forma que me sentía como una presa frente a su depredador, y en ese momento quise huir.
No solo eso, sino que él se vestía con ropa cara, debía ser el hijo de algún político importante, si vendiese su vestido pudiese comprar comida para alimentarnos.
Los labios me temblaban y dentro de mí había una gran necesidad de salir corriendo.
Era escalofriante.
-¿Cómo te llamas? -me pregunto.
Me quede en silencio.
-¿A caso eres sorda? ¿Acaso no te educaron bien?
-¡Claro que la educamos bien señor! Todo es culpa de mi tonta esposa.
-Eres realmente hermosa -su mano acaricio un mechón de mi largo cabello-, Eres el pecado hecha mujer, perfecta para mí. A mi lado tendrás mucha riqueza, te compraré las mejoré cosas. Acepto casarme con ella.
Mis ojos me ardían por la necesidad de decirle que no quería, que era un ser humano al igual que él con derechos. Mi mente me pedía a gritos huir de aquí.
Pero era demasiado cobarde para hacerlo. ¿Qué haría?, ¿vivir en la calle, y morir de hambre?
Rápidamente volví a tomar la tela vieja de mi hijab y lo volví a poner en mi cabeza.
-¿Sabes quién soy? -preguntó el desconocido. Su voz me provocaba escalofríos en la piel y tocó mi mejilla manteniendo el contacto visual.
-Por favor -supliqué, tragando el nudo en mi garganta-. No quiero casarme con usted.
-¿Quieres vivir en la calle o como se supone que me van a pagar todo lo que me deben? -Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa. -Habibati,[2] todo estará bien -Me dijo, y miró a mi padre-. Me la llevo ahora mismo, no hay necesidad de que empaques sus cosas tendrá las mejores cosas en mi mansión.
Mi corazón se detuvo ante esas palabras. La declaración me dejó perpleja.
No...
Ala, por favor ayúdame... esto era malo. Muy malo.
-La deuda queda olvidada, entre familia no debe haber peleas ni deudas -Mi padre soltó un suspiro de alivio-, Gracias por entregarme a tu hermosa hija Ali -masculló él, sin dejar de sonreír-. Entonces Habibati, ¿quieres irte a las buenas o a las malas?
Intentó tocarme, pero me alejé rápidamente.
-No es bueno creas que tienes derecho sobre ti -espeto-, Tú me perteneces, vamos a tener una fiesta de compromiso y después serás mi mujer.
-¡Por favor déjeme en paz! No quiero ser su mujer ni nada de eso.
-¿Así que eres una desobediente? -su mano tomo fuertemente mi mandíbula haciendo que lo mirase a la cara mientras mis lágrimas empezaban a caer por mis mejillas-, Yo te enseñaré a respetar, vas a ser una buena esposa y próximamente madre si Ala nos bendice -respiré con dificultad intentando no empezar a sollozar-, Quiero que sepas algo, Habibati -exclamo con una voz frívola-. A partir de ahora me perteneces y no voy a dudar dos veces en educarte como no lo hicieron tus padres, porque ahora soy tu único dueño.
Mi cuerpo estaba temblando, pero mantuve mi mirada en sus ojos verdes.
[1] Hijab: Describe el acto de cubrirse en general, pero a menudo se usa para describir los pañuelos que usan las mujeres musulmanas.
[2] Habibati: Significa amada o querida.