Lucía estaba radiante. Su vestido rojo intenso, ceñido a la cintura, destacaba su figura elegante, y sus ojos brillaban tanto como las joyas que llevaba. Mateo, a su lado, vestía un esmoquin impecable y tenía esa sonrisa encantadora que tantos habían notado desde su llegada al círculo social de la familia de Lucía.
Cuando su padre tomó el micrófono, el bullicio del salón se desvaneció en cuestión de segundos. Los ojos de todos se dirigieron hacia él mientras levantaba su copa con orgullo.
-Queridos amigos -comenzó-, esta noche es más que una celebración. Es un momento especial para mi familia, porque tengo el honor de anunciar el compromiso de mi hija Lucía con el hombre que se ha ganado no solo su corazón, sino también el mío. ¡Un brindis por Lucía y Mateo!
El aplauso fue ensordecedor. Lucía, sonrojada y emocionada, se volvió hacia Mateo, quien le tomó la mano con una sonrisa serena.
Mientras el padre de Lucía continuaba elogiando a su hija y alabando a Mateo, este sintió cómo su garganta se tensaba y su mente comenzaba a divagar. No podía evitar que las palabras del hombre lo transportaran al momento en que conoció a Lucía.
Había sido en Central Park, un rincón apartado donde él había intentado esconderse del caos de su vida. Mateo recordaba perfectamente esa tarde: el crujido de las hojas bajo los pies de Lucía, su voz suave preguntándole si estaba bien, y esos ojos claros que parecían atravesarlo. Fue la primera vez en semanas que alguien lo miró con genuino interés y empatía, sin reproches ni preguntas incómodas.
Él le había contado todo, desde la ruptura con Clara hasta el embarazo de Dana, y aunque en ese momento se sintió vulnerable, la respuesta de Lucía lo sorprendió. No lo juzgó. En lugar de eso, lo escuchó y, de alguna manera, le ofreció una esperanza que él ni siquiera sabía que necesitaba. Fue su comprensión y su disposición para mirarlo más allá de sus errores lo que lo hizo aferrarse a ella desde el principio.
Ahora, parado junto a Lucía en esa gala, mientras todos los presentes celebraban su compromiso, Mateo no podía evitar sentirse atrapado entre el hombre que ella creía que era y la realidad que tanto se esforzaba por esconder.
En un rincón discreto del salón, dos mujeres lo observaban. Dana y Clara intercambiaron miradas de incredulidad. Sabían que el hombre que estaba allí parado, sonriente y aplaudido, no era el héroe que todos creían. Era el padre de los hijos que ambas llevaban en su vientre, un secreto que ninguno de los presentes conocía.
Dana acarició su abdomen, mientras Clara trataba de esconderse detrás de una columna. Con seis meses de embarazo, su barriga prominente hacía que moverse fuera cada vez más difícil, pero no le importó. Aprovechó un instante en que la atención de los invitados estaba fija en el brindis para sacar su teléfono y grabar un video de Mateo. También tomó varias fotos, asegurándose de capturar su expresión sonriente mientras sostenía la mano de Lucía.
-Me provoca gritar la verdad delante de todos -dijo Clara entre dientes, sin apartar la mirada de Mateo. Su voz temblaba de rabia contenida-. Que sepan quién es en realidad.
Dana le puso una mano en el brazo, como intentando calmarla, pero sus propios ojos también estaban llenos de resentimiento. Ambas sabían que aquel hombre que había cambiado sus vidas estaba a punto de construir una mentira más grande de la que ninguna de ellas podría soportar.
Mientras Lucía sonreía orgullosa, ajena a las miradas cargadas de secretos y resentimientos, Mateo sintió un peso creciente en su pecho. Por un instante, deseó volver a ese banco en el parque, donde todo era más simple, donde solo había encontrado la mirada bondadosa de Lucía sin el eco de las mentiras que lo rodeaban ahora.
Ahora, parado junto a Lucía en esa gala, mientras todos los presentes celebraban su compromiso, Mateo no podía evitar sentirse atrapado entre el hombre que ella creía que era y la realidad que tanto se esforzaba por esconder.
En ese momento, algo llamó su atención. Entre la multitud, Mateo vio dos figuras que le resultaban demasiado familiares. Clara y Dana se movían lentamente entre la gente, buscando la puerta de salida. Clara, con su barriga de seis meses, intentaba no llamar la atención, pero su andar dificultoso y la tensión en su rostro eran imposibles de ignorar. Dana caminaba a su lado, con el teléfono en la mano, como si buscara capturar algo más antes de salir.
Mateo sintió un golpe de pánico. ¿Qué hacían allí? Su mente trató de procesarlo mientras se frotaba los ojos, como si al hacerlo pudiera convencerse de que era una ilusión. Pero no lo era. Ambas estaban allí, y lo habían visto.
Aprovechando un momento de distracción de Lucía, que conversaba con unas amigas, Mateo se escabulló del salón con pasos rápidos y tensos. Llegó al baño de caballeros, donde cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra el lavabo, tratando de controlar su respiración.
Abrió el grifo y dejó que el agua fresca fluyera. Se inclinó hacia adelante y se echó varias veces agua en el rostro, esperando que el frío lo ayudara a recuperarse de la impresión. Al mirarse al espejo, vio su propio reflejo y apenas lo reconoció.
"Esto no puede estar pasando", pensó.
Mateo sabía que le había contado a Lucía que Dana estaba embarazada. Se lo había presentado como un error del pasado, algo que no representaba una amenaza para su relación. Pero había omitido la otra parte de la historia: que Clara, la mujer con quien había compartido varios años de su vida, también esperaba dos hijos suyos.
El sudor en su frente comenzó a mezclarse con el agua, y Mateo sintió un nudo en el estómago. Si Lucía se enteraba de la verdad, si descubría que él le había mentido, todo lo que habían construido se vendría abajo. Y lo que menos deseaba en el mundo era perderla.
Se secó el rostro rápidamente con una toalla de papel y se obligó a calmarse. No podía dejar que nadie sospechara que algo estaba mal. Con pasos firmes, aunque el corazón le latía con fuerza, salió del baño y regresó al salón.
Desde lejos, vio a Lucía, todavía sonriente y rodeada de invitados que la felicitaban. Mateo tragó saliva y se unió a ella, esforzándose por recuperar su compostura. Pero en el fondo, sabía que el delicado castillo de cartas que había construido podía derrumbarse en cualquier momento.