Esas preguntas revoloteaban en mi cabeza sin cesar, entre otras tantas, que todavía no sabía si iba a poder darles respuestas, todo era tan excitante, extraño, misterioso y emocionante para mí que no comprendía todavía lo que me estaba pasando, y mucho menos cómo asumir eso que tenía encima de mis hombros, es decir lo que había dejado mi desconocida abuela.
Todavía parada en la escalinata, observaba a los últimos invitados perderse en la lejanía. Dejaré todo para mañana, no va a pasar nada en una noche, me dije. Deslicé mi mano por el cabello tratando de espantar esa preocupación que tenía reflejada en mi frente, que por alguna razón me hacían temer lo peor debido a las extrañas sensaciones que experimentaba.
Giré sobre mis pasos observando la inmensa casa que era de mi propiedad. ¿Seré en verdad su nieta, o se habrán confundido? Nunca nadie la mencionó, ni siquiera mis padres. De lo poco que recordaba de mi vida a su lado, estaba segura de que ellos nunca hablaron de mi abuela. ¿Por qué? Es algo que no comprendo todavía.
Todo había sucedido tan de repente, sin previo aviso, que mis sentidos se encontraban aturdidos ante la inmensidad de informaciones y vivencias a las que estaban siendo sometidos en tan corto espacio de tiempo. No podía creer que en un día había encontrado a mi abuela y la había perdido al instante. ¿Cómo me pueden estar pasando esas cosas a mí? ¿Por qué papá no puso a mi abuela como mi guardiana en vez de arreglar que fuera a estudiar a ese convento? ¿Cuáles eran esos secretos que me habían ocultado?
El reencuentro y despedida en el mismo instante. El desconocimiento total de todo lo que me rodeaba. Y esa historia nunca antes revelada que saltaba ante mí, apremiante, dejándome apenas tiempo para respirar no me dejaban pensar con claridad. Sobre todo, la incógnita de lo que estaba por conocer y que me hacía imaginar lo peor sin saber por qué era lo que más me preocupaba. Existía algo en esta casa que no podía explicar. Me sentía observada, vigilada, casi desnudada por miradas que por mucho que giraba mi cabeza en busca de las personas que me miraban, no podía ver a nadie. Mi vida de pronto empezó a desfilar por delante de mis ojos.
Retrospectiva:
Mi nombre es Ángel, soy hija única, mi niñez transcurría apaciblemente en un pequeño poblado de apenas una docena de casitas de campo con hermosos jardines, donde las personas eran muy amables y cariñosas. Tenía los mejores padres que se pudieran desear, se la pasaban todo el tiempo conmigo, no me dejaban sola un momento, me educaban ellos mismos, y jugaban sin cansarse.
-Ángel, ven acá tenemos que hablar.
Escuché la voz de papá llamándome desde el salón. Salí corriendo porque pensaba que era otra de sus bromas donde al final jugábamos sin parar. Sin embargo, al desembocar sonriente en la habitación, las miradas de mis padres me desconcertaron. Sus ojos estaban rojos como si hubieran llorado mucho, mamá corrió a mi encuentro y me abrazó muy fuerte, luego nos sentamos al lado de papá que nos abrazó a las dos.
A mi corta edad, comprendía que algo muy serio pasaba para que ambos se comportaran así, por lo que los abracé atrás sin preguntar nada. Permanecimos así por un gran rato, hasta que nos separamos, y fue papá quien empezó a hablar.
-Mi angelito, ¿sabes que papá te ama? ¿Verdad?
-Sí, papi.
-¿Y mamá te ama también?
-¡Lo sé, los dos me aman y yo los amo más!
Respondiendo como acostumbraba a hacer cuando jugamos al juego de ver quien se quería más. Sin embargo, ellos siguieron serios y hasta se enjugaron algunas lágrimas. Me quedé quieta sintiendo que algo estaba muy mal.
-Cariño, te decimos qué te amamos, y queremos que jamás lo olvides. Como tampoco debes olvidar que todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien.
-Bebé de mamá, mañana deberás ir a estudiar...
-¿Mañana? ¡Pero si es domingo mamá, no hay clases! -La interrumpí.
-A esta escuela nueva que vas si hay -dijo papá y me giré a verlo.
-¿Escuela nueva? -pregunté sin entender de qué hablaban.
-Sí, a partir de mañana irás a una escuela nueva. -Habló mamá con suavidad y cariño.
-Ya tengo una escuela, ¿para qué necesito otra? -pregunté.
-Es una escuela muy linda donde te cuidarán muy bien. -Explicó papá.
Me quedé observándolo muy seria, mientras en mi pequeña mente de niña me hacía varias conjeturas. ¿Por qué tenía que ir a una escuela nueva, si la mayoría de las clases me las daban ellos en la casa. Solo iba a la escuela cuando papá daba clases y no me separaba de él. Si salíamos al receso al patio a jugar, él iba y se paraba a vigilarme, por lo que apenas tuve roce con mis compañeros. No obstante, eso no quita que quiera cambiarlos.
-¡No quiero otra escuela papá! -Protesté vehementemente, con la convicción que como siempre me complacerían.
-Lo siento cariño, pero tienes que ir por tu bien. -Respondió firme papá para mi asombro y mamá aceptó al decir que sí con la cabeza cuando la miré. -Y aunque esté un poco lejos de aquí, deberás ir.
-¡Quiero quedarme con ustedes! ¡Quiero quedarme con ustedes! ¡No quiero otra escuela nueva! -Gritaba mientras pataleaba sin parar.
-¡Ángel, compórtate! -Me regañó papá muy firme, me quedé quieta al instante. ¡Era la primera vez que lo escuchaba regañarme así!
-Amor, no le grites -vino en mi auxilio mi madre. -Ella es aún pequeña, no puede entender la gravedad de la situación.
-Lo sé, lo sé. Perdóname cariño, pero es necesario que vayas. Lo harás mañana mismo, a primera hora, iré a arreglar todo.
El tono que empleó mi padre, decía claro que no era para rebatir, era prácticamente una orden. Me abracé de mamá y me quedé así acurrucada en sus brazos, llorando asustada.
-Es una escuela muy linda -comenzó a explicarme con tono dulce mamá. -Hay muchas monjitas que te querrán mucho.
-¿Está muy lejos de la casa?
-Un poco, pero es por tu bien.
-¿Vendrás a verme?
-Mejor que eso, tú vendrás todos los fines de semana, y las vacaciones. También hablaremos contigo todos los días -explicaba mamá tratando de darle a su voz un tono de suavidad y tranquilidad que yo podía entender que no sentía. -Cambia esa carita, vamos, todo va a estar bien. ¿Sabes que esa era la escuela de mamá? -Cambió enseguida como siempre que estaba llorando por algo, me hacía una historia y era suficiente para que yo dejara de hacerlo.
-¿De veras? -pregunté separándome de su pecho para mirarla a los ojos, ella sonriente asintió.
-Sí, es por eso quiero que vayas allí, no vas a estar solita. Ya verás, te va a gustar mucho como me gustó a mí. Te dije que estarás acompañada, no sola.
-¿No? ¿Hay más niños?-pregunté ilusionada. -¿Podré ir a la escuela con ellos?
Había comenzado a ilusionarme esa idea. Cómo les dije antes, no tenía contactos con los niños de mi edad apenas.
-Sí, sí, te vas a divertir y siempre, siempre, estaré allí cuando me llames. Además, irás a los ejercicios, correrás todo lo que quieras en el enorme patio, ¡ah! Tiene una biblioteca llena de historias de fantasía como te gustan.
-¿De veras mamá, podré leerla todas? ¿Tú las leíste?
-Sí, me las leí todas, todas. Es más, me encargué de comprar muchas de ellas, si buscan bien entre sus páginas podrás encontrarme allí.
-¿Dentro de un libro?
-Sí, dentro del libro estaré escondida acompañándote.
La entrada de papá, interrumpió nuestra conversación. Él vino, me cargó y comenzó a jugar conmigo. Tengo un lindo recuerdo de esa noche. Jugamos todo lo que quise, comí mi comida favorita que mamá cocinó, y hasta el pastel de manzana que adoraba me lo hizo y me dejó comer todo lo que quise. Luego dormimos los tres abrazados en la cama de mis padres.
Al otro día en la madrugada, mamá me levantó, me vistió muy abrigada y como si escapáramos en medio de la oscuridad en brazos de mis padres caminamos un gran trayecto hasta que un carruaje negro nos recibió. Montamos y salimos a andar con mucho sigilo, ellos miraban insistentemente hacía todos lados y mamá murmuraba unas extrañas palabras todo el tiempo. Yo me dormí todo el trayecto, por lo que no tuve clara visión de cuán lejos estaba de mi casa el colegio, eso lo supe después.
Tenía ocho años cuando fui llevada a esa escuela de monjas para mi educación. Era visitada cada semana por ellos y salía en tiempo de verano a mi casa por un mes de vacaciones y algunos fines de semana que de a poco fueron esparciéndose más porque ellos no iban a recogerme. Al inicio fue algo duro para mí adaptarme a la vida del colegio, pero el alma caritativa de las monjitas, así como su agradable forma de ser, me hizo amarlas muy pronto hasta llegar a extrañarlas cuando me pasaba días en casa. Sobre todo a Sor Inés y a Sor Caridad, se encargaron de hacer mi estancia muy grata, era como si de pronto tuviera dos queridas tías.
La vida en verdad no era terrible, estudiábamos, jugábamos, hacíamos nuestros deberes, y acompañábamos a las monjitas fuera del recinto a hacer obras de caridad, o vender algunas cosas del huerto que teníamos. También como me dijera mamá existía una biblioteca que en mis primeras visitas me pareció que contenía todos los libros del mundo. Según fui creciendo y leyéndolos, me di cuenta de que era un pequeño y pulcro lugar donde recibían los libros que les donaban y que yo devoraba una y otra vez.
A la edad de trece años me encontraba en mi habitación del colegio, ansiosa porque esperaba a mis padres que vendrían a buscarme para irme de vacaciones desde el día anterior. Cuando ante mí apareció una monjita toda apesadumbrada, que al verme suspiró muy fuerte. Se acercó y me abrazó por un rato. Luego se separó y mientras pasaba su mano con cariño acomodando mi cabello detrás de mi oreja me dijo.
-Linda, debes acompañarme, la madre superiora quiere hablarte en su despacho.
Y se limpió una lágrima tratando de que no la viera. Algo me decía que no era nada bueno lo que pasaría en esa oficina. No sé explicarlo, sencillamente lo sabía, ¡algo malo me esperaba en ese lugar!