Era el cumpleaños de mi madre, una cena familiar tranquila, como cada año.
Sofía, mi esposa, me había prometido salir a tiempo del trabajo, pero ya eran las ocho y su silla seguía vacía, su teléfono mudo.
Mi madre intentaba disimular su preocupación, mientras yo sabía la verdad: la empresa que levanté y le regalé como prueba de amor se había convertido en su excusa.
Un escalofrío me recorrió al ver, en redes sociales, una foto grupal: Sofía, radiante, abrazada a Mateo, su primer amor y el hombre que la abandonó años atrás.
Y lo peor: su dedo anular, desnudo. Se había quitado el anillo de bodas.
La rabia me cegó y dejé un comentario que pretendía humillarla, pero ella, lejos de avergonzarse, me llamó, irritada, como si yo fuera el culpable.
"¿Humillarte? ¿O eres tú la que me humilla yendo a revolcarte con ese bueno para nada?", le grité, pero su respuesta me destrozó: "¡Él es el amor de mi vida! Lo nuestro fue solo un arreglo... y la empresa ya es mía."
Su risa burlona al otro lado de la línea selló su destino. Me dijo que me quedaría sin nada, que me había usado, que yo no entendía el verdadero amor.
La impotencia me invadió, un dolor tan profundo que eclipsó la traición. ¿Cómo podía alguien que amé tanto volverse tan cruel? ¿Qué clase de "amor" era ese que me dejaba en la calle después de darle todo?
Pero mientras la escuchaba, una pantalla azul, invisible para ella, apareció ante mí. Un "Sistema de Justicia Kármica", que me ofrecía "Intercambio de Almas" para Sofía y Mateo. Una sonrisa fría se dibujó en mis labios. Querías a tu "verdadero amor", Sofía? Lo tendrías, y de una forma que jamás imaginaste.