"Nyla, toma esta copa de vino y llévasela al señor Killian Cohen".
Obedecí sin dudar. Sosteniendo la bandeja con cuidado, me abrí paso entre la multitud que abarrotaba el salón.
El gran salón resplandecía bajo una decoración suntuosa, mientras suaves melodías llenaban el aire. Sin embargo, para una simple sirvienta como yo, toda aquella opulencia me era indiferente.
Esa noche se anunciaría al esperado heredero de la manada Luna Negra. Representantes de las manadas más importantes se habían reunido para la ocasión.
Se trataba de la manada de licántropos más grande, por lo que la elección de su futuro líder era un asunto de suma importancia. Todas las miradas estaban puestas en quién sería nombrado el próximo alfa de tan prestigioso clan.
Nuestro alfa actual tenía dos esposas y dos hijos.
Aunque el mayor, Raylan Cohen, era el heredero por derecho, su hermano menor, Killian Cohen, había demostrado ser más poderoso y contaba con el favor de la manada. Por esta razón, su padre se inclinaba por Killian como su sucesor.
Como una humilde sirvienta en un banquete de tal magnitud, mi deber era ser meticulosa y no cometer el más mínimo error que pudiera arruinar la velada.
De repente, un empujón en el hombro hizo que el vino tinto se agitara en la copa.
Me sobresalté y logré estabilizarla justo a tiempo, pero aun así se derramó un poco del vino. Por suerte, la copa no llegó a volcarse, lo que evitó un desastre mayor.
"¿Acaso no ves por dónde caminas? ¡Eres una completa inútil, Nyla!", me espetó con desprecio quien me había empujado.
A mi alrededor, los otros sirvientes ahogaron risitas y susurraron comentarios crueles, pero mantuve la compostura y la mirada fija en el suelo.
Era una escena familiar, una que se había repetido incontables veces desde que tengo memoria. Huérfana de padre, trabajaba como sirvienta junto a mi madre en la casa del alfa de la manada Luna Negra.
Para colmo, aunque ya había alcanzado la edad adulta, mi loba interior aún no se había manifestado, lo que les daba a todos la excusa perfecta para menospreciarme y atormentarme a su antojo.
Que me encomendaran servirle el vino a Killian en una ocasión tan importante no hacía más que avivar la envidia y el resentimiento de mis compañeros.
En medio del salón abarrotado, su figura era la más imponente. Aguardaba en su mesa, con un aire de evidente impaciencia.
Me aproximé con cautela, tomé la copa de la bandeja y la deposité con delicadeza frente a él. "Su vino, señor", susurré.
Él me lanzó una mirada fugaz y bufó con desdén antes de volver su atención a la celebración.
Para evitar cualquier otra interacción, incliné la cabeza con respeto y me apresuré a retirarme. La reputación de brutalidad de Killian era bien conocida y me infundía un profundo temor.
En marcado contraste, su hermano Raylan era famoso por su amabilidad y compasión; de hecho, más de una vez me había tratado con una gentileza que yo agradecía profundamente.
Esperaba fervientemente que Raylan fuera el elegido. Si él se convertía en el nuevo alfa, mi vida en la manada sería, sin duda, mucho menos miserable.
Sin embargo, como simple sirvienta, sabía que mis deseos poco importaban. Devolví la bandeja a su lugar y exhalé un suspiro de alivio, agradecida de haber completado mi tarea sin contratiempos.
Con la parte más tensa de la noche superada, solo deseaba encontrar un rincón tranquilo para alejarme de las miradas hostiles de mis compañeros.
Finalmente, encontré una habitación apartada donde podría tomar un respiro. Me dejé caer en un rincón, apoyé la cabeza contra la fría pared de piedra y cerré los ojos, permitiéndome un instante de paz.
De pronto, una figura imponente irrumpió en la habitación y se abalanzó sobre mí antes de que pudiera reaccionar.
"¿Quién eres?", preguntó una voz grave. El corazón me martilleaba en el pecho. Me retorcí y luché con todas mis fuerzas, gritando: "¡Suéltame!".
A pesar de mis esfuerzos, el hombre parecía fuera de sí. Ignoró por completo mi resistencia y me inmovilizó en el suelo con su peso. Luché y me revolví bajo su cuerpo, pero era como si estuviera hecho de piedra: inamovible, implacable.
Sus movimientos bruscos desgarraron mi ropa, y una corriente de aire frío me erizó la piel. El pánico se apoderó de mí; mi corazón se desbocó y todo mi cuerpo comenzó a temblar. Intenté empujarlo, pero su poder era abrumador y su agarre, una tenaza de hierro. Finalmente, giré la cabeza para verle el rostro, y el terror me paralizó, helándome la sangre.
Killian... ¡Era Killian!
¿Qué estaba haciendo aquí?
Mi mente era un torbellino de confusión.
Con la voz quebrada por el pánico, grité su nombre con todas mis fuerzas: "¡Raylan!".
Él era mi única esperanza. En mi interior, recé a la Diosa Luna, rogándole que viniera a rescatarme una vez más.
"Raylan, ayúdame...", supliqué entre sollozos, mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas.
Mencionar el nombre de su hermano pareció enfurecerlo aún más, aunque no podría asegurarlo.
De pronto, un dolor agudo me atravesó, robándome el aliento.
Consumida por la vergüenza y la agonía, deseé morir en ese mismo instante.
Pero fue entonces cuando una sensación indescriptible recorrió todo mi ser, una sacudida que me puso en alerta. Reconocí esa corriente eléctrica de inmediato. Sabía exactamente lo que significaba: la chispa inconfundible del vínculo entre compañeros destinados.
Pero ¿cómo era posible? ¿Cómo podía Killian ser mi compañero?
Cuando la verdad me golpeó, su peso pareció aplastar mi espíritu y quedé completamente a su merced. El placer y el dolor se entrelazaron en una bruma confusa hasta que finalmente perdí el conocimiento y me hundí en la oscuridad.