Mi esposa, Luciana, me lanzó un fajo de billetes a la cara al pedirme que fuera a comprar preservativos, mientras estaba en nuestra cama con mi mejor amigo de la infancia.
Esta escena se había vuelto una tortura diaria para mí, Roy Castillo, el agente encubierto de la Guardia Civil.
Tuve que fingir ser un mantenido sin alma para protegerla del cartel que había masacrado a mi familia años atrás, un secreto que ella nunca supo.