Karl no respondió. Esa noche, Mö Wara se sentía diferente. Los ancianos en los portales no hablaban, los perros no deambulaban, y la taberna estaba cerrada mucho antes de lo habitual.
Algo estaba pasando.
Cuando giraron una esquina, Karl sintió que Rayo lo detenía de golpe.
-Mira.
A la sombra de un almacén en ruinas, cinco hombres hablaban en susurros.
Karl reconoció a uno de inmediato. Erasmo Balvés.
Un cazador furtivo. Uno de los mejores.
Escucharon sin moverse.
-El primer vuelo ha comenzado -dijo uno.
Karl sintió que el estómago se le apretaba.
Los Cisnes de Niebla estaban en el bosque.
Rayo susurró emocionado:
-¡Van a cazar otra vez!
Karl lo fulminó con la mirada.
-¿Cómo puedes decirlo así?
Rayo se encogió de hombros.
-Es lo que hemos hecho siempre.
Karl apretó los dientes. Para él, la caza había destruido Mö Wara.
Entonces, uno de los hombres mencionó algo que le heló la sangre.
-Esta vez hay compradores importantes. Pagan bien por los ejemplares jóvenes.
Karl supo que no podía quedarse quieto.
Giró sobre sus talones y corrió hacia el bosque.
El bosque de Mö Wara era un mundo distinto de noche.
Karl avanzó con cuidado. Si los Cisnes de Niebla estaban aquí, podía encontrarlos antes que los cazadores.
Y entonces lo vio.
Una pluma blanca y azul, atrapada en las raíces de un árbol caído.
Karl la tomó con cuidado. Era real.
Pero antes de que pudiera reaccionar, un sonido en la maleza.
No estaba solo.
Giró la cabeza y vio una silueta alta entre los árboles.
Un cazador.
Y entonces, la voz de Rayo rompió el silencio:
-¡Karl! ¿Dónde estás?
El desconocido se movió.
Karl corrió.
Los pasos detrás de él eran rápidos. Lo estaban siguiendo.
Saltó una raíz, esquivó ramas, sintiendo el sudor pegajoso en su piel. No podía dejar que lo atraparan.
Pero entonces, un machete brilló bajo la luna.
Karl sintió que el tiempo se ralentizaba.
Estaban rodeados,más figuras emergieron entre los árboles, Los cazadores no eran los únicos allí.
Y entonces, alguien salió de las sombras.
Un rostro familiar.
Un joven de su edad, con el cabello oscuro y los ojos intensos. Zarek Auren.
Su otro amigo.
Karl sintió alivio por un segundo. Zarek estaba con ellos. Podía ayudarlos.
Pero entonces, Zarek alzó la mano, como si estuviera a punto de hablar.
El cazador más cercano vio el movimiento.
Y disparó.
El eco del disparo rasgó el bosque.
Zarek se quedó inmóvil, su expresión sorprendida. Miró a Karl.
Y luego, cayó hacia atrás.
Karl gritó.
Pero fue demasiado tarde. Zarek desapareció en la oscuridad.
Había caído por el barranco.
Karl sintió que todo se detenía.
El cazador se giró hacia él.
Y en ese instante, Karl tomó la única decisión que podía.
Corrió.
Cuando Karl llegó al pueblo, nadie sabía aún lo que había ocurrido.
Pero él sí.
Había perdido a Zarek.
Y lo peor era que, antes de caer, Zarek lo había visto sosteniendo la pluma.
No dijo nada.
Pero ¿qué significaba su silencio?
Karl sintió un escalofrío en la espalda.
Algo le decía que esta historia apenas estaba comenzando.
Karl no durmió esa noche.
El sonido del disparo aún resonaba en su cabeza. La imagen de Zarek cayendo al vacío lo perseguía cada vez que cerraba los ojos.
Por la mañana, el pueblo seguía igual de silencioso que el día anterior. Pero Karl notó algo extraño: los hombres más viejos se reunían en grupos pequeños, hablando en voz baja.
Algo estaba pasando.
Rayo se acercó corriendo. Parecía nervioso.
-Karl, ¿has visto a mi hermano?
Karl frunció el ceño.
-¿Tu hermano?
-Sí, Bram. No volvió anoche.
Karl sintió un escalofrío. ¿Acaso los cazadores también lo tenían?
Miró hacia la taberna cerrada, luego hacia la casa comunal donde se reunían los ancianos. Mö Wara nunca había estado tan tenso.
Y entonces vio a su padre.
Ewald Baera.
Estaba en la puerta de su casa, mirándolo con expresión seria. Sabía algo.
Karl se acercó, pero su padre solo le hizo un gesto con la cabeza.
-Dentro.
Karl entró en la casa y cerró la puerta tras él.
Su padre no estaba solo. Su tío, Oskar Baera, también estaba allí.
Hablaron en latín. Era el código de la familia, una tradición que Karl había aprendido de niño, sin saber realmente por qué.
-Los cazadores no son solo cazadores -dijo Oskar en voz baja.
Karl se tensó.
-¿Qué quieres decir?
-La ciudad nos ha estado observando. No quieren que Mö Wara se vuelva fuerte otra vez.
Karl sintió un nudo en el estómago.
Mö Wara no era como los otros pueblos.
Siempre había sobrevivido cuando otros caían. Siempre encontraba una manera de no ser dominado.
Y ahora alguien quería cambiar eso.
-Los cazadores trabajan para ellos -continuó su padre-. Les han quitado a sus familias. Si no obedecen, los matan.
Karl sintió rabia.
Había crecido odiando a los cazadores. Pero ahora sabía la verdad.
No eran los enemigos.
Eran peones en un juego más grande.
Y Mö Wara estaba en el centro del tablero.
Mientras Karl digería la noticia, un sonido lo hizo girarse.
Un grupo de tres hombres venía por el camino principal.
No eran de Mö Wara. Vestían mejor, llevaban armas visibles y tenían la actitud de quien se cree dueño de todo.
Karl sintió la presencia de su padre a su lado.
-¿Quiénes son? -preguntó en latín.
Oskar exhaló lentamente.
-La ciudad.
Karl sintió cómo su pecho se apretaba.
La ciudad había llegado.
Y eso solo podía significar problemas.
Los forasteros no fueron directamente a la taberna ni a la casa del alcalde.
Vinieron a la casa de Karl.
Golpearon la puerta con firmeza.
Ewald Baera abrió sin dudar. No mostraba miedo.
El hombre al frente del grupo era alto y de piel clara, con ojos oscuros y una cicatriz en la mejilla.
No se presentó.
Solo dijo:
-Necesitamos hablar.
Karl observó desde la esquina mientras su padre y su tío hablaban con el hombre de la cicatriz.
No hablaban en latín.
Era un idioma que Karl no reconocía.
Pero entendía lo suficiente.
La ciudad quería algo.
-Nos aseguramos de que Mö Wara no sea tocado -dijo el hombre-, pero ustedes tienen que cooperar.
Ewald Baera se cruzó de brazos.
-¿Qué significa eso?
El hombre sonrió.
-No interfieran.
Karl sintió la rabia crecer en su pecho.
No interferir significaba dejar que la caza continuara.
Significaba permitir que destruyeran lo último que hacía especial a Mö Wara.
Karl vio la mirada de su padre. Sabía que no aceptaría.
Pero entonces el hombre dijo algo que lo cambió todo.
-Sabemos que tienen a Oskar.
Karl se quedó sin aliento.
Su tío se tensó de inmediato.
Ewald Baera no mostró emoción.
Pero Karl lo conocía.
Sabía que estaba calculando cada palabra antes de responder.
-¿Y qué? -preguntó su padre.
El hombre de la cicatriz sonrió de nuevo.
-Que si no cooperan, él será el primero en caer.
Karl sintió que todo su cuerpo temblaba.
No podían ceder.
Pero si no lo hacían, su tío pagaría el precio.
Mö Wara no podía perder esta batalla.
Pero tampoco podía perder a su gente.
Karl miró la pluma del Cisne de Niebla, oculta en su bolsillo.
Y supo que necesitaba ser más fuerte.
Necesitaba dejar Mö Wara.
Si quería proteger su hogar, tenía que encontrar la forma de jugar este juego mejor que ellos.
Y en el fondo, sabía lo que tenía que hacer.
Ir a la ciudad.