Durante diez años, serví a Scarlett García como su sombra, su guardaespaldas, y en las noches, su amante secreto.
Mi mundo giraba en torno a ella, mi lealtad inquebrantable, mi amor absoluto.
Una noche, con su calor aún en mi cuerpo, ella se vistió fríamente y rompió mi universo con una frase: "Mi boda con Máximo Castillo es en tres meses. Nuestra relación termina aquí."
La ternura que negaba a mí se la ofrecía a mi verdugo, Máximo, quien se deleitaba en humillarme, obligándome a arrodillarme sobre brasas incandescentes mientras ella le consolaba.
Su látigo se estrelló contra mi espalda, una y otra vez, por "herir" a Máximo, y al verlo besarse en cada esquina, comprendí que toda mi vida para ella había sido una cruel práctica.
¿Cómo pude ser tan ciego, tan usado, tan desechable? ¿Fue todo este amor y sacrificio una farsa diseñada para preparar a su verdadero "príncipe"?
Pero la sumisión había muerto en esas brasas, y en cada latigazo nacía un nuevo hombre. Un mensaje anónimo, "El Refugio del Bandoneón", me dio una pista a mi pasado, a mi verdadero yo. Pagaría el precio, el "Camino de Vidrios Rotos", y me arrastraría hacia la libertad, aunque me costara la vida.
