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Mi hermana me robó a mi compañera y se lo permití

Mi hermana me robó a mi compañera y se lo permití

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Acerca de

"Mi hermana amenaza con quitarme a mi compañero. Y yo dejo que se lo quede." Nacida sin lobo, Seraphina es la vergüenza de su manada, hasta que una noche de borrachera la deja embarazada y casada con Kieran, el despiadado Alfa que nunca la quiso. Pero su matrimonio de una década no fue un cuento de hadas. Durante diez años, soportó la humillación: Sin título de Luna. Sin marca de apareamiento. Solo sábanas frías y miradas más frías aún. Cuando su perfecta hermana regresó, Kieran pidió el divorcio la misma noche. Y su familia estaba feliz de ver su matrimonio roto. Seraphina no luchó, sino que se fue en silencio. Sin embargo, cuando el peligro acechó, verdades asombrosas salieron a la luz: ☽ Esa noche no fue un accidente ☽ Su "defecto" es en realidad un don raro ☽ Y ahora todos los Alfas -incluido su exmarido- pelearán por reclamarla Lástima que ya está cansada de ser poseída. *** El gruñido de Kieran vibró en mis huesos mientras me sujetaba contra la pared. El calor de su cuerpo atravesaba capas de tela. "¿Crees que irte es tan fácil, Seraphina?" Sus dientes rozaron la piel inmaculada de mi garganta. "Tú. Eres. Mía." Una mano ardiente subió por mi muslo. "Nadie más te tocará jamás." "Tuviste diez años para reclamarme, Alfa." Mostré los dientes en una sonrisa. "Es curioso cómo solo recuerdas que soy tuya... cuando me estoy yendo."

Capítulo 1 Capítulo 1 El error

Punto de vista de Seraphina

-¡Seraphina!

Me desperté de golpe en la cama al escuchar a mi madre llamar mi nombre con urgencia a través del teléfono. Su tono, a través de la línea, sonaba tembloroso, cortante y frágil.

-¿Mamá? -Mi voz sonaba áspera. No me había contactado en diez años, y solo lo hacía para darme las peores noticias posibles.

-Tu padre. -Su respiración se entrecortó hasta quebrarse-. Lo atacaron.

El estómago se me hizo un nudo y un miedo helado me invadió.

-¡¿Cómo?!

-¡Ay, Sera! Apenas se aferra a la vida -sollozó mi madre con la voz rota.

De inmediato, tiré las sábanas hacia un lado y bajé de la cama de un salto.

-Mándame la dirección del hospital -pedí con voz temblorosa-. Llegaré en cuanto pueda.

Intenté no hacer mucho ruido mientras bajaba corriendo las escaleras para no despertar a mi hijo, Daniel. La luz bajo la puerta de la oficina de mi esposo, Kieran, me dio a entender que seguía despierto. Como Alfa de la manada, siempre tenía demasiadas cosas de las que ocuparse.

Y no podía mentirme a mí misma, él me tenía demasiado rencor.

Hace diez años, nuestras vidas se habían unido por un error, uno que él jamás me había perdonado.

Entonces, preferí no molestarlo.

Cuando me acomodé a toda prisa en el asiento del conductor, tenía lágrimas surcando mi rostro.

Mi padre siempre había sido invencible, inquebrantable. Era el gigante de mi corazón, incluso si nunca me había querido como hija.

Incluso si me había odiado, nunca imaginé que podrían arrebatármelo así...

Pisé el acelerador a fondo.

Cuando llegué al hospital, vi a mi madre y a mi hermano sentados fuera del quirófano, como sombras. Mi corazón dio un vuelco. ¿De verdad caería el gigante?

Dudé en acercarme. No podía obligarme a mí misma a hacerlo, no cuando su descontento había hecho que me exiliaran hace mucho tiempo. Después de aquella noche de hace diez años, me habían borrado de sus vidas. Para el mundo entero, solo tenían una hija: Celeste.

¿Siquiera debería estar aquí?

No habíamos hablado en diez años. Incluso después de que nació Daniel, toda comunicación con mi familia era a través de Kieran. Mi padre había dejado muy en claro que no quería volver a verme nunca jamás.

¿De verdad querría verme ahora?

¿Y si no? ¿Y si su resentimiento seguía vivo?

Seguí dudando a medida que mi pulso resonaba en mis oídos, hasta que el brusco crujido de las puertas del quirófano cortó mis pensamientos. El doctor salió, quitándose los guantes de las manos.

-¡Doctor! -Me precipité hacia él sin pensar en lo que estaba haciendo, con la voz temblorosa-. ¿Cómo está mi padre?

Su expresión sombría lo dijo todo-. Lo siento, hicimos todo lo que pudimos. pero sus heridas eran demasiado graves.

Me llevé una mano a la boca, ahogando el sollozo que me arañaba la garganta.

-¿Está. muerto? -Ethan, mi hermano, apenas me miró de reojo antes de dirigirse al doctor, con la voz ronca.

-Aún no -El hombre negó despacio con la cabeza-. Pero no pasará de esta noche. Estuvo preguntando por su hija.

Di un paso adelante por instinto, pero luego me detuve en seco.

Su hija.

No podía estar hablando de mí. Después de diez años de indiferencia y resentimiento, yo no podía ser la hija que mi padre moribundo quería ver.

Ethan soltó una risa gélida. -¡Han pasado diez años y nuestra familia sigue pagando por tus errores!

Me giré hacia él con lágrimas rodando por mis mejillas. Había pasado una década desde la última vez que estuve tan cerca de él, desde que me había dirigido la mirada. El tiempo lo había pulido hasta convertirlo en un verdadero Alfa: hombros más anchos, mandíbula más definida, y un aura dominante que emanaba de él en oleadas.

Pero, ¿el odio en su mirada?

Eso no había cambiado para nada.

Mi corazón se contrajo en agonía, como garras desgarrando mi carne.

-Por tu culpa -me gruñó-, Celeste se fue. Por tu culpa, no puede estar aquí. Por tu culpa, papá morirá sin que se cumpla su último deseo.

-Claro, todo es culpa mía -Mi risa era amarga, cargada con décadas de dolor-. Después de todos estos años, me siguen culpando a mí. ¡A nadie le importa la verdad, ni cómo me siento!

Más lágrimas brotaron. Mi arrebato dejó atónito a Ethan por un instante, pero igual de rápido, su voz se tornó afilada como una cuchilla:

-¿Cómo te sientes? Te robaste al prometido de tu hermana y ahora ¿te atreves a hablar de sentimientos?

Clavé mis uñas en mis palmas, recordando ese amargo momento del pasado.

Diez años atrás, me encontraba en la Cacería de Luna de Sangre. Acababa de cumplir veinte, la edad en la que cada hombre lobo encuentra a su compañero. Después de una vida entera siendo ignorada, estaba desesperada por ese vínculo.

De niña, soñaba de manera inocente que mi compañero podría ser Kieran. Sin embargo, él se enamoró de Celeste, la perfecta y radiante Celeste, la consentida de toda la Manada Frostbane. Entonces, comprendí cuál era mi lugar.

¿Qué era yo? La hija defectuosa del Alfa, la que ni siquiera podía transformarse. No era nada.

Si ni siquiera mi propia familia y manada se tomaban la molestía de mirarme a la cara, ¿cómo podría Kieran quererme? Nunca había esperado que nada cambiara, pero esa noche, cuando me enteré de su inminente compromiso con Celeste, el dolor me hirió más profundo que cualquier garra. Por primera vez, me dejé sumergir en la bebida.

Esperaba despertar olvidada en algún rincón oscuro. Nunca en mi vida habría imaginado que despertaría desnuda en la cama de Kieran.

El licor había adormecido mis sentidos. La noche anterior fue como una neblina de recuerdos fragmentados. Antes de que pudiera recordar lo que había sucedido, Celeste irrumpió y, al ver la escena, su grito cortó el aire.

Después, llegó el caos: los sollozos histéricos de Celeste, las disculpas llenas de culpa de Kieran, los susurros maliciosos de la manada, mis explicaciones entre balbuceos. No obstante, todo se silenció por el eco de la bofetada de mi padre en mi cara.

-¡Me arrepiento de haberte traído a este mundo!

Lo que vino después sucedió en medio de un silencio terrorífico: Kieran llevó el cuerpo inconsciente de Celeste a la enfermería, Ethan gruñó a los miembros de la manada que se quedaban mirando boquiabiertos, el llanto ahogado de mi madre, y la mirada de mi padre. ¡Dios! Era una mirada de pura repulsión. Siempre supe que me despreciaba, pero nunca con tanta intensidad que me quitara el aliento.

-Yo no. -Mi susurro se perdió. Nadie me escuchó, nadie.

De la noche a la mañana, me convertí en el juguete favorito de la manada para castigar. Mientras que antes se burlaban de mi defecto de no poder transformarme, ahora me decían "zorra" a todo momento. Incluso los Omegas de bajo rango me acorralaban en los pasillos sombríos, sus manos e insultos igual de atrevidos. Las mujeres incluso se persignaban al pasar a mi lado, susurrándome "quita maridos" como una maldición.

Todo eso me superó. Cuando los admiradores de Celeste dejaron amenazas de muerte grabadas en mi puerta, reuní lo poco que tenía y huí bajo la luna nueva. Tenía la intención de desaparecer para siempre. Hasta que comenzaron las náuseas matutinas... Hasta que el doctor anunció mi embarazo a todo el Consejo de Sangre.

Esa fue la única razón por la que Kieran se casó conmigo. Él era un hombre honorable, un Alfa que nunca abandonaría a su heredero.

Sin embargo, eso destrozó a mi familia.

Mis padres y mi hermano me odiaban por haberle roto el corazón de Celeste. Mientras que la manada de Kieran, NightFang, me detestaba porque yo no era la Luna que ellos querían. Luego, Celeste estaba tan enojada que se mudó al extranjero.

-¡Lo echaste todo a perder! -La voz acusadora de Ethan interrumpió mis pensamientos. El odio en su mirada me hirió hasta el corazón, no había disminuido nada después de todos estos años.

Aunque la sangre nos unía como hermanos, él nunca me había tratado como tal. Celeste era la única hermana que adoraba y me detestaba por haber hecho que se fuera.

Pero, ¿de verdad todo era culpa mía? Yo podía ser débil y común, pero nunca tan maliciosa como para seducir al novio de mi hermana. No obstante, a ellos nunca les importó eso, solo necesitaban a alguien a quien culpar.

-¿Ves lo que pasa? -Me temblaban las manos, pero mi voz era fría como la escarcha invernal-. Nunca nadie me escuchó, a nadie le importaba mi existencia. Así que dime, mamá -Me giré para verla, con un nudo en la garganta-. Si nunca me quisiste, ¿por qué no me asfixiaste en mi cuna? ¿Por qué fingiste que te importaba lo suficiente como para pedir que viniera?

-¡¿Cómo te atreves a hablarle así a mamá?! -rugió Ethan a medida que sus colmillos crecían-. Que te casaras con Kieran no quiere decir que ahora seas apta para ser Luna. ¡Ese título siempre estuvo destinado a Celeste!

-¡Yo nunca pedí nada de esto! -le respondí con un gruñido y mi voz llena de resentimiento-. Yo estaba a punto de irme. ¡Pudieron haber dejado que Celeste y Kieran tuvieran su ceremonia de marcado perfecta y haber fingido que nunca existí!

Ethan curvó sus labios en una sonrisa burlona. -No te hagas la mártir -se burló-. Sabías muy bien que Kieran nunca abandonaría a su cachorro.

-¡Ethan! -La orden de mi madre cargaba un tenue eco de su antigua autoridad como Luna, aunque su voz ahora solo contenía agotamiento y dolor-. Ya basta. No vamos a desperdiciar los últimos momentos de tu padre en esta vieja disputa de sangre.

Ni siquiera pudo mirarme a los ojos mientras me decía: -Ve a ver a tu padre. Desvió la mirada como si verme le causara dolor. Ethan me lanzó una última mirada venenosa antes de desplomarse en una silla.

Me armé de valor y abrí la puerta.

El miedo casi me asfixiaba. Temía ver esa decepción familiar en sus ojos por última vez. Sin embargo, cuando lo vi en su cama, al hombre que había pasado mi vida entera temiendo y anhelando complacer.

Aquella figura imponente de mis pesadillas había quedado atrás. El padre que una vez me pareció invencible ahora yacía inmóvil con el pecho envuelto en vendas y el rostro ceniciento. Los ojos que siempre ardieron con desprecio al mirarme. ahora no reflejaban nada.

Unas lágrimas rodaron por mi rostro. ¿Por qué me dolía tanto?

Este hombre, este gigante que me había odiado desde el momento en que supo que no tenía una loba, había mirado a Celeste con orgullo y a mí, con vergüenza.

El recuerdo de nuestro último encuentro todavía me desgarraba el corazón.

Kieran y yo no habíamos tenido una boda, ni una celebración. Solo recordaba el puño imponente de mi padre forzando mi mano a garabatear mi firma en el acta de matrimonio.

-Ya tienes lo que querías -me gruñó mientras su poder de Alfa tensaba el aire entre nosotros-. A partir de hoy, ya no eres mi hija.

Nunca había llorado con tanta violencia, ni había suplicado con tanta desesperación. Sin embargo, todo lo que obtuve fue la visión de su espalda gélida acompañada de su maldición final y maliciosa:

-Tenerte fue un error, Seraphina. Si te atreves a mostrar tu cara de nuevo, te juro que nunca más volverás a sentir un momento de felicidad.

Cumplió su promesa.

Su maldición había envenenado cada momento de mi vida. Mientras mi "honorable" esposo había convertido nuestro matrimonio en una jaula de oro con su silencio eterno y su desprecio.

Debería odiarlos a todos: a esta familia, a este destino.

Sin embargo, cuando mi padre movió sus manos sobre las sábanas con un movimiento débil, mi corazón traidor se estremeció. Antes de poder pensar con claridad, ya me encontraba a su lado, sosteniendo su mano helada.

-¿Papá? -Mi voz tembló con un tono cercano a la esperanza, lo que sabía que era peligroso.

Separó apenas sus pálidos labios, como si luchara por decir algo.

No obstante, antes de que pudiera hablar.

-¡Bip...!

El monitor cardíaco soltó un sonido agudo y la línea en la pantalla se volvió plana.

-¡NO! -Un grito desgarrador salió de mi garganta. No podía irse, no así. No antes de que viera el perdón en sus ojos. No antes de que pudiéramos desatar los nudos que apretaban nuestros corazones.

De repente, la puerta se abrió de golpe. Ethan y mamá me apartaron, haciéndome caer al suelo.

-Murió. -Mamá se derrumbó contra Ethan, con su cuerpo convulsionado por sus sollozos violentos-. ¡Mi compañero. mi Alfa.!

El dolor de Ethan lo ahogó en silencio, hasta que su mirada se posó en mí. Su lobo había salido a la superficie, con los colmillos al descubierto. No dudé ni por un segundo que me arrancaría la garganta, hasta que mamá lo tomó del brazo.

-Eres una serpiente venenosa -siseó-. Te quitaré cualquier pizca de felicidad a la que te hayas aferrado.

Una risa vacía resonó en mi mente. ¿Por qué todos estaban tan obsesionados con quitarme la felicidad? Algo que nunca había tenido.

El médico entró y le murmuró a mi madre: -Luna, debemos preparar los restos del Alfa Edward.

Caminé aturdida hacia el pasillo, con el alma desgarrada y lágrimas cayendo de mis ojos sin control. La élite de la manada llegó, pero me ignoraron, como siempre habían hecho.

Aunque su indiferencia apenas me afectaba ahora. Me quedé aturdida frente a la sala donde yacía el cuerpo de mi padre, todavía incapaz de asimilar la verdad de que nunca volvería a abrir los ojos.

De pronto, la voz de Kieran rompió el silencio.

-Mi más sentido pésame, Margaret. -Tomó las manos de mi madre, mostrándose como un yerno devoto-. No te preocupes, ayudaré a Ethan con todos los arreglos.

La luz de la luna que se colaba por las ventanas iluminaba sus hombros anchos. Las líneas plateadas en sus sienes solo acentuaban el aura de un Alfa en el mejor momento de su vida. No tenía ni un solo cabello fuera de lugar a pesar de haber sido llamado en la medianoche.

Era el Alfa más letal de la Manada NightFang. Su sola presencia era suficiente para controlar el ambiente a su alrededor.

-Tu presencia me consuela, Kieran -sollozó mi madre, aferrándose a su brazo.

Cuando la abrazó, sus ojos oscuros y penetrantes se cruzaron con los míos por encima de su hombro. Luego apartó la mirada como si hubiera visto una mancha en la pared.

-¿Qué fue lo que pasó con exactitud? -le preguntó a Ethan-. ¿Cómo pudieron atacar a Edward?

Mi hermano apretó la mandíbula. -Fue en una ronda de rutina en la frontera. Pero esos renegados hijos de perra llegaron en una cantidad que nunca antes habíamos visto. Estaban armados con armas de plata. -Su garganta se contrajo mientras luchaba por controlarse-. Fue una emboscada. Mi padre nunca tuvo una oportunidad.

Mi madre volvió a sollozar, resonando en todo el pasillo. Kieran sostuvo a Ethan del hombro.

-Esos renegados pagarán por lo que hicieron- juró.

Me quedé a un lado, era como una extraña en la tragedia de mi propia familia.

Los tres, mi madre, Ethan y Kieran, estaban unidos en su dolor. Era un círculo inquebrantable en el que yo no podía entrar.

-Pedí que llamaran a Celeste -añadió Ethan de repente-. Debe llegar pronto.

-¡Ay, mi pobre niña! -sollozó mi madre entre sus propias manos-. Se perdió los últimos momentos de vida de su padre.

Miré el rostro de Kieran por instinto.

Cruzamos miradas de nuevo.

Seguía con una expresión difícil de leer: gélida, analítica, desprovista de calidez.

Había pasado diez años compartiendo una misma cama y aun así se sentía a galaxias de distancia. Nunca había podido tocar su corazón.

Ahora, con la noticia del regreso de Celeste, una terrible verdad me aplastó el pecho como unas pesas de hierro: estaba a punto de perder a mi segunda familia.

Si tuviera una loba, de seguro gimotearía en voz baja desde mi garganta. No sabía si podría sobrevivir a la tormenta que se avecinaba, pero un pensamiento ardía más brillante que el miedo:

Pasara lo que pasara, nadie me quitaría a mi hijo.

Nadie.

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