Me considero un hombre malo, pervertido y sin sentimientos, tal vez un poco despiadado. Nunca me he considerado alguien de buen camino.
Conozco mis errores y estoy consciente de cada uno de los que he tenido, sé que son muchos, tantos, como cualquier otro hombre que sea sincero en aceptarlos.
Tal vez tenga un poco más que otros, tal vez un poco menos que muchos, no lo sé y honestamente, es algo que no me interesa. Me gusta ser como soy y, a decir verdad, no estoy dispuesto a cambiar por nada ni por nadie en lo absoluto, ni que me lo pidan y mucho menos que me lo insinúen.
Desde que tengo uso de razón... o mejor dicho desde mis siete años de edad para ser exacto, tuve la buena fortuna de crecer junto a mis primos y de esa manera, compartir más tiempo en familia, aunque solo tuve una muy buena y profunda amistad con uno de ellos.
Él y yo éramos de la misma edad, quizás por esto de las edades contemporáneas, nos la llevábamos muy bien. Con nosotros, también creció una de nuestras tías, la cual era dos años mayor que nosotros, también nos la llevábamos bien pero por ser un poco mayor y por ser fémina, los gustos y los pasatiempos eran diferentes, aún así ella también iba aprendiendo de las cosas que nosotros íbamos experimentando, de manera que ella podía reconocer a futuro, cuando un chico iba en serio o simplemente jugaba.
Mi primo se llamaba Salomón, él y yo fuimos juntos a la escuela desde el preescolar y desde ese entonces, aparte de ser familia, comenzamos a ser dos amigos inseparables en todo... bueno casi en todo. Los dos nos llevamos muy bien, compaginamos de tal manera que parecíamos una sola persona, dividida en dos cuerpos diferentes, inclusive en alguna parte de nuestras vidas compartimos novias, aunque solo fuera por gusto.
Él a comparación de mí, era muy distinto, pues, yo era el más tímido de los dos, quizás porque no me sentía tan bien parecido, como lo era él. Cuando terminamos nuestros estudios, cada uno de los dos se fue siguiendo su destino por caminos diferentes. Pues, por más amigos, primos o hermanos que pudiéramos ser, cada uno tenía una vida que vivir y muchos otros sueños, por luchar y cumplir.
Desde que era un niño tuve una ilusión en la vida y, ese era ser militar, tal y como lo era mi hermano mayor. Seguí mis deseos y cuando tuve la edad idónea para entrar al Ejército, sin pensarlo dos veces, simplemente lo hice.
Nosotros los militares, estamos mucho tiempo fuera, siempre nos la pasamos lejos de nuestras familias. De soltero nada importa, pues te adentras a una vida de diversión, te enfrascas en un mundo lleno de todo y, a su vez, lleno de nada.
Ser militar tiene muchas carencias, pasamos por situaciones que muy pocos aguantarían, solo aquellos que lo llevamos en la sangre, solemos ser capaces de mantenernos en pie de lucha, como quien dice, pero también gracias a tener ese trabajo, conocemos muchos lugares, a muchas personas que en su mayoría son mujeres. Ser militar para mí fue, ha sido y es lo mejor que me ha pasado en la vida, sin duda, la mejor decisión que he tomado.
Estar en el ejército me enseñó a ser como soy; un hombre que no se enamora, que solo disfruta de la vida y de las cosas que ella trae consigo. En fin, aprendí todo lo que sé, así como también, me ha formado en todo lo que soy, y eso es algo que me llena de orgullo y felicidad.
Como militar o como hombre, no soy el más guapo, tampoco me considero alguien muy agraciado, pero tengo muchas virtudes que exploto de la manera en que me beneficia, según sea el caso. Tampoco es que sea el hombre más feo del mundo, pues tengo "mi gancho", solo soy como muchos militares, quizás como todos o tal vez como nadie, absolutamente nadie.
Dice un dicho muy conocido, que los marineros en cada puerto tienen una mujer, pero, aunque no generalicen, resulta que no solo ellos tienen amores por donde quiera que vayan, nosotros los militares, no solo tenemos una sino todas las que podamos, es por esa razón que nunca estamos solos. Y, ¿para qué estar solo?, si al menos yo, puedo tener a todas las que desee o las que me provoque, sean solteras, divorciadas o casadas.
Causé alta a mis 18 años de edad, sabía poco del medio militar, aunque siempre había sido mi sueño ser pieza fundamental de este medio, sin embargo, me aventuré a seguir mi destino y conocer lo que era pertenecer al Ejército.
Muchas veces me han preguntado, ¿Por qué me gusta ser militar? Y mi única respuesta de siempre ha sido que era lo que quería y quiero, hoy en día a mis 19 años de antigüedad, y sé que es lo que seguiré queriendo por el resto de mis días, porque ya no es una ilusión o un sueño impalpable, ahora, luego del transcurrir de los años en los que se ha materializado, es una pasión. Amo mi trabajo y las cosas que me ha dado, lo que me ha brindado y todo eso, engloba un sinfín de instantes significativos y grandes placeres.
Entré joven al Ejército. A esa corta edad, uniformado, siendo un joven no feo sino simpático, aunado a eso, con una labia bastante buena, podía tener buenas oportunidades. Nunca me han gustado las mentiras, de hecho, yo considero que no miento, siempre me ha gustado ser alguien recto, que lleve siempre la verdad como su batuta en todo lo que haga o diga.
O acaso, ¿No lo creen? ¡Ja!
Pues, comencemos por lo primordial y la razón de mis placeres...
Mis mujeres.