Mientras esperaba a Sofía, Alexander trató de convencerse de que todo estaba bajo control, más al ver como los flashes de las cámaras iluminaban la sala con la intensidad de un relámpago, los periodistas se encontraban inmersos en su labor, documentando cada detalle de lo que era, en esencia, una gran mentira y eso lejos de incomodarlo, le brindaba una especie de tranquilidad, aquella atención mediática solo era un recordatorio de que el plan avanzaba según lo previsto.
Sin embargo, cuando la puerta se abrió y vio a Sofía entrar, todo cambió. Su mundo, hasta entonces tan calculado y estructurado, parecía tambalearse bajo el peso de aquella visión.
Sofía estaba radiante, una presencia casi etérea que parecía iluminar la habitación con su sola existencia, con su vestido, perfectamente ajustado, realzaba cada detalle de su figura, y su cabello caía en ondas suaves que enmarcaban un rostro tan hermoso que Alexander no pudo evitar quedarse sin aliento.
Un temblor recorrió su cuerpo, y por un instante, sintió como si el tiempo se hubiera detenido, algo que no sintió el día que se casó con su ex esposa, la bruja de Lucrecia, lo sentía ahora, en "su boda falsa". Su corazón, que hasta aquel momento había latido con un ritmo pausado y predecible, comenzó a golpear con fuerza contra su pecho.
Alexander intentó razonar consigo mismo, recordarse que aquello no era más que un trámite, un espectáculo cuidadosamente diseñado... Pero mientras la miraba, las palabras de lógica que repetía en su mente se desvanecían como humo, no podía apartar la vista de ella, y en ese momento, algo dentro de él cambió.
Sofía ya no era simplemente una socia en aquel acuerdo frío y racional, había algo más, algo que no había anticipado y que ahora lo consumía, no era solo la atracción, también era la admiración, y un temor profundo a la sensación desconocida.
-¿Aceptas a Sofía como tu esposa, prometiendo amarla y cuidarla en los buenos y malos momentos?-
El juez de paz inició la ceremonia con voz solemne, pero Alexander apenas lograba concentrarse en las palabras, su mirada estaba anclada en Sofía, en el azul intenso de sus ojos, como un cielo despejado que parecía contener promesas de calma en medio de su caos, la forma en la que su cabello rubio caía en cascadas suaves, reflejando la luz como si fuera una corona de oro y mientras su mente se perdía en aquella imagen, casi sin darse cuenta comenzó a repetir las palabras del juez, su voz sonando ausente, mecánica.
-Acepto, juro amarte, respetarte, de hoy en adelante, en las buenas y las malas.-
Cuando llegó el momento de intercambiar los anillos, Alexander tomó la mano de Sofía, y un estremecimiento recorrió su cuerpo, era como si el contacto de su piel hubiera encendido algo dentro de él, una chispa que nunca antes había sentido, y su corazón, hasta entonces contenido en su habitual ritmo disciplinado, comenzó a latir con fuerza, como si intentara abrirse paso fuera de su pecho, algo que lo asusto, se sintió repentinamente vulnerable, expuesto, como un navegante que se adentra en aguas desconocidas sin mapa ni brújula.
¿Qué era esto? ¿Por qué aquel sencillo gesto lo sacudía tan profundamente? Las respuestas permanecían fuera de su alcance.
*
Sofía avanzó sola hacia el altar, cada paso resonando en el vacío que la ausencia de su familia dejaba a su alrededor, la soledad pesaba sobre sus hombros como una sombra implacable, haciendo que se sintiera más vulnerable que nunca y que decir de cada mirada de los presentes, que parecía agrandar ese vacío, y aunque intentaba mantener la compostura, la culpa y la tristeza la envolvían como una tormenta silenciosa.
La imagen de Adrián, su difunto esposo, emergía en su mente con una intensidad que la desgarraba. ¿Era esto una traición? ¿Era este nuevo enlace una forma de traicionar la memoria del hombre al que un día había amado?
Las preguntas se repetían como un eco cruel en su interior, aunque fuese un matrimonio falso, pero la realidad era ineludible.
Sí que su ex exposo le amaba tanto, pero también fue ese hombre la había empujado a este momento, las deudas acumuladas por las decisiones imprudentes de Adrián la habían llevado al borde del abismo, y este contrato de Alexander era su única tabla de salvación.
Cuando llegó frente a Alexander, sus ojos marrones, serenos pero insondables, la observaron con una intensidad que le dificultaba sostener la mirada, entonces, quien era su jefe, comenzó a repetir las palabras del juez de paz, cada frase pronunciada con una calidez inesperada, una sinceridad que perforó las barreras que Sofía había levantado a su alrededor. Por un instante, algo en su pecho se aligeró, como si aquella voz pudiera tenderle un puente hacia un lugar más seguro, más esperanzador.
Y sin embargo, su corazón seguía dividido, atrapado entre la lealtad a la memoria de Adrián y una nueva emoción que apenas comenzaba a florecer. Alexander le inspiraba confianza, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo y sentía que, tal vez, en él podría encontrar no solo un compañero de circunstancias, sino un verdadero amigo.
Alexander podría ser su salvación o el golpe final en esta lucha. Pero en ese momento, decidió aferrarse a la esperanza, aunque fuera tenue, y entregar su destino al curso incierto de lo que estaba por venir.
Entonces, fue el turno de Sofía. Su voz, dulce y serena, resonó en el espacio con una firmeza..
- Juro amarte y respetarte, de hoy en adelante, en las buenas y en las malas.