Antonio se quedó inmóvil por un instante. Había esperado esa noticia durante años, pero ahora que finalmente la escuchaba, sentía un vértigo extraño.
-¿Estás seguro? -preguntó con voz firme, sin apartar la mirada de su asistente.
-Sí, señor. Me han informado que ya vienen en camino...
Antonio se levantó de su asiento y se ajustó el traje con calma calculada.
-Llévala a la mansión -ordenó sin titubeos-. Debo prepararme.
Martín asintió y salió con la misma prisa con la que había entrado.
Antonio caminó hacia el ventanal que cubría toda la pared de su oficina y contempló la ciudad iluminada bajo sus pies. Sabía que este momento llegaría tarde o temprano, pero eso no hacía que fuera menos trascendental.
¿Recordaría ella? ¿Lo reconocería?
Antonio condujo rápidamente hacia la mansión. Sabía que este momento marcaría un antes y un después en su vida. No la veía desde que la habían apartado de él hacía tantos años.
Al llegar, se dio una ducha rápida y se puso ropa limpia. Su reflejo en el espejo le devolvió una mirada intensa, llena de una mezcla de ansiedad y determinación. Bajó al salón principal, pero aún no había llegado.
Impaciente, sacó su teléfono y llamó a Martín.
-¿Qué sucede? -preguntó con voz tensa.
-Señor Antonio, hemos tenido un contratiempo -respondió Martín con cautela-. La señorita ha empezado a gritar y golpear el vehículo. Se ha lastimado. Llamamos a un médico y la está examinando, pero nos aconseja que no viaje en estas condiciones.
El silencio de Antonio fue breve pero cargado.
-Enviame tu ubicación. Voy para allá.
Martín dudó un segundo antes de responder.
-Sí, señor.
Antonio cortó la llamada y salió de inmediato. No esperaba que su reencuentro fuera así, pero en el fondo, algo en él temía que no sería fácil.
Mientras conducía, su mente lo llevó de vuelta a ese día fatídico. Aún recordaba la desesperación en su mirada cuando su padre la había arrancado de su lado. La impotencia, la furia... y la promesa silenciosa de que la encontraría.
Y ahora, después de tantos años, ese momento había llegado.
Lo que no sabía era si ella aún lo recordaba... o si lo odiaba.
Antonio llegó al lugar indicado por Martín, una carretera apartada en las afueras de la ciudad. El vehículo en el que la trasladaban estaba estacionado a un lado, rodeado de hombres de seguridad. La noche era oscura, y el único sonido era el de los grillos y el murmullo de los guardias, que hablaban en voz baja.
Al bajar del auto, Antonio se dirigió de inmediato hacia Martín, quien lo esperaba con el rostro tenso.
-¿Dónde está? -preguntó con voz controlada, pero su ansiedad era evidente.
-En el interior del vehículo, señor. El médico la ha atendido, pero... sigue alterada.
Antonio asintió y avanzó con paso firme. Los guardias abrieron la puerta trasera, y por primera vez en años, la vio.
Ella estaba sentada en el asiento, con la mirada baja y un vendaje en el brazo. Su respiración aún era agitada, pero lo que más le impactó fue su expresión: no había reconocimiento en sus ojos.
Antonio sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Ella lo miró, parpadeó un par de veces y luego frunció el ceño.
-¿Quién eres? -preguntó con voz tensa.
El golpe fue brutal.
Antonio sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
-Soy yo -dijo, casi en un susurro, incapaz de aceptar lo que estaba ocurriendo.
Ella lo observó con una mezcla de desconfianza y confusión.
-No sé quién eres -replicó, con una dureza que lo atravesó como un cuchillo-. ¿Qué quieren de mí?
Antonio intentó mantener la compostura, pero su mente estaba en caos. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía no recordarlo?
Respiró hondo y dio un paso adelante, con cuidado de no asustarla más.
-No quiero hacerte daño -aseguró con voz calmada-. Solo quiero hablar contigo.
Ella apretó los labios, mirando a su alrededor, como si buscara una salida.
-No iré a ningún lado contigo -declaró con firmeza.
Antonio cerró los ojos un instante. Esto no era como lo había imaginado. Durante años soñó con este reencuentro, con el momento en que la encontraría y todo volvería a su lugar. Pero ahora, estaba claro que nada sería tan sencillo.
Se obligó a mantener la calma.
-Está bien -dijo al fin-. No te obligaré a nada. Pero dame cinco minutos. Solo cinco.
Ella dudó. Miró al médico, luego a Martín, como buscando respuestas, pero nadie dijo nada.
Finalmente, suspiró y asintió con desgana.
-Cinco minutos. Y después, me dejas ir.
Antonio sintió un nudo en la garganta. Si tan solo supiera la verdad... si tan solo recordara quién era él.
Pero ahora, tenía que empezar de cero.
Antonio la observó en silencio, buscando algún atisbo de reconocimiento en su mirada. No lo encontró. La verdad se le atoraba en la garganta, pero sabía que no podía seguir guardándose.
Sacó su billetera y, con cuidado, deslizó una fotografía envejecida por los años. Se la extendió con mano firme, esperando que al verla, algo en su memoria despertara.
-Mira esto -dijo con voz controlada, aunque por dentro sentía un torbellino de emociones.
Ella tomó la foto con cierta reticencia y la observó. En la imagen, ella sonreía, con un vestido blanco, aferrada al brazo de Antonio, quien la miraba con devoción. Era su boda.
Ella frunció el ceño.
-¿Qué es esto?
Antonio tragó saliva.
-Nos casamos hace seis años -dijo con suavidad-. Éramos marido y mujer.
La vio aferrarse a la foto como si sus manos se quemaran.
-Eso no es posible -murmuró, negando con la cabeza-. No... no puede ser.
Antonio dio un paso adelante, con cuidado.
-Nos separaron -continuó con voz tensa-. Mi padre... Daniel Villanueva, nos arrebató todo.
El impacto fue inmediato.
Apenas escuchó ese nombre, sus ojos se abrieron con terror y su respiración se volvió errática.
-¡No! -gritó, lanzando la foto al suelo como si le provocara dolor-. ¡No digas ese nombre! ¡No quiero escucharlo!
Antonio sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
-¿Qué te hizo? -preguntó, su voz apenas un susurro.
Ella se llevó las manos a la cabeza, cerrando los ojos con fuerza, como si algo dentro de ella estuviera luchando por salir.
Y entonces, murmuró algo que hizo que la sangre de Antonio se helara.
-Ese hombre... me arrebató a mi hija...
El mundo de Antonio se detuvo.
-¿Nuestra hija? -susurró, sintiendo que el aire le faltaba.
Pero ella no respondió. Solo se encogió en el asiento, temblando, con la mirada perdida.
Antonio sintió cómo la rabia y el miedo se entrelazaban en su pecho. No solo la habían separado de él... su propio padre le había arrebatado a su hija.