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img img Romance img Zorras, perras y brujas.

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Seguramente te han llamado zorra, perra, bruja, puta... o cualquier calificativo con el que piensan que menosprecian a una chica cuando te vuelves segura de ti misma y... con los hombres, cuando tomas las riendas y cuando las pierdes. Seguramente has llamado de ese modo a alguna mujer en tu vida y seguramente lo vuelvas a hacer y te lo vuelvan a hacer. Puedes hacerlo como cumplido o como crítica, pero déjame que te diga una sola cosa: Yo, Adara Lennox, soy la reina de todo ello. La reina de las zorras, de las perra y de las brujas porque, querida, no hay nadie que me pueda superar en esto. LIBRO 1: Adara

Capítulo 1 Mañana Silenciosa

La alarma suena insistente por todas partes. La oscuridad de la gran habitación es rota por una luz intensa, que junto con la vibración de la alarma, desvela el comienzo de un nuevo día.

Adara estiró su mano torpemente, golpeando contra la pequeña mesita de madera blanca del lado derecho de su cama. Buscando, sin éxito, el maldito móvil que tuvo que dejar tirado al volver borracha la noche anterior.

Solo deseaba haberlo dejado cargando para tenerlo operativo desde primera hora de clase, no teniendo que buscar una excusa para faltar a primera y así usarlo sin problema porque, no poder usarlo, no está entre sus opciones.

La luz de la calle, el ruido del teléfono, la resaca... toda su cabeza no paraba de dar vueltas y las nauseas se sentían en la garganta, solo esperando conseguir que no salieran. El alcohol no era su adicción favorita pero, en la fiesta de la que apenas recuerda cómo volvió anoche, era casi una norma.

Los chupitos fueron la contraseña correcta para entrar en ella aunque, el chupito de la entrada, no fue el único que se bebió en toda la noche. Muchos más tragos fueron bajando por su garganta sin pausa, solo siendo interrumpidos por los cigarros y porros que atractivos desconocidos fueron ofreciéndole y que no rechazó.

Un Flashback de los dos camareros de ojos verdes y pelo alborotado, uno de ellos con pecas marcadas y una linda sonrisa –únicos rasgos que lograba recordar de ellos– se pasó por su mente mientras seguía buscando aún con la sábana sobre su rostro, el ruidoso e insistente teléfono.

Ambos chicos fueron excesivamente simpáticos y, Adara, no dudo en aprovecharse de su amabilidad gracias a su espectacular cuerpo y al falso carisma y simpatía que era experta en fingir cuando necesitaba algo.

Jugar con chicos ingenuos y guapos era su entretenimiento favorito, era un juego del que era experta y del que, siempre que podía, jugaba una partida. Bueno... una, dos, tres... las que pudiera.

Los hombres piensan tener el poder, seducir a las mujeres... ingenuos. Si solo supieran que la mayoría de las veces siguen los pasos justo y como una mujer previamente ha planeado, seguramente se les bajaría el ego un punto.

Y ya saben lo que dicen, la practica hace al maestro y, Adara, era la mejor maestra en chantaje y manipulación masculina que pudieras encontrar.

Sin embargo esa noche, pese a la humedad de su ropa interior gracias al roce bailando y a los constantes halagos de los chicos, ninguno de esos estúpidos y salidos camareros pudieron siquiera rozar una parte de su provocativo y caliente cuerpo.

Aunque, más de una vez pasó por su mente la fantasía de jugar con ambos al mismo tiempo tras las caravanas del bar de coches, pudo resistirse a caer en su deseo más primario, el sexo fácil.

Un trio con dos don-nadie no la producían la misma excitación que el año anterior pudieran haberle causado. Por muy guapos que fueran eran simples camareros y eso, para Adara, era rebajarse.

Su corta y ajustada falda de tubo negro junto con el top abierto por el centro, también de color negro, habían sido su look espectacular. Un look que, en ese instante, solo eran ropa molesta que se colaba entre sus manos mientras buscaba a su torturador. El móvil.

Pero los recuerdos de placer de anoche la tentaban a que tocara su cuerpo recordando todos los tíos que dejó anoche con las ganas.

–No, no debería... –murmura Adara mordiéndose su labio inferior y tapándose la cara con una almohada, pero las ganas de tocarse podían a las de apagar el teléfono.

Bajó las manos, hasta que dio con sus pantalones de pijama, quitándoselos con suma rapidez. Subió de nuevo la mano acariciando sus propios muslos por el interior, llegando a rozar con la punta de su indice y dedo corazón sus labios y clítoris, recorriéndolos con suavidad pero firmeza una y otra vez hasta que, al notar como su humedad iba aumentando junto con el calor de su vientre, metió ambos dedos dejando escapar leves gemidos de placer que silenciaba mordiendo la esquina de la almohada más cercana, a la vez que curvaba levemente su espalda según iba sintiendo como su cuerpo se excitaba más y más.

Aumentaba la intensidad y rapidez de sus propios movimientos, sintiendo cómo sus piernas empezaban a temblar involuntariamente y cómo sus húmedos dedos entraban y salían con cada vez más facilidad.

Pero sus fantasías y calentón mañanero fueron rápidamente interrumpidas.

–¡Adara por el amor de Dios apaga ese puto teléfono! –gritaba su madre desde la cocina del piso inferior con tono. enfadado mientras seguramente preparaba el desayuno.

"Gracias mamá, me cortaste el que iba a ser mi mejor orgasmo de la semana" pensó rodando los ojos y retirando la mano de su húmeda intimidad.

Finalmente, desesperada por el molesto tono de la alarma que ella misma eligió en algún momento de su vida y del que, sin duda, no paraba de arrepentirse, sacó la cabeza despeinada de entre las sábanas, lamió sus dedos para limpiarlos a pesar de estar deseando volver a introducirlos en ella y siguió buscando, con un reciente nuevo mal humor, entre los cojines y almohadas hasta que dio con el ruidoso teléfono bloqueando.

Lo silencio sin prestar. atención a quién la había hablado aunque debiera haberlo hecho. Tras ello se tumbó lanzándolo contra el puf que estaba en la esquina derecha de su habitación pero al estar aún unido al cargador, lo arrancó de la pared.

–Mierda... –se quejó bufando.

Sintió deseos de volver a tocarse pero las ganas habían desaparecido y el tiempo se le iba a echar encima. Tendría que buscar otro rato para hacerlo.

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