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Al cumplir 12 años ya sabía preparar la comida, mantener limpia la casa, y en la licorería ya me conocían lo suficiente como para surtirme de licor y cigarrillos para mi mamá, si no quería que estuviera fuera de control esas dos cosas eran las principales en la lista de despensa. A veces tenía algo que le entraba en la cabeza, como una pequeña chispa de voluntad errada, donde se decía a sí misma que se limpiaría de toda su mierda y volvería a ser la mujer que era antes, pero al empezar con el síndrome de abstinencia todo se iba por un caño.
Y yo que era una chiquilla que se creía todo, terminaba tirando todos los suministros de licor, cosa que siempre me pasaba factura, ya que al no encontrar el alcohol se volvía loca, no puedo decir que fuera una persona violenta conmigo, pero nuestra pobre casa era la que se llevaba la peor parte. Al cuarto año de vivir solas, había intentado limpiarse más de 10 veces y ninguna había funcionado, al quinto año, ni siquiera la tomaba en serio ya, simplemente dejaba el licor en su lugar, y solo me dedicaba a esperar que lo volviera a buscar, el sexto año fue la vez que se dio por vencida, ella sabía que no iba a dejar el alcohol, y no se que es peor, si seguir intentándolo y fracasar siempre, o dejar de intentarlo y dar por hecho que no hay manera de que lo dejes.
Cuando cumplí los 17, siete años después del abandono de mi padre entendí que debía de hacer algo para nunca caer en eso, si bien ya para ese entonces sabía lo que era probar un cigarrillo y emborracharte hasta perder la consciencia, sabía que no era lo que quería para mi, el resultado de meterte en ese mundo lo tenía todos los días conviviendo conmigo. No quería que eso me pasara, no quería que alguien más tuviera que cuidarme porque no pudiera ni siquiera prepararme algo de comer.
A los 18 años había mantenido relaciones fugaces con 3 hombres, que como siempre me lo repetía, al final terminaban dejándome. Es gracioso que supusiera que no serían como mi padre, desde los 10 años, el hombre que más debía de amarme y cuidarme me había abandonado, que esperaba de hombres que no tenía ni un mes que conocía.
Nunca fui la mejor en la escuela, por eso no entré a la universidad junto con mis compañeros, dejé que pasaran 3 años para ingresar, ya que no tenía tanta confianza en mi como para intentar ser alguien. Mantenía trabajos pequeños, que nos ayudaban a mi madre y a mi, cajera en un supermercado, taxista- por dos días, ya que un peatón se me atravesó y causé un alboroto que no pasó a mayores, sino no estaría aquí-, cajera en la licorería, lo cual al principio funcionó, pero mi madre como siempre cuando hacía acto de presencia era solo para arruinarlo.
A los 19 era conocida como la hija de la loca Charlie, lo más vergonzoso no es que tu madre sea una loca alcohólica, que al no tener que tomar se salga a la calle a mendigar un trago de cualquier sustancia que logre embriagarla. Lo más vergonzoso sin duda eran las miradas de la gente, miradas que solo me hacían sentirme más menospreciada, me hacían sentirme más miserable. A pesar de ser hija de una alcohólica problemática, los vecinos siempre estuvieron para ayudarme, veía en sus ojos como la lástima brotaba, tal vez yo era su buena acción del día y por eso estaban tan pendientes de mi.
Gracias a esas personas que estaban recurrentemente rondando a mi alrededor no pasé hambre los primeros años. Gracias a ellos, servicios infantiles no me llevó a casas de adopción. Y siempre que había un disturbio me ayudaban a ocultarlo para que mi madre no tuviera ningún problema con la ley, que ahora que lo veo, no sé qué tan bueno era eso a lo que yo llamaba "ayuda", tal vez simplemente no querían tener que lidiar con una mujer alcohólica que había sido dejada por su marido y posteriormente perdido los derechos de crianza de su hija, eso definitivamente hubiera despertado a un ogro.
Entonces si, tal vez simplemente veían por sus propios intereses y hacían lo que les resultaba más sencillo y fácil de controlar.
Mi vida sería más sencilla si servicios infantiles me hubiera llevado con ellos definitivamente.
Justo en la víspera de mis 20 años, recibí la carta de aceptación de la universidad del estado, había ahorrado un poco del dinero que mi madre no reclamaba como suyo y decidí mandar solicitudes a diferentes universidades, unas un tanto soñadoras de mi parte y otras más realistas, la única que contestó fue la universidad que más cerca me quedaba. "La Universidad Estatal Del Valle de Mississippi se complace en informarle que ha sido admitida en la institución....", comenzaba diciendo la carta, pesar de tenerla en mis manos no podía creer que me habían admitido, si bien la tasa de aceptación de la Universidad era alta, no creía que alguien como yo podría quedar matriculada. Quise tener a alguien a quien contarle y corrí con mi madre quien simplemente alzó su mirada, me dio una sonrisa sarcástica y volvió su atención al programa de televisión de las 6.
-Feliz cumpleaños, por cierto.- me dijo mientras le tomaba un trago a la botella
Era la primera vez que recordaba mi cumpleaños, o tal vez siempre los recordaba, pero era la primera vez en 10 años que me felicitaba. Y por primera vez me sentí más que la hija de la loca Charlie, me sentí como la verdadera Mila, esa niña de 10 años que era feliz.