Costo y beneficio
img img Costo y beneficio img Capítulo 2 Alguien como yo... Nunca podría ser madre.
2
Capítulo 6 Lo fácil se le ve img
Capítulo 7 Lujuria img
Capítulo 8 Solo un juego img
Capítulo 9 Hambre img
Capítulo 10 Puro veneno img
Capítulo 11 La mesa Tashibana img
Capítulo 12 Putas drogadictas img
Capítulo 13 Su culpa img
img
  /  1
img

Capítulo 2 Alguien como yo... Nunca podría ser madre.

Ella fingió fuerza durante todo el camino a casa, aprovechando el tiempo para reflexionar sobre lo que tendría que hacer con este bebé.

No lloro más, pues ya no lo quedaban lágrimas para hacerlo, el dolor llego a un punto tan profundo dentro de ella que se acostumbró a él, lo aceptaba, convivía con él, lo tomaba como si fuese parte natural de sí misma, lo abrazaba esperando apaciguarlo.

Sabía que no era lista, ni madura, ni valiente, ni fuerte, ni ninguna de esas malditas cosas que se supone deberían ser las madres.

Y estaba tan llena de dudas al respecto.

Aunque tuviese a ese bebé en brazos, ¿Qué iba a hacer con él? ¿Dárselo a alguien más para que le hiciera quién sabe que sin que ella pudiese reclamárselo o impedírselo? ¿Quedárselo y después qué? ¿Se convertiría en una persona miserable, ¿Sería un delincuente? ¿Y todo sería culpa de su madre? Todo porque Eli no tenía ninguna idea sobre cómo debería ser una madre.

Se veía a sí misma como una rubia inútil que se dejó embarazar por uno de esos idiotas que decía amarla, la utilizo y luego la boto como basura.

"Sí, basura es lo que yo sería como madre".

De todas formas, cuestiono la parte consciente de su cabeza, ¿Cuánto es que cuesta un aborto actualmente?

¿Dónde puede alguien realizarse uno de esos?

¿Puede hacerlo sin que lo sepan sus padres?

Ya tenía 20 años, entonces, ellos no tenían por qué saberlo ¿Cierto?

Y ¿Qué pasaría después?

¿Volvería a la universidad después de eso?

¿Podría?

¿Y si se encontraba con él allí, entonces que haría?

¿Fingir que nada paso?

¿Por qué no? Ciertamente, Era buena para eso.

Entonces, parecía lo mejor al final, lo más práctico.

Se efectuaría un aborto, volvería a la universidad y continuaría con su vida como si nada hubiese pasado.

Como si pudiera hacer algo como eso.

Para cuando bajo del autobús, el cielo se había oscurecido, era verano, pero las estaciones del año nunca importaron para Nueva York. El frío del mundo

que la rodeaba, le parecía absurdamente, irónico.

A pesar de que llevaba el suéter y las medias moradas, el gélido ambiente del viento se le metió a través de la ropa por los poros de la piel hasta calarle en los huesos.

A través de la ventana de la panadería "Carlota", Elizabeth observo el bizcocho de queso relleno de moras que más le gustaba. Pensó que, en serio, le gustaría una mordida de eso ahora mismo. Quizás debió pedir algo en el restaurante antes de soltar la bomba.

Luego encontró su reflejo en el cristal de la ventana, se preguntó a sí misma, si acaso dios la veía desde el cielo y se reía.

"Querida Elizabeth, te di uno de los dones más cotizados de la humanidad y tú solo lo usaste para meterte en problemas"

Seguramente, es lo que le diría dios.

Con este pensamiento, distrayéndola de todas las frustraciones anteriores, se dirigió a su casa con el corazón en calma, reflexionando que, sin importar cuán grande era su problema en ese momento, tenía suerte de que podía esperar hasta mañana.

Había planeado que, cuando llegara a casa, encendería la estufa con una enorme olla de agua caliente para voltearla en la bañera.

Encendería una o dos velas con aroma de lavanda, se exfoliaría la piel con su cepillo eléctrico, se pondría sobre la cara la mascarilla de miel con avena que había estado esperando probar, pondría música de Selena Gómez para relajarse.

Después se pondría la bata azul, que era la más suave, y se recostaría a dormir en su cama caliente, viendo la luna a través del cristal de su ventana.

Eso sería lindo.

Decidido que, en cuanto cruzara el umbral de su casa, olvidaría todo el asunto del aborto hasta el amanecer, el momento idóneo para buscar la clínica más cercana, hacer la cita y averiguar cómo iba a convencer a su padre de darle un cheque sin decirle para qué lo quería.

¿Ropa? Ni de chiste, ¿Libros tal vez?, poco creíble, pero aceptable, ah claro, material de contabilidad para la universidad, eso seguro que funcionaba. De todas formas, ¿Cuándo podría un aborto costar? Si había muchas formas de hacerlo gratis según internet.

Nunca podría imaginarse, en su pequeña fantasía de relajación, que cuando atravesase esa puerta blanca hecha de metal al mismo tiempo que la oía cerrarse por el viento, sería recibida por el ruido sordo de una cachetada.

-¿Qué es esto? -pregunto su madre, autora del atentado, Elizabeth volteo aún con el rostro enrojecido, tenía en su mano la prueba de embarazo que metió en el depósito -se atoró en la salida de agua y estropeaste el maldito baño.

Eli tuvo la idea fugaz de salir huyendo por la puerta que acababa de usar para entrar.

Su madre tenía el cabello rubio, como ella, largo y gastado por los años, tenía la piel clara y los ojos azules que le heredo, pero los ojos de su madre estaban siempre cubiertos por la melancolía y del descontento.

Era flaca y fría como un esqueleto, tenía la cara llena de manchas por la edad, endurecida por sus muecas siempre de desagrado y al hablar su voz retumbaba en todo el cuarto sin importar donde estuviesen, siendo la de ella la única que Elizabeth era capaz de escuchar.

-Elizabeth -continuo su madre endureciendo el tono-¡¿Qué mierda es esto?!

-Una prueba de embarazo -respondió Eli con la voz apagada apoyada por la poca resignación que tenía en su alma, la respuesta de su madre fue otra bofetada, como para emparejarle el rojo de las mejillas.

-¿Quién es el padre? -pregunto con la voz quebrándosele.

-No lo conoces, es alguien de la universidad.

-¿Se hará responsable? -A Eli esta pregunta la partió, todo su esfuerzo para seguir caminando, para volver a casa, para dejar de llorar, todo se esfumó

en un solo segundo.

-No -contesto en un suspiro.

Lucrecia le dedico entonces una mirada gélida, la culpaba, la desconocía como hija, la repudiaba. Después de eso, los ojos se le cristalizaron.

Solo había algo peor que ver a Lucrecia Marcovich enojada y eso era verla llorar.

-¿Para eso nos sacrificamos? ¿Para eso no pagamos el maldito calentador? -fue aumentando el todo de su voz-¿35 000 dólares para que fueras a una puta universidad a abrir las malditas piernas? -su llanto se volvió histeria -¿Qué no lo podías hacer en casa?

-Yo no quería ir a la universidad-se esforzó en decir Eli conteniendo el nudo en su garganta.

-¿Qué dijiste?

-Te dije, que yo nunca quise ir a esa universidad para empezar.

-Ah es verdad, yo era la que quería que fueras, para que hicieras algo con tu vida. Yo quería tener una hija que se convirtiera en alguien importante, pero no, solo tengo a la zorra del pueblo en casa-Elizabeth volvió a desmoronarse, las palabras de Lucrecia eran siempre infalibles. No importaba la

fuerza de sus golpes o el ardor palpitante que le había dejado en las mejillas, sus palabras siempre encontraban la forma de ser incluso más dolorosas.

Elizabeth ya no tenía nada a lo cual aferrarse, ya no existía el mañana, ya no podía hacer como si nada pasara. El llanto se le escapó en un quejido, se apresuró a taparse la boca con ambas manos, pero, no sirvió de nada, no pudo detener el río de lágrimas que le corrió por el rostro -. No, si con los hombres que te metes, lo raro es que no salieras con esto antes.

-Bueno, Lu-se escuchó entonces la voz de su padre-, lo que está hecho no se puede deshacer.

-No, si se puede deshacer -aseguro Lucrecia -¿Cuánto tiempo tienes? -le pregunto a Elizabeth.

-Mi retraso es de 6 días-respondió ella entre sollozos.

-Estamos muy a tiempo-reflexiono Lucrecia-. Mañana iremos a planificación familiar -suspiro-pagaremos el aborto.

-Lucrecia -le recrimino el padre de Eli.

-Es lo mejor, Ed, una niña tan inútil como esta, nunca podría ser madre.

Elizabeth sabía que, para su madre ella solo era una inútil sin remedio, que nunca sirvió para nada más que para abrir las piernas.

Sin embargo, en ese momento, como lo agradeció, le agradeció infinitamente que lo dijera de manera directa. Que lo dijera con su propia voz, dándose cuenta entonces de que, cada vez que su cerebro se lo dijo, que cada vez que escuchaba esa voz gritarle que no podía, era la voz de su propia madre diciéndole que no podía hacer nada.

Y el hecho de que al fin lo escuchaba en una voz que no era la suya, que no venía de adentro de ella, le dio un coraje tremendo, unas ganas de defenderse que la regresaron a la vida y encendió en ella una llama, lo suficientemente alta para responderle.

"Claro que puedo ser madre" pensó "Seguramente, una mejor madre que tú".

-¿Y qué sabes tú? -le contesto Eli con una temerosa, pero impagable voz-¿Qué sabes tú de ser una buena madre?

-¿Qué dijiste? -Balbuceo Lucrecia, incrédula de las palabras que escuchaba.

-¿Cuándo has sido tú-la voz de Elizabeth solo fue adquiriendo seguridad-, después de todo, una buena madre?

-¡¿Crees que es fácil ser tu madre?!

-Eli-intervino su padre-, no seas tan dura con tu mamá, solo está pensando en lo mejor para ti.

-¿Por qué tú no le dices a ella que no sea tan dura conmigo? ¿Por qué siempre tengo que ser yo quien la tiene que comprender a ella? ¿Por qué tengo que hacer lo que ella me dice siempre?, este bebé es mío, la que debe decidir qué hacer con él soy yo.

-Por dios, ¿tú? -argumento Lucrecia entre risas y reclamos-No puedes ni con las elecciones de tu propia vida, ¿Cómo vas a cargar con la de alguien más?

-No es tu elección, mamá. Es mía-se mantuvo firme.

-¡Pues sería la decisión más estúpida que jamás has tomado! ¡Y valla que tienes larga la fila!

-¡Pero es mi decisión! -volvió a aumentar el tono de su voz-¡Así que no, acepta que esta vez no se hará tu voluntad!

-¡Mi voluntad te ha mantenido viva todo este tiempo! -se defendió Lu.

-¿Y para qué? ¿Para vivir la vida que tú quieres que viva? Ya me cansé de eso. No voy a volver a la universidad y con este bebé seré yo quien decida que hacer, no tú, aunque signifique hacerlo sola.

-¡Ya está bien, pues hazlo sola entonces! -su madre abrió la puerta y saco a Eli de empujones de la casa.

-¡Espera, Lu! -le grito Edvin tratando de detenerla, pero ella no paró hasta que Eli callo en la banqueta.

-¡Anda, vete de mi casa, ten a tu bebé, adelante, déjame ver como lo haces tú!

-¡Por dios, Lucrecia! -le dijo Edvin viendo a su hija en el suelo.

-¡No vuelvas hasta que te hayas sacado eso! -sentencio Lucrecia entrando en su casa hecha una furia.

-Eli-se agachó Edvin al suelo, saco un puño de billetes de su cartera y se lo dio en la mano. Después se sacó un rosario de madera de atrás del pantalón y se puso alrededor del cuello -, ya te he dicho que no le respondas a tu mamá, ten, usa esto para rentar un cuarto, arreglaré las cosas, solo espérame ¿sí?

Acto seguido, le acaricio la cabeza y se marchó buscando a su esposa.

Con mucho pesar, Elizabeth se levantó del suelo, se sacudió los guijarros de las palmas de las manos y observo la puerta cerrada de lo que alguna vez llamo "su casa".

Con movimientos parecidos a los de un zombi camino por las calles sin saber a dónde se dirigían sus pies, de cuando en cuando, se le escapaban una lágrima o dos más, un quejido entre los labios, se detuvo hasta la cafetería Carlota donde se sentó en uno de los sillones solitarios.

Recordó entonces el día que estaba en casa de Kiroshi, jugueteaban entre las sabanas como dos adolescentes y él le decía:

-Elizabeth, eres la cosa más bella que existe en este mundo, estoy completamente enamorado de ti y al verte te juro que yo, siento como si estuviese

viendo la obra de arte de dios.

Elizabeth se rio en bochorno y le respondió.

-¿Dónde estuviste toda mi vida? ¿Y por qué tardaste tanto en llegar a ella?

-Perdóname -le pidió él, inclinándose para besarla -, ya no me iré nunca -acto seguido la beso por segunda vez.

Eli sentía que flotaba, que pasaba lo mismo que una pluma, que era aire, estaba hecha de aire y se dispersaría por el mundo en cualquier momento.

Sin embargo, momentos después, mientras él se fue a conseguir la cena, Eli comenzó a curiosear en la habitación, con nada más que la sabana envolviendo su piel.

Paseo por los alrededores como si bailase en ellos, observo los certificados y premios y leyó el nombre de su amado en el papel, inflándose los pulmones de orgullo, ella se rio de manera estúpida.

La idea de rebuscar entre sus cosas parecía un poco arriesgada, pero tenía una fantasía divertida. La de encontrar sus revistas porno y ver si acaso se parecían a ella las chicas en las fotos, casi por una broma de dios, ella terminó abriendo el cajón indicado, el segundo de la cómoda y encontrando en él lo que no quería buscar.

Su anillo de casado.

Estaba completamente en shock, el anillo se le resbaló entre los dedos volviendo a caer al interior del cajón, su cuerpo sintió tanto dolor en aquel momento, que no duro nada, sin planearlo u ordenárselo, sus manos empujaron el cajón frente a ella, se tiró al piso sintiendo como todo el aire se le drenaba de los pulmones.

-No es verdad-susurro para sí-, no es verdad, no es verdad, no es verdad, no es verdad...

Lo dijo tantas veces que se lo termino creyendo. Para cuando Kiroshi regreso, la encontró sentada en el piso, abrazándose a sí misma, tapada con la sabana.

-¿Eli? -se agachó hacia ella y le tomo el rostro por el mentón -¿Qué tienes? ¿Paso algo?

-No-se apresuró ella a decir -, no pasó nada-Luego soltó la sabana y se lanzó sobre él para abrazarlo -todo está bien, porque estamos juntos.

Si hubiese terminado las cosas en aquel entonces, no estaría ahora sentada sola en aquella cafetería, con la cara llena de raspones, un hambre voraz y lo que junto entre el dinero que le dio su padre y lo que llevaba consigo.

Ciento veintiocho dólares con catorce centavos.

Pero ella no fue valiente, ni fuerte, ni siquiera fue lista.

Solo fue muy, muy estúpida.

Sin embargo, acepto su penitencia levantando la frente, porque la culpa era mayor, incluso que el resentimiento, porque se sabía la causa de su propia desgracia.

Por eso ese día se hizo una promesa a sí misma y a su no nato hijo.

No volvería a ser quien había sido hasta entonces. Nunca jamás iba a dejar que ningún otro idiota se aprovechase de ella.

Aquella vergüenza que llevaba tatuada en el pecho, la borraría algún día a base de puro orgullo.

Se convertiría en una mujer diferente, una mujer fuerte, lista y valiente.

Una mujer digna de ser una madre.

            
            

COPYRIGHT(©) 2022