Quizá percibió mi necesidad o tal vez la suya era igual de profunda. Con sus labios probó tentativamente mi labio inferior, hundiendo los dientes y provocando escalofríos. Luego pasó su lengua para calmar el ardor. Una de mis manos subió acariciando lentamente el cabello de su nuca, mientras que la otra buscaba calor debajo de su chaqueta. Apenas un roce de labios y ya sentía mi cuerpo perder el control. Su cuerpo vibró bajo mis caricias, tensando su agarre.
Se retiró mirándome fijamente. Sonreí y comenzamos a acercarnos de nuevo, pero fue entonces cuando escuché a una mujer gritar muy cerca de nosotros.
- Khalam, Khalam cariño, ¿dónde estás? - nos separamos en el momento en el que ella abría la puerta del baño encontrándonos de frente - aquí estás, me dejaste solita - balbuceaba haciendo un falso puchero.
En ese instante me percaté de varias cosas. En primer lugar, que la mujer era hermosa, con su cabello negro como la noche perfectamente arreglado, y el vestido verde musgo que se adhería a su cuerpo como una segunda piel. No parecía tener más de veinte años. En segundo lugar, se notaba que había tomado demasiado, balbuceaba cosas sin sentido y su andar era inestable. En tercer lugar, por la expresión sorprendida del hombre misterioso y la forma en que se alejó de mí, supe que era Khalam.
Así que ese era su nombre. Después de haber inventado en mi mente cientos de nombres, por fin sabía su identidad. Pero lamentablemente también confirmaba lo que pensaba desde que el "maldito Tim" casi había arruinado mi vida. Todos los hombres eran iguales. Malditos bastardos. Sentí hielo correr por el cuerpo así como asco y una profunda decepción producida por mi tontería de intentar volver a creer.
Sin volver a verlo continué mi camino e ingresé a los sanitarios. La fina puerta no amortizaba las voces que llegaban hasta mí.
- Khalam ¿Quién era esa mujer? Qué mal gusto para vestirse...- decía socarronamente.
- Ella no es nadie- respondió él provocando un familiar dolor en el pecho- volvamos a la mesa. Annon debe estar buscándome.
- Khal podemos ir a mi habitación, puedes quitarme el vestido y hacer...
Antes de que pudiera terminar la frase, sentí la necesidad de escapar de aquella desagradable escena y olvidar lo sucedido. Inhalé profundamente y salí lentamente, solo para encontrarme con la hermosa mujer entre los brazos que minutos antes me habían rodeado. Las lágrimas amenazaban con caer, el dolor en mi pecho me impedía respirar, las palmas de mis manos hormigueaban y mi cabeza empezaba a doler. Seguí caminando sin rumbo, con la visión cada vez más borrosa.
- Misha, Misha... respira lentamente- Mica se acercó llevándome a una puerta que conducía a un pequeño balcón al costado del salón- siéntate aquí y respira.
- Mica, mi medicina está en la cartera- balbuceé- por favor .
- Está bien pero...No quiero dejarte sola- murmuró acariciando mi cabello.
- Yo me quedaré con ella- se escuchó una voz detrás - por favor ve, yo la cuidaré.
- Gracias Annon, ya regreso- dijo Mica alejándose apresuradamente.
- Así que somos más parecidos de lo que creía- susurró arrodillándose a mi lado tomándome la mano- respira lentamente.
Desde el incidente con el "maldito Tim" no había tenido descanso. La traición, el ataque, el juicio, la pérdida de inversores, la necesidad de encontrar nuevos patrocinadores para seguir adelante con nuestro sueño. Esta noche, el encuentro con el enigmático hombre había sido la gota que colmó el vaso. "Khalam", pensé, ese era su nombre.
Mi cuerpo estaba al límite, listo para estallar. El estrés se estaba apoderando de mí, exigiendo un respiro. Sin embargo, estábamos tan cerca que no podía detenerme ahora.
Después de unos minutos de haber tomado la medicación que Mica me proporcionó, mi respiración comenzó a normalizarse. Pregunté si alguien había presenciado el incidente, pero ambos lo negaron. Les pedí que entraran para continuar la conversación con los empresarios. No podíamos desperdiciar esta oportunidad. Asintieron y se retiraron. Aprecié por un momento la soledad.
Me recosté en la baranda del balcón mientras contemplaba la ciudad. Reflexioné sobre cómo empezó todo y a dónde habíamos llegado. Me había graduado a los veintitrés años como doctora. Sin embargo, me sentía insegura sobre la especialización que elegiría. Mica estaba en su último año y también tenía dudas.
El accidente doméstico de mi sobrino puso fin a las dudas. Una distracción de la niñera y un jardinero novato habían sido responsables de que Mick perdiera dos dedos de la mano derecha en un instante. La desesperación de mi cuñada, la culpa que atravesaba mi hermano, ver cómo la vida del pequeño de solo un año se veía perjudicada en tantos aspectos me había llevado a reflexionar sobre cómo podría mejorar su bienestar.
La necesidad de poder ayudarlo me llevó a investigar sin descanso, experimentar, ilusionarme y desilusionarme hasta que finalmente logramos lo que tanto anhelábamos. Dos años después, el primer prototipo de implante nanotecnológico salió a la luz. Lo llamamos Mick en su honor. Mica se unió desde el principio y juntas tocamos cientos de puertas en busca de alguien que comprendiera nuestra meta.
En el camino se unieron David y Nicholas, un matrimonio que había estado investigando durante años cómo lograr trasplantes de órganos mecánicos. David, un cirujano canadiense de cuarenta y tres años, había viajado a Houston para un curso y se había enamorado de su conferencista. Regresó a su país, empacó sus cosas, renunció a su trabajo y se mudó a un apartamento cerca de la universidad de su amado.
Nicholas, médico y profesor universitario de cuarenta años, atravesó un terrible divorcio, lo que llevó a David a utilizar todos sus trucos para convencerlo de salir con él. Dos años después, estaban celebrando su unión civil. Juntos potenciaban su nivel. Evitaban las cámaras y los flashes, prefiriendo una vida más discreta.
Finalmente se unió Tim. Tim Holls, doctor especializado en investigación nanotecnológica. Sus ideas locas e innovadoras me atrajeron desde el principio. Se integró perfectamente a nuestro ritmo de trabajo. Nos sentíamos invencibles.
Y yo me había enamorado por primera vez en mi vida de tal manera que no veía lo que todos veían. Las pesadillas de esa terrible noche aún me despertaban y las cicatrices serían parte de mí para siempre. Pero me negaba a pensar en él esta noche. Ojalá esté pudriéndose en un lugar tan repugnante como él.
Un fuerte nudo se formó en mi garganta. Me sentía agotada. Tras años de altibajos, el cansancio empezaba a afectarme. Mis treinta años pesaban el doble en días como hoy. Inhalé profundamente y regresé al salón. Era casi medianoche. Seguramente Mica podría arreglárselas sin mí. Le informaría que me retiraba. Tal vez disfrutaría de una copa de vino en la habitación mientras descansaba los pies y contemplaba la maravillosa vista.
Me acerqué a la mesa buscando a Mica con la vista, tomé mi cartera, por costumbre revisé el celular cuando dejé escapar un jadeo y sentí que mi mundo volvía a tambalearse. En letras mayúsculas y proveniente de un número desconocido, un mensaje que decía: "MISHY, MISHY, mi dulce gatita, te veías tan hermosa y pura de blanco pero de rojo luces despampanante. Nos veremos pronto". Sentí el celular deslizarse de mis manos a la mesa.
"No puede ser", pensé mientras miraba a mi alrededor como si estuviera siendo observada. Comencé a temblar, iba a tener otro ataque si seguía así. Mica se acercó nerviosa preguntándome qué sucedía. Sentí que el aire abandonaba mi cuerpo. Le mostré mi mensaje. Al igual que yo, ella miró a nuestro alrededor.
- Mica está acá... ¿Cómo es posible?- susurré sintiendo como la rigidez dominaba mi cuerpo.
- Misha déjame recoger mi cartera y vamos despacio a la salida- respondió con voz firme.
- Tengo miedo Mica... no entiendo como puede ser posible.
- Tranquila, no hay nadie aquí, en la habitación llamaremos al detective Spencer- dijo apretando mi brazo
Nos dirigimos al ascensor mientras escuchábamos a Annon llamar a Mica, pero ella no respondía. Sus facciones se llenaron de dudas y preguntas. Su amigo me miraba como queriendo diseccionarme, el arrepentimiento dominaba su expresión. Esta noche había sido un sueño que acabó en una pesadilla. Sin darme cuenta empecé a frotar la cicatriz que tenía en mi abdomen.
Nuestras miradas se conectaron por última vez. Su porte exudaba sensualidad, dejándome anonadada. Sin embargo, fue la calidez en sus ojos de ónix lo que me hizo derramar lágrimas una vez más. La hermosa mujer se acercó a su lado, frunciendo el ceño al notar cómo me miraba. Al cerrar la puerta detrás de nosotras, sentí la misma sensación de abandono de un año atrás.