CEO EL BARON
img img CEO EL BARON img Capítulo 5 No hace falta
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Capítulo 6 mejor a las personas img
Capítulo 7 Como pensaba img
Capítulo 8 corazón img
Capítulo 9 completo silencio img
Capítulo 10 Para eso están los contratos img
Capítulo 11 sonrisa en el rostro img
Capítulo 12 largo camino img
Capítulo 13 pasos hasta el borde de la piscina img
Capítulo 14 no corre peligro img
Capítulo 15 engañar a la vendedora img
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Capítulo 5 No hace falta

obtener el préstamo? - O una sociedad. No quiero nada gratis. - Se lo dejé claro para que no pensara que era un cazafortunas. - Te pareces mucho a tu madre. También odiaba que la gente pensara que era una cazafortunas. Era extraño hablar con alguien que conoció a mi madre en el pasado, porque mi vieja intentaba ocultármelo cada vez que le preguntaba sobre lo que vivió antes de casarse con mi padre. - ¿Has conocido a mi padrino? El barón fallecido. - ¡Ah sí! Era un muy buen hombre y definitivamente te ayudaría sin dudarlo. Sonrisa. - Eso es lo que estaba escrito en la foto que encontré.

Es una pena que el hijo sea grosero. - No siempre fue así, a pesar de su piel dura, es un buen hombre. Pensé en poner los ojos en blanco, porque él no tenía nada bueno, pero solo asentí y nos quedamos en silencio, mientras yo comía más de las delicias que ella me servía. Hasta que me limpié la boca con la servilleta y le indiqué que había terminado de comer. - Muchas gracias por el té. Estas galletas son deliciosas. - ¡Alegro que te haya gustado! Lo hare yo mismo. Ya se. Te haré una bolsa para que te lleves un poco. - No hace falta... - Sin que yo pudiera detenerla, la mujer salió de la cocina para empacar un paquete. No es que estuviera en condiciones de negar nada, pero el orgullo todavía quería gritar sobre la pobreza. Comencé a caminar por la cocina, admirando las sabrosas piezas hasta que escuché una voz espesa y autoritaria detrás de mí. - ¿Qué haces dentro de mi casa? Salté del susto y me giré para ver la mirada furiosa del Barón. - Yo... - ¡Fuera de aquí! No te di permiso para entrar a mi casa y te dejé claro que no quiero nada de ti... ni siquiera contigo. - Disculpame. - No había forma siquiera de debatirlo. Había entrado a su casa, aunque me habían invitado, necesitaba saber que él no me quería allí. Al ser observado por el Barón, caminé hacia la mesa donde había dejado la llave del auto y me giré para seguir el camino al que llegué. Me encontré con Clarisse que llevaba una bolsa de galletas y su mirada estaba llena de preocupación al ver que su jefe me gritaba. - Gracias por el té. Eras un amor. - Toma, toma tus galletas. - Extendió sus manos para dármelas, pero antes de que pudiera tomarlas, escuché: - Te llevas comida, ¿quieres dinero para la gasolina también? Movido por la ira, tomé la bolsa de galletas de la mano de la señora, caminé hacia la persona carente de bondad y a centímetros de distancia golpeé su pecho con la bolsa. - Toma tus galletas y tu dinero y métetelas por el culo- - Estaba a punto de terminar, pero vi aparecer una niña en la puerta y me detuve. Le sonreí, porque el niño que no sabía que era suyo no tenía la culpa de nada. La niña me hizo un gesto para que regresara y, sin mirar más al hombre amargado, salí de la cocina después de poner mi mano en el hombro de Clarisse a modo de despedida. Caminé hacia el portón y, indignada por la situación en la que me encontraba, sentí que mis ojos ardían con las lágrimas que estaba conteniendo para no caer. No iba a darle a ese hombre el placer de hacerme llorar. ¿Quién se creía que era? Ni siquiera sabía su nombre, así que para mí no era nadie. El título de barón ya no existía. Era un fraude mayor que yo. Cuando pasé las paredes, abrí mi auto, pero estaba abierto. Probablemente me olvidé de frenar. Uno de los guardias de seguridad intentó decirme algo, pero no lo escuché y me subí al vehículo. En un último intento de poner en marcha el auto, arrancó y pensé que por una vez Dios tenía misericordia de mí. Me fui, sin mirar atrás y jurando no volver a poner un pie en esa casa ni volver a mirar la cara de ese estúpido. Capítulo cuatro Ítalo - No deberías haber hablado así. - Clarisse estaba visiblemente irritada conmigo. - Y no deberías haber dejado entrar a un extraño en mi casa. Salí de la cocina y me dirigí a la sala, acompañada por mi criada. -Ella era completamente inofensiva. Y... la conocía. Conocí a vuestra madre. -Que no es lo mismo. No quiero extraños en mi casa. Empecé a subir a la oficina a buscar el documento que había olvidado. - Papá, ¿por qué peleaste con la niña? - Sólo entonces me di cuenta de que Luara estaba a mi alrededor. - Negocios para adultos, Luara. Ve a jugar afuera. -Pero ella me gustaba. - Me detuve en medio de las escaleras y encaré a la chica que parecía demasiado necesitada y fue mi culpa que no le di el cariño que necesitaba. - Ni siquiera la conoces, no te puede gustar alguien sólo porque te sonrió. - Me gusta cuando la gente sonríe, tú nunca sonríes. - ¡Luara! - La regañé con voz alterada y cerré los ojos, irritandome conmigo mismo por dejar que un extraño arruinara mi rutina y mi vida de esa manera. Inmediatamente me arrepentí porque me prometí que mejoraría como padre. - Yo sonrío. - Forcé una sonrisa y me volví hacia la criada. - Clarisse, a partir de hoy tienes prohibido invitar a nadie a esta casa. - Está bien, lo siento. Como siempre recibía invitados y nunca tuvimos ningún problema, pensé que estaba bien ayudar a la niña. - No, no está. No quiero verla aquí. - Mi doncella asintió y noté su irritación, pero, carajo, me encontré aún más irritada. Fui a mi oficina, dejando atrás a mi hija y a mi criada. A mitad de camino ya me arrepentí de haber dejado que Luara me viera descontrolado por tan poco, había jurado que sería más cariñoso, paciente y... un verdadero padre, lo cual ella se merecía, pero mi animosidad siempre hablaba más fuerte. Era como si una llave girara dentro de mí cada vez que algo me irritaba y no podía controlar al monstruo que se apoderaba de mí. Y esa mujer... Ella me enfrentó, me maldijo sin miedo, me dijo que me pusiera las galletas en mi... Cerré los ojos y me reí... Me reí... entonces la risa se apoderó de mí y me reí como Hacía mucho tiempo que no lo hacía. Hasta el punto de cerrar la puerta de la oficina para que nadie me oyera. Hasta que dejé de sonreír, sacudí la cabeza con la sensación negativa de estar loco y miré por la ventana para ver la puerta que estaba justo delante. Recordé las miradas de mis guardias de seguridad que sintieron pena por ella porque su auto se quedó sin combustible. Ese extraño ofensivo me llegó de tal manera que incluso me permití ser caritativo y le llené el tanque con la gasolina que teníamos para que la jardinera la usara en las cortadoras de césped, ella nunca se enteraría de mi buena acción y yo no. Incluso quiero eso. De hecho, ni siquiera podía considerarlo una amabilidad de mi parte, ya que sólo lo hice para que ella se fuera de mi casa de una vez por todas. Fue suficiente que no hubiera descansado lo suficiente durante la noche porque pensé que ella estaba durmiendo en su auto y por eso puse un guardia de seguridad vigilándola toda la noche. Sacudí la cabeza y me serví un trago, era de mañana y no solía beber tan temprano, pero el descontrol en mi rutina requería una dosis. Tomé el documento que había olvidado, que ni siquiera era tan urgente como para hacerme regresar, pero decidí regresar y cancelar mi presencia en una reunión cuando uno de mis guardias de seguridad me informó que el oportunista estab

                         

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