- ¿Quien te hizo esto? - preguntó en voz baja, sin embargo, noté que se esforzaba por mantener su tono tranquilo. Sostuve mi muñeca, avergonzada de tener que contarle sobre las deudas que su hermano dejó sobre mis hombros. - ¿Quieres un poco de agua o jugo? - Pospuse esa conversación, pero él no aceptó nada. Entonces nos sentamos y comencé a hablar. - Esta mañana me despertaron unos golpes en la puerta. - Me puse las manos en la cabeza, todavía sintiendo miedo. Miré a Federico y seguí hablando. - Aquí entraron dos hombres de mala pinta, uno de ellos me agarró del cuello, me apretó fuerte, tirándome al suelo. Querían que yo pagara las deudas que dejó Fernando, deudas de juego, que puso a mi nombre. - Recogí el papeleo de la mesa auxiliar y se lo entregué, quien inmediatamente comenzó a analizarlo. - Son deudas de juego, muchas veces Fernando llegaba a casa con papeles para que los firmara, decía que eran negocio de la constructora, como estábamos casados necesitaba mi firma, cuando le decía que los leería con calma me hacía sentir culpable por dudar de él. Y firmé para no verlo irritado, ya que se irritaba fácilmente. Lo sé, fui un tonto por no imponerme. Ahora estoy pagando por mis errores. Entiendo si no quieres ayudarme con al menos la mitad del monto, ya que ayer fui tan grosero contigo, te pido disculpas, me da vergüenza actuar de esa manera. Puedo vender la casa e intentar llegar a un acuerdo con ellos. - Frederico se levantó enojado, paseándose de un lado a otro. - ¿Cree usted que estos hombres cumplirán su acuerdo? Si dijeron que quieren el importe total es porque no hay acuerdo, Lara. Hay que pensar en una solución, es mucho para asimilar ahora mismo. No sé si lo sabes, pero la empresa quebró, Fernando acabó con todo, y ahora, con la confesión del juego, temo que pueda estar quitándole dinero a la empresa. Lo haremos así, pensaré en todo y volveré mañana. - Terminó de hablar y me miró. Me levanté y miré por la ventana, vi las pequeñas gotas de lluvia caer sobre el pasto del patio, un trueno despejó el cielo y me sobresalté. Tenía miedo de los rayos y los truenos y, además, cada vez que llovía la energía se iba. Sin pensarlo, lo invité a quedarse. - ¿Por qué no duermes aquí en la habitación de invitados? Está lloviendo mucho y tengo miedo de que los bandidos vuelvan. - Federico cerró los ojos, como si estuviera pensando, y, finalmente, respondió. - Está bien, no hay por qué asustarse. No te harán daño, estaré aquí para asegurarme de ello. Sonreí y me disculpé para ir a ver si la habitación de invitados estaba ordenada. Dijo que haría algunas llamadas. Mientras caminaba por el pasillo, todo mi cuerpo se relajó y la tensión desapareció. CAPÍTULO 3 Frederico Barreto De pie frente a la ventana, miraba el atardecer, no podía dormir durante la noche. Mis pensamientos en todo momento fueron en Lara, ¿cómo pudo Fernando hacerle esto? Déjala a merced de estos vagabundos, contrae deudas de juego en nombre de la mujer que juró proteger, amar y respetar. También pensé en la propuesta que le haría, sé que podría negarse, pero correré el riesgo. Irritada me dirigí en dirección donde estaba mi camisa, me la puse, me puse los zapatos y salí del cuarto, no me quité los pantalones, no me sentía cómoda haciendo eso, de seguro Lara todavía estaría dormida. . Recordé que ayer ni siquiera comí y mi barriga gruñó en señal de protesta. Entré a la cocina, pensando en preparar el desayuno para los dos, abrí la puerta de la alacena, buscando un recipiente para poner la masa para hacer el panqueque. Tomé dos huevos, leche y los puse en el recipiente, comencé a mezclar la masa, puse agua en la cafetera y esperé a que estuviera listo el café, luego comencé a preparar los panqueques, me acordé cuando regresé de En mi carrera matutina en Los Ángeles, antes de ir al estudio, siempre encontraba la mesa de café puesta, mi secretaria siempre hacía panqueques, porque sabía que eran mis favoritos, ese pequeño pensamiento me hacía suspirar fuerte, extrañando mi hogar. Me di vuelta, sobresaltada, Lara estaba parada en la puerta, con los brazos cruzados y una expresión confusa en el rostro. Llevaba un vestido suelto hasta la rodilla, su cabello mojado revelaba que acababa de salir de la ducha. - Buenos días - dije mientras sacaba el último panqueque del molde, colocándolo con los demás en el plato. - Buenos días, Frederico - dijo, todavía de pie en la puerta. - Me desperté con hambre, así que decidí preparar algo para desayunar, perdón si te desperté con mis ruidos, no sabía dónde estaban las cosas y me fui a buscar. - Lara sonrió, acercándose a la mesa; Prestando atención a sus pasos, saqué la silla para que ella se sentara, luego de agradecerle, ella se sentó. Podía oler tu champú, por un breve segundo, respiré lentamente, asimilando el olor. - No me despertaste de ninguna manera, casi no puedo dormir, te confieso que el suceso de ayer me dejó bastante conmocionado. - La miré, quien tenía ambas manos en su barbilla pensativa, aún era visible la marca morada en su muñeca, por un momento pensé en acercarme a ella para darle un pequeño masaje, pero eso sería muy atrevido de mi parte. Puse café en las tazas, le entregué una a Lara, tomé una tortita, le agregué miel y la serví. Ella gracias. Me senté frente a ella y empezamos a tomar café, como no soy de pensar en cosas de qué hablar, inmediatamente le expliqué lo que había estado pensando toda la noche. La miré fijamente, reuniendo el coraje para exponer todos mis sentimientos por ella. - ¿Cómo te estás sintiendo? Si te duele mucho la muñeca, podemos acudir al ortopedista - dijo después de tomar un sorbo de café. - No duele. No se preocupe. Lo que me duele son esas deudas que dejó Fernando a mi nombre. Nunca pensé que fuera capaz de tal acto. - Noté el dolor en su voz. Pensé en todo y decidí proponer lo que había estado pensando toda la noche. - Podría pagar las deudas que dejó mi hermano y que ahora recaen sobre ti, Lara. Pero eso significaría tu partida y no puedo perderte otra vez. Entonces, en este caso, me permito ser egoísta. Al menos una vez en mi vida me permito luchar por la mujer que amo, a la que siempre he amado. Pensé en una solución para los dos. ¿Quieres casarte conmigo, Lara? Si no te enamoras de mí durante un año, serás libre de vivir tu vida. - Apenas terminé la miré, quien empezó a toser, ahogándose con el café, me levanté rápidamente dándole dos palmaditas en la espalda. Dejó de toser y se pasó la servilleta por la boca. Le entregué el vaso de agua que saqué del frigorífico. Bebió la mitad del líquido. - ¿Casarme contigo? No entiendo, Federico - dijo asombrada. Me acerqué a ella nuevamente, tratando de explicarle mejor lo que acabo de decir. Sé que fui rápido y no me expresé